Cine en serie: "Cuéntame cómo pasó", el viaje de un legado

Cine en serie: "Cuéntame cómo pasó", el viaje de un legado

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Querido Teo:

Lo que hemos vivido con “Cuéntame cómo pasó” sólo se valorará con el tiempo pero unos días después del final definitivo de una serie que ya es Historia sí que se puede decir que este viaje televisivo de 22 años sólo sabe lo que ha significado el que efectivamente lo ha vivido. Tanto para los que han estado detrás de la serie como para los que han sido fieles espectadores, durante estos días ha sobrevolado una energía compartida de emoción y orgullo. Emoción por todo lo vivido durante este tiempo, orgullo por estar ante una serie que (con sus vaivenes tanto internos como externos propios de un país cambiante y un ente público) ha dignificado la ficción como experiencia colectiva, como reflejo de la memoria y como vía tanto para aprender como para compartir.

No era fácil cerrar una serie así (los de 2018 y 2021 ya hubieran sido más que sobresalientes finales) pero no se puede más que elogiar un broche que seguramente nunca fue el planeado ni el imaginado pero que sí que se antoja perfecto para este punto del camino en el que se ha cerrado el círculo sobre el viaje de un legado que fue vivido y transmitido para después tener que ser contado.

“Cuéntame cómo pasó” no ha estado exenta durante su recorrido de críticas, entre los cínicos y los escépticos, que hicieron de menos a la serie, primero por convertirse en un rotundo éxito de público, segundo por la manera en la que se encaraban determinados episodios de España desde finales de la década de los 60 hasta tiempos más cercanos y tercero por su impermeabilidad a lo largo del tiempo que convirtió en recurso de broma fácil el hecho de que la acción de la serie pudiera adelantarnos en el tiempo y pasar de ser una serie sobre nuestro pasado a convertirse en una imprevisible distopía.

Finalmente la serie ha concluido con un glorioso guiño para fans que hace culminar la misma en el día en el que se estrenó en La 1 de TVE allá por el 13 de septiembre de 2001, en un mundo en estado de shock tras los atentados de las Torres Gemelas de Nueva York y que asistía a todo un acontecimiento de nuestra cultura popular sin saberlo. 22 años después, y tras 413 capítulos, “Cuéntame cómo pasó” ha hecho más grande su leyenda con una temporada final de cierre en la que, a lo largo de siete capítulos, en una acción desarrollada entre 1994 y 2001, ha puesto el foco en cada uno de los personajes que han formado una familia Alcántara que ya nunca olvidaremos y que durante todo este tiempo, en el que tantas cosas han pasado, siempre ha estado allí.

Algo bien habrá hecho “Cuéntame cómo pasó” cuando en esta temporada final no sólo ha sido capaz de generar expectación e interés sino de estar a la altura de su trayectoria y, sobre todo, que muchos que abandonaron la serie por el camino ahora se hayan arrepentido de ello. Todo un logro que demuestra que la serie ha cerrado su camino, no con el declive que algunos anunciaban y sí cobrando todo un sentido en un viaje que nos lleva a la sombra de una encina centenaria cuya importancia ya se intuía en la cabecera de la serie de esta temporada al igual que ocurría con el avión que sobrevolaba el cielo en los carteles de la cuarta y última temporada de “Succession”.

Un camino que se inició con la mirada inocente y despierta hacia el horizonte de un niño desde el ventanal de su casa con un futuro por escribir y que ha terminado desde el punto de vista de una anciana que decide morir con dignidad y como ella quiere con la sabiduría que dan los años a la hora de hablar de la felicidad como algo que se encuentra a ratitos en la madurez, en lugar de una juventud cuya ansía le hace vivir en la insatisfacción, valorando lo importante que es reírse en una relación (sobre todo en los malos momentos que es cuando de verdad tiene mérito) y adoptando una posición activa para que ocurran cosas buenas y así poder después escribirlas.

Una temporada que empieza con un entierro (evitando cualquier tipo de spoiler) para en un largo flashback llevarnos a lo largo de siete años que desembocarán en Sagrillas, el lugar con el que una familia se fue reencontrando a sí misma a lo largo de los años gracias al aire y a la tierra tras la intención juvenil de dejarlo todo atrás con el fin de prosperar. Un viaje que en esa España de mediados de siglo XX, precaria y oscura, se pretende que sea sin retorno hasta que lo que uno es (y de donde proviene) llama a la puerta sin poder renunciar a ello.

Un chico de Albacete llamado Antonio con aspiraciones que fue a la capital para sacar a su familia adelante y que de ordenanza y trabajador en una imprenta llegó incluso al mundo de la política para darse cuenta, tras sonoros tropiezos y desengaños, que el secreto de la felicidad puede estar en el olor de una barrica o en la paz que dan la frondosidad de los viñedos. Una felicidad que, para una mujer de 100 años, no es más que poder tomar una valiente decisión sobre sí misma y que su familia pueda estar unida para así poder irse en paz.

La temporada final de “Cuéntame como pasó” ha cerrado el arco de Mercedes (la fuerza), Inés (la duda), Toni (el testigo), María (la rebeldía), Antonio (la tierra), Herminia (el legado) y Carlos (el heredero), personajes que han sido un cúmulo de las grandes bazas de la serie; la autenticidad que ha hecho que en realidad viéramos en la pantalla a nuestros propios padres y hermanos así como a nuestras madres, abuelas y, porqué no, también nosotros mismos tanto en lo que fuimos como en lo que seremos. Siete capítulos que son como siete películas en los que también se dan cita hechos históricos que marcaron esos años como la muerte de Lola Flores, las primeras elecciones ganadas por el PP o el asesinato de Miguel Ángel Blanco.

