Todo mito tiene un nacimiento y en el caso de Charlot fue relativamente pronto, seguramente porque el joven Charlie tenía dibujado en su mente el personaje, aunque necesitaba de la oportunidad necesaria para desarrollarlo. Por eso, fue ya en su segundo trabajo en el cine donde el vagabundo aparecía, aunque tanto en su etapa previa folletinesca como en su primer corto, “Charlot periodista”, el personaje ya parecía ir abriéndose paso.
Chaplin tenía dieciséis años cuando Fred Karno, el rey de la pantomima en ese momento, entró en contacto con él. Karno era el espejo en el que un chico con infancia dickensiana como la de Chaplin procura fijarse. Hijo de un artesano, y tras trabajar en varios oficios humildes, fue inventor del concepto de “sketch” que pronto se hizo muy popular y que le llevó a la fama. Propietario de tres teatros y de varias compañías, Karno era el cabeza visible de una gran expedición de cómicos y artistas que improvisaban espectáculos de variedades en Inglaterra, en Europa y en Estados Unidos. La pantomima y la mímica estaban favorecidos por la ley inglesa de espectáculos del momento que sólo permitía la voz en los music-halls en las canciones y en breves representaciones. Lo demás era baile y sobre todo mucha gestualidad expresiva.
Chaplin no causó una muy buena impresión a Karno por su aspecto débil y pálido pero con la intermediación de su hermano Sydney, que ya andaba metido en la compañía, pronto logró hacerse un hueco. ¡Y tanto que lo logró!. En apenas unas semanas, Chaplin se había convertido en la gran estrella de la compañía y Karno se vio obligado a convertirlo en absoluto protagonista porque cuando aparecía en escena siempre acababa eclipsando a las estrellas a las que Chaplin tenía que dar replica.
Cada vez era más conocido en esos ambientes de variedades londinenses y no era extraño ver pasear por la neblinosa ciudad a un joven de apenas 1´65 metros de estatura pasear muy distinguido como señal del buen momento que atravesaba. El momento de inflexión llegó a los 21 años cuando Karno tiene que enviar a una de sus compañías a los Estados Unidos, ante la creciente demanda (que proviene desde la que luego sería la meca del cine) de esos cómicos que dan grandes noches al teatro de variedades de Inglaterra. Chaplin embarca en Septiembre de 1910 y aunque Karno le había obligado a firmar un severo contrato para evitar que cualquier productor avispado le birlara su prometedora joya, los dos sabían que Chaplin llegaría a América para conquistarla.
Chaplin pasaba las tardes encarnando al borracho millonario, al eterno perdedor, al joven pícaro, y era cuestión de tiempo que el productor Mack Sennett se fijara en él. Tras una oferta tentadora, en 1914 Chaplin ya era hombre de cine (como bien se había temido Karno). El cine le llamaba y Chaplin aprendería a adaptarse a la nueva técnica porque para él no era más que una obra teatral filmada, eso si, mucho más cuantiosa económicamente que representar obras en los teatros. Después de un tira y afloja Sennett se comprometió con Chaplin a pagarle 150 dólares los tres primeros meses y 175 a partir de ese momento. Mucho más que los 50 que cobraba en el teatro.
El joven Charlie no fue muy aceptado por sus compañeros. Desentonaba dentro de una maquinaria cinematográfica y publicitaria que ya comenzaba a engrasarse con fuerza. Le apodaron “Limey”, palabra despectiva dirigida a los pobres emigrantes procedentes del Reino Unido.
Cuando Chaplin triunfó esa primera película pasaría a llamarse “Charlot periodista”, pero en su momento fue titulada “Haciendo por la vida”. Un corto de quince minutos rodado en escenarios naturales en un solo día, que era como a Sennett le gustaba trabajar. Tuvo que ser “Carreteras sofocantes”, destinada a ser un divertimento infantil, la película que atesora el honor de alumbrar al icono de Charlot.
