Hedy Lamarr, una vida fascinante entre el cine y la ciencia

Hedy Lamarr, una vida fascinante entre el cine y la ciencia

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Querido Teo:

Coincidiendo con el lanzamiento en Filmin del documental “Bombshell: La historia de Hedy Lamarr”, es una buena excusa para adentrarse en la fascinante vida de una pionera que trascendió los cánones de lo que se esperaba en la década de los 40 para el que fue considerado el rostro más bello por aquel entonces. Fue estrella del Hollywood clásico pero por las noches también era inventora encerrándose en su laboratorio desarrollando patentes para el ejército e incluso creando un proyecto de comunicación secreto que tenía como fin ayudar al ejército Aliado en su lucha contra los nazis. Un retrato empoderado de una figura desconocida y atractiva que presenta ahora Alexandra Dean en este documental.

Hedwig Eva Maria Kiesler, conocida más adelante como Hedy Lamarr, nació en Viena el 9 de Noviembre de 1914 hija de unos padres judíos, él banquero y ella pianista, moviéndose desde pequeña en la clase burguesa de la época. Desde pequeña destacó por su inteligencia y fue considerada por sus profesores como superdotada. Empezó sus estudios de Ingeniería a los 16 años, pero tres años más tarde, en 1933, abandonó las clases atraída por su vena artística y empezó a actuar en el teatro berlinés como alumna del director Max Reinhardt.

“Éxtasis” (1933) fue la película por la que llamó la atención y eso fue gracias a ser la primera vez que se reflejaba un orgasmo en el cine en una escena en la que aparece completamente desnuda, primero al borde de un lago y después corriendo a través de la campiña checa. Una cinta por la que fue condenada incluso por el Papa Pío XI. Atraído por esta película, el magnate de la industria armamentística Friedrich Mandl arregló con sus padres un casamiento de conveniencia y fue prometida en matrimonio en contra de su voluntad. Mandl era un hombre de profundas convicciones católicas, proveedor de municiones y carros de combate y amigo personal de Adolf Hitler y Benito Mussolini siendo firme defensor de las ideas de ambos.

Hedy vivió en un infierno ante un marido malcarado y manipulador que la tenía sometida a un férreo control. Primero se encargó de eliminar todas las copias existentes de la película en la que su mujer aparecía desnuda y después le tenía prohibido salir de casa sin su supervisión. En sus memorias la actriz relata que sólo podía bañarse o desnudarse cuando su marido estaba presente. Al menos esto no fue impedimento para que Lamarr aprovechara estos momentos de soledad y frustración continuando con sus estudios de Ingeniería, logrando obtener gracias a su carisma e inteligencia información de los clientes y proveedores de su marido a la hora de fundamentar sus conocimientos en una tecnología armamentística que después sería clave para la técnica de conmutación de frecuencias que patentó y que sería de gran utilidad en futuros conflictos bélicos.

Tras una fuga de su celoso marido digna de película, Lamarr contrató a una criada con la que mantenía cierto parecido físico y aprovechó para un día escapar con la ropa de ésta aprovechando una de las ausencias de su marido y aplicándole a la chica un somnífero, cogió un tren a París y de ahí viajó a Londres donde conocería a Louis B. Mayer, el mandamás de la MGM. Era 1937, vendió sus joyas y logró viajar con él, como si fuera un encuentro fortuito, en el barco que llevaba a éste de vuelta a Estados Unidos. Finalizada la travesía, ya era Hedy Lamarr (el nombre se inspiró en la fallecida Barbara La Marr, ex amante de Mayer) consiguiendo gracias a esa travesía un contrato de siete años bajo el brazo.

Fue la actriz más emergente de finales de los 30, conquistando con un rostro gélido, distante y atractivo, aunque su carrera en el cine quedó en falta de un personaje definitivamente lanzadera en Hollywood ya que fue una de las numerosas actrices que optaron al papel de Escarlata O´Hara en “Lo que el viento se llevó” y también rechazaría “Casablanca” y “Luz que agoniza”, trabajos que a la postre encumbraron a Ingrid Bergman.