Todo ello sostenido en unos guiones que han sabido abarcar de todo, tanto lo más íntimo como lo más universal, desde la trascendencia del hecho histórico a la cotidianidad de la paella de los domingos, con unos actores (desde el primero hasta el último) en un bendito estado de gracia, lo cual ha sido santo y seña de una serie que ha creado escuela en el trabajo actoral en una amplia galería de la profesión que, más allá del reparto estable y protagonista, ha ido de nombres como Fernando Fernán Gómez en la primera temporada a la niña Sofía Otero (ganadora en el Festival de Berlín por “20.000 especies de abejas”) en la última.

El reparto de una herencia en vida es el hecho que termina separando y llenando de reproches a una familia que volverá a unirse ante el final de esa abuela sacrificada y que, aunque no sabía más que las cuatro reglas, no hubo día que no diera una lección a los suyos. Tanto en el vivir como en el morir, tanto en la forma de encarar la vida como de  saber diferenciar lo que verdaderamente es importante cuando sentencia que cuando esa familia tenía menos era en realidad más feliz. María Galiana se ha merecido durante todos estos años todos los premios posibles por su papel de Herminia pero esta última temporada vemos a una actriz de 88 años que rinde tributo a toda una generación en el momento más difícil y doloroso como universal y constructivo, el de saber despedirse y marcar el camino para que los que vienen detrás recojan el testigo.

Una misión en forma de reconciliación familiar que no podía recibir otro que "su niño", aquel que crió y al que pide que vuelva de Nueva York cuando siente que su tiempo se agota en la boda de su nieta en un penúltimo capítulo en el que no sólo Herminia rememora por última vez los sonidos y voces características de su barrio sino también se pone en paz con todos a la espera de cerrar el círculo definitivo con el heredero, el cual no es sucesor de bienes materiales como pensábamos hasta el momento sino que en realidad era el elegido para ser el custodio de poder recuperar y mantener la unión familiar perdida.

Un Carlos Alcántara al que conocimos de niño y que ahora es un escritor que fue a la búsqueda del amor de su vida en Nueva York pero que se encuentra en crisis creativa fruto de la distancia que ha puesto con los suyos, aquellos que le han hecho ser quien es y con los que ha compartido vivencias, alegrías y sinsabores. Ricardo Gómez no podía faltar en un último capítulo centrado en su figura, la del alma de la serie, el narrador que cuenta una historia que es la suya y que también ha logrado ser la de todos.

No es magnificar porque sí pero la escena entre María Galiana y Ricardo Gómez supone uno de los grandes hitos de la televisión reciente y es que en esa conversación no sólo se certifica que este largo viaje ha valido la pena sino que ese encuentro generacional nos hace toparnos, por un lado con el talento de una veteranía capaz de todo cuando alcanza niveles de magisterio, y por otro con la forja de un actor cada vez más enorme y que ha crecido ante nuestros ojos. Una despedida llena de sentido, sensibilidad y poesía en la que se dice mucho con las palabras justas y claras y con las miradas de afecto y agradecimiento por toda una vida compartida.

Un legado que al margen de no llevar ropa de luto, no agasajar con una corona de flores y poder bailar un pasodoble en homenaje se fundamenta en cumplir ese último deseo, el de una familia que encontró su fortaleza estando junta pueda volver a estarlo dejando atrás reproches, envidias y ataques de ego. Algo tan difícil de conseguir pero tan fácil de obtener cuando partiendo de una carta que nunca existió sí que se pueda expresar que simplemente se quiere y ya está porque el amar a tus seres queridos no es objetivo reconociendo que a los que más queremos es a los que más necesitamos.

“Cuéntame cómo pasó” nos dio otra lección a la hora de hacer que la realidad se imponga a la ficción, no sólo por su capacidad de transmitir emociones durante 85 minutos para la historia sino porque en un momento dramático e intenso, que evoca de nuevo a esos atentados del 11-S en el que los pasajeros que sabían su funesto destino no dudaron en mandar mensajes de "te quiero" a sus seres queridos, pueda colarse el sonido de una verbena en un contraste tan propio de la vida en el que la paleta de colores hacia que el llanto y la risa vayan de la mano o que una discusión pueda ser el prolegómeno de una reconciliación en forma de baile.

El mítico (para ese verano festivo) Yo quiero bailar de Sonia y Selena y el Como han pasado los años de Rocío Durcal en la voz de Karina (el otro feliz regreso de ese capítulo final) son la ambientación sonora en la que se abren las barreras de un puente que siempre ha estado ahí porque el amor, la familia y el legado nunca han podido derribarlo como atestigua un cielo nocturno que contempla a unos padres, en ese cúmulo de sensaciones agridulces que conforma la vida y que lleva a que unos se vayan y que otros vengan, queden reconfortados al ver lo que más pueden desear, el observar entre satisfechos y aliviados, a sus hijos abrazándose, queriéndose y necesitándose.

Y para rematar un regalo para fans en un epílogo en un lugar que no podía ser otro que el barrio de San Genaro, un escenario de nostalgia, reencuentro y todo lo que supone compartir experiencias y vida con los demás. Tres amigos que aunque sus vidas hayan tomado caminos diferentes siempre estarán unidos por ese banco que nunca fue o ese camión destartalado en un descampado en el que, entre juegos y descubrimientos, se forjaron tantos sueños por cumplir y los hombres en los que han terminado convirtiéndose. “Cuéntame cómo pasó” ha dicho adiós pero no para pasar indiferente sino para, como sólo ocurre con unas elegidas que son capaces de trascender la pantalla, vivir con nosotros para siempre.

Todos los capítulos de "Cuéntame cómo pasó" en RTVE.es

Nacho Gonzalo

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