"Los domingos"
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El argumento: Ainara, una joven idealista y brillante de 17 años, ha de decidir qué carrera universitaria estudiará. O, al menos, eso espera su familia que haga. Sin embargo, la chica manifiesta que se siente cada vez más cerca de Dios y que se plantea abrazar la vida de monja de clausura. La noticia pilla por sorpresa a toda la familia, provocando un abismo y una prueba de fuego para todos.
Conviene ver: “Los domingos” es una auténtica proeza por la capacidad de generar debate sin polemizar, enjuiciar o dogmatizar partiendo de una premisa que puede parecer bizarra en la sociedad de hoy pero que pone a la religión en un punto no crítico o satírico sino que parte de un despertar iniciático, como el de tantos que hemos visto en el cine, como el de una adolescente con un futuro prometedor, inteligente y querida por los suyos, que siente una llamada vocacional que le hace querer ser monja. Alauda Ruiz de Azúa se consagra definitivamente en nuestro panorama audiovisual tras la lúcida “Cinco lobitos” (2022), sobre los claroscuros de la maternidad y los cuidados, y la rotunda “Querer” (2024), un impactante retrato sobre el consentimiento y los roles de género cuando una acusación dinamita un ecosistema familiar. En “Los domingos” es una película sutil, transparente y certera pero también compleja, estimulante y ambigua alternando momentos de luz con otros de desolación, arrebatos de inspiración con otros de decepción, reflexionando sobre temas espinosos pero no provocando el conflicto, algo tan habitual en la confrontación de hoy en día, sino intentando favorecer el entendimiento. Cada uno puede tener su experiencia, sus creencias y su narrativa pero la película sabe explorar grises sin etiquetar entre buenos y malos ya que sólo hay personas que intentan hacer lo que consideran que es correcto sin pensar que hacen mal a nadie. Amparadas en lo que creen que es mejor para aquel que quieren en base a lo que han vivido y lo que sienten aunque, desde la perspectiva del otro, pueda ser visto como algo egoísta o interesado.
La película se mueve en un terreno sobrio pero siempre efectivo e inteligente en el que cada escena, detalle, mirada, réplica o silencio está medida. Sobre una formalidad austera y un tono ambiguo, Alauda Ruiz de Azúa no pretende responder dudas ni convertir a ninguna causa sino que expone y plantea para que surjan las preguntas lo cual nos enriquece como sociedad más que vivir en el estigma, la crispación y el odio. Entre ir a la universidad y formarse en un convento, la diatriba de Ainara, la mayor de tres hermanas, provoca en los suyos sorpresa, estupor, incredulidad y, porqué no, cierta desesperación cuando el empeño persiste frente a un pragmatismo terrenal que intenta promover Maite, la tía de la joven, la cual ha asumido por las circunstancias una figura maternal, y que si bien defiende el respeto ante todo no es capaz de entender lo que mueve a una joven a dar ese paso que rompe todos los esquemas después de que ella misma haya renegado por un entorno marcado por la creencia religiosa transmitida en el seno de esa familia de generación en generación. Al igual que los de un padre, Iñaki, más preocupado por la reforma de su restaurante y por una nueva relación a la que intenta introducir en el día a día familiar, que aunque propugna el “laissez faire” no entiende esa fase de prueba y error, de interés y descubrimiento, en el que Ainara es capaz de darse un lote con un chico mientras piensa si meterse a monja y vemos el coro juvenil al que pertenece ensayando una versión de Into my arms de Nick Cave.
“Los domingos” no es una película fácil en su desarrollo pero sabe mantener un equilibrio que trata con inteligencia al espectador y que en ningún momento fuerza la situación de manera efectista. Patricia López Arnaiz borda el papel de esa tía que al principio ve esto como un capricho pero que, poco a poco, siente rabia e impotencia ante el hecho de no poder cambiar el rumbo de lo que desea su sobrina, al igual que una estupenda Nagore Aranburu como la hermana Isabel, entre el candor, la rectitud, la rigidez y el poder embaucador a la hora de contar con una nueva sierva de Dios bañando de buenas palabras en tono calmado quizá un interés de supervivencia para una vocación con cada vez menos adeptos en nuestro país. ¿O es sólo un faro para adolescentes en busca de un lugar? ¿Quién es más interesado/a? ¿Esa monja que intenta reclutar a la joven prometiéndole un futuro de orden, paz y fe? ¿Una tía que busca por todos los medios reafirmar que su posición es la correcta y que su sobrina cambie de idea promoviéndola a que se saque una carrera, viaje, salga a la vida y que experimente? ¿Un padre con problemas económicos que en el fondo sabe que tendrá así una boca menos que alimentar y que accede a que su hija se vaya con las monjas cuando descubre que no le cuesta dinero? En contraposición Ainara nunca se lamenta o se victimiza, podría hacerlo por estar en la edad en la que está o ser huérfana de madre, sino que busca el camino correcto para un amor que siente y que trasciende lo que puede ser verbalizado o tangible. Lo fácil sería seguir el camino que los demás y la sociedad tenían preparado para ella pero sino no sería su historia. Alauda Ruiz de Azúa no denuncia sino que cuestiona y explora temas que son incómodos, hasta perturbadores, que se prefieren pasar por alto, abordándolos con madurez y con la humildad de no creerse en posesión de ninguna verdad y siendo su principal característica una complejidad que desarma pero tan precisa como reveladora.
Una película que utiliza la premisa de la religión, con pequeños gestos como la rutina de ir a misa, la colectividad que genera el coro o las reuniones de grupo que derivarán al inicio de un noviciado en el que terminará primando la soledad introspectiva, para abordar el tema fundamental de la obra de Ruiz Azúa, la presión y el peso de un estamento familiar que acoge y construye pero que también condiciona y asfixia como bien refleja una casa en la que esos pasillos estrechos con pocas luces es un personaje más percibiéndose la tensión cuando Ainara confiesa a su tía su vocación y ésta descubre que lo dice en serio o cuando la hermana Isabel recrimina a la joven casi imperceptible el que ésta no le haya contado un secreto. Ainara quiere abrazