Cine + Iglesia Católica = Efectos secundarios

Querido diario:

Evidente que si Dios reclamara derechos de autor se acabarían los títulos de crédito. Todo sería suyo. No consta que lo haya hecho pero en su oficina central católica, el Vaticano, llevan siglos clamando y reclamando en su nombre. Al Copy right lo llaman Nihil Obstat, y con semejante planteamiento estaba claro desde el primer momento que el cine y el Vaticano tendrían problemas.

Hasta después de la II Guerra Mundial el cine no se convirtió en el medio de comunicación más potente de la historia conocida hasta ese momento. El Papa de turno Pío XII, y sobre todo su monja-secretaria Pascualina, se aficionaron bastante. Bueno la monja tanto que “coló” a Clark Gable en una visita privada improvisada a pesar de que no era católico, haciendo esperar al futuro Juan XXIII, que si tenía cita, pero que sólo era obispo de Venecia.

Pío decidió meterse a productor y contrató nada menos que a Vittorio De Sica, poniéndole de productor ejecutivo al que luego sería Pablo VI. La peli costó unos 450.000 €, un buen presupuesto para entonces. Se titula “La puerta del cielo”y transcurre en un tren donde varios personajes viajan a Loreto en busca de un milagro. La vio una comisión vaticana y decidió que no se estrenase. Duerme en un archivo, con el número 562, por mucho que De Sica dijera en más de una ocasión que era de sus mejores trabajos. Nunca le dieron una explicación.

La experiencia sirvió para que el Vaticano abandonara la producción hasta la llegada de Juan Pablo II, que abrió la primera productora de cine y televisión vaticana, que sobre todo le hizo a él varios documentales. Dado que no estaban en el negocio, han podido dedicarse a la crítica, y es rara la ocasión en que se sienten satisfechos con lo que ven. El resultado ha sido una sucesión de sentimientos de escándalo vividos con mucho enfado por el frente más activo y fundamentalista de los seguidores de la religión católica. Tienen sus razones, Jesús ha cantado y bailado como súperstar, los jerarcas han desfilado en pasarelas de moda felliniana, la sagrada familia ha sido encarnada por jóvenes modernas de clase obrera, y del asunto de la paloma mejor no hablar, porque sólo ha faltado que alguien se la comiera frente a la cámara, y eso porque no se le ocurrió a ningún surrealista.