Su primer largometraje en Hollywood fue “Argel” (1938), una historia de romance y exotismo junto a Charles Boyer que llegó a tener 4 nominaciones al Oscar. Después vendrían trabajos como “Esta mujer es mía” (1940) de W.S. Van Dyke, “El fruto dorado” (1940) de Jack Conway,  “Camarada X” (1940) de King Vidor, “Noche en el alma” (1944) de Jacques Tourneur, “Pasión que redime” (1947) de Robert Stevenson  y “Sansón y Dalila” (1949) de Cecil B. DeMille. Esta última cinta fue uno de sus mejores trabajos, en los que siempre era el objeto de deseo, aunque conforme fue perdiendo belleza el cine dejó de interesarse por ella retirándose en 1958. En sus memorias dejó bien claro lo que era para ella Hollywood: “Cualquier chica puede tener glamour. Sólo tiene que permanecer quieta y parecer estúpida”.

Eso sí, el legado de Hedy Lamarr va mucho más allá de sus películas y bonito rostro. Los años de investigación casera e interés por la ciencia de la actriz la llevaron a querer contribuir desde su posición al avance de los Aliados, más todavía cuando su origen judío y su contacto con la jerarquía nazi le hacía repudiar todo el auge que pretendía conseguir en Europa el nazismo de Hitler. Tras ser rechazada por la National Inventors Council a colaborar con ellos, su imagen parecía destinada a vender bonos de guerra como hacían los rostros más conocidos de la época, Lamarr no se amilanó y decidió aportar desde lo técnico centrándose en el sistema de comunicaciones y en el valor propagador de la radio.

La vulnerabilidad de los sistemas de transmisión, ante su posible percepción por el enemigo y las continuas interferencias que llevaban a cabo comunicaciones poco fluidas, fueron el campo de acción de una Hedy Lamarr que ideó un sistema basado en mensajes cortos y fraccionados que se transmitirían secuencialmente pero cambiando de frecuencia. Los tiempos pasaban a ser tan cortos que era muy difícil su captación, así como una base frecuencial irregular que sólo lo hacía perceptible para los que conocían el código de cambio de canales. La patente fue creada junto a George Antheil, renovador pianista de la época, y presentada el 10 de Junio de 1941 no siendo concedida hasta el 11 de Agosto de 1942 cuando Estados Unidos ya estaba en el fragor de la batalla frente a Alemania y Japón.

La patente no generó ningún ingreso a Lamarr, que caducó antes de ser utilizada, pero posteriormente se tomaría como base en 1957 para los ingenieros de la empresa estadounidense Silvania Electronics que desarrollaron un sistema clave para las transmisiones militares y que sería adoptada por el gobierno de los Estados Unidos y utilizada para la crisis de los misiles de Cuba en 1962, la Guerra de Vietnam y la defensa por satélite Milstar. En los 80 la técnica fue incorporada en la ingeniería civil y hoy en día no se entendería la tecnología inalámbrica de Wi-Fi, BlueTooth y GPS sin los pioneros avances de Lamarr.

Los Estudios se encargaron de ocultar esa vena de inventora durante su etapa en Hollywood, hecho a lo que tampoco ayudó que la patente estuviera firmada con su apellido de casada (de su segundo marido George Markey). En su haber también destaca una tableta que se convertía en refresco o un agarre para ayudar a las personas dependientes a entrar y salir de la bañera.

Se casaría cuatro veces más entre los 40 y los 60 y, tras abandonar el cine en 1958, protagonizó sonoros escándalos ante una desarrollada cleptomanía y sus devaneos con la cirugía estética y las pastillas. Ella se sentía condenada por un rostro que de tan bello había hecho que nunca fuera tomada en serio. Sólo fue a finales de los 90 cuando algunos círculos le concedieron el homenaje que merecía por su contribución científica, premios que recibió desde la distancia entre el desdén y la amargura por una labor que no fue reconocida como se debía en su momento ante las complejidades de la época. Hedy Lamarr murió el 19 de Enero de 2000 a los 85 años. En su honor desde 2005 en Austria, Suiza y Alemania se celebra el Día del Inventor cada 9 de Noviembre, día de su nacimiento.

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Nacho Gonzalo

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