Leahrman, otro de los productores de la compañía Keystone bajo la que se crearon los 35 primeros trabajos de Chaplin, cuenta como vivió ese momento: “Vi llegar a Chaplin vistiendo el traje que había de hacerlo célebre. Su bigote consistía ahora en un rectángulo de crepé negro, pegado bajo la nariz. Parecía encantado de aquella silueta y hacía dar vueltas al junquillo entre sus dedos. Un alfiler de ama de cría sustituía al botón que faltaba en su chaqué; aquella mañana teníamos que fotografiar una carrera de automóviles, que había de ser disputada por nuestros niños actores, que iban a servirse de coches sin ningún medio de propulsión, que partirían de lo alto de una colina denominada Venecia y recorrerían unos centenares de metros antes de llegar al malecón. Pero en cuanto vieron a Chaplin, los chiquillos, que estaban ya amontonados en un camión, se echaron a reír y lo mismo hizo Frank Williams, el operador. Entonces, yo le pedí a Chaplin que se viniera con nosotros y como, sin duda, él no tenía otra cosa que hacer, subió a nuestro coche y partimos. Y así fue como pudo verse por primera vez a Charlie Chaplin, disfrazado de vagabundo, en la película “Carreras sofocantes”, que no debía haber sido otra cosa que un divertido documental infantil, pero que se convirtió así en su segunda película.
Dos días más tarde, después de la proyección de sus trozos, Mack Sennett me dijo que encontraba muy divertido al «Limey», y que iba a colaborar conmigo en la confección de su tercera película. Mabel Normand, «partenaire» habitual de Fatty Arbuckle y de Ford Sterling, formaría parte del reparto.”
Chaplin ya había creado a su icono. Karno veía como uno más de sus cómicos acababa atrapado por la fuerza del arte del cinematógrafo. El sustituto que encontró correría también el mismo destino para desesperación de Karno. Su nombre era Stan Laurel.
Chaplin es el mejor comico que pudo pisar la tierra por que causo sensacion en el cine mundial nunca dejare de ver sus facinantes peliculas, llegara el dia en que interprete al pequeño vagabundo
Aunque en estos días la incidencia de casos por cada 100.000 habitantes haya bajado considerablemente (ahora mismo no estamos en esa zona peligrosa) y se vaya avanzando a paso de tortuga en el proceso de vacunación las cifras siguen siendo escalofriantes. Por culpa del coronavirus (COVID-19) en este mes de Febrero que acabamos de cerrar hemos tenido una media diaria de 200 fallecidos. No alcanzamos el primer trimestre y por esta causa han muerto 20.000 personas, que se suman a las decenas de miles de vidas cegadas por esta enfermedad desde que en nuestro país conocimos al puñetero bicho. Es evidente que hemos cogido tres olas (y las que nos quedan) porque somos incapaces de asumir nuestros errores y el principal de ellos es no comprender que en plena crisis sanitaria la salud pública está por encima de las libertades individuales. Por ese motivo no se pueden tolerar ni mucho menos aplaudir actitudes que atentan contra eso que todos estamos preservando: la vida. Podemos ser políticos, magistrados, empresarios, deportistas y artistas de reconocido talento o tener cualquier tipo de influencia sobre los demás que eso no nos sitúa por encima del bien, del mal y de una pandemia. Sin que nos demos cuenta, permitiendo ese tipo de gestos, por no enfrentarnos a quien vemos en una situación de poder o porque son de los nuestros, nos convierte en cómplices de lo que está sucediendo. No dejo de preguntarme.... ¿cuánto hay que seguir perdiendo para que seamos conscientes de las magnitudes de esta tragedia?.
* A los 65 años ha fallecido el reconocible actor Enrique San Franciscovíctima de una neumonía bilateral asociada al coronavirus (COVID-19). Una presencia que en los últimos tiempos estaba más presente en los medios por sus declaraciones políticas que por sus actuaciones pero en él está uno de esos nombres que representaban la disciplina del oficio a pesar de su errática carrera marcada en sus inicios por las adicciones y por un carácter en el que sus valores estaban por encima de todo. Participó en la serie “El pícaro” (1975) para TVE, cadena a la que volvería a partir de 2001 como Tinín, el dueño del bar de la serie “Cuéntame cómo pasó”. En la década de los 80 fue uno de los habituales del llamado cine “quinqui” rodando para Eloy de la Iglesia las cintas “Navajeros” (1980), “La mujer del ministro” (1981), “Colegas” (1982) o “El pico” (1983). Fue nominado al Goya como mejor actor de reparto por “El baile del pato” en 1990 y “Orquesta Club Virginia” en 1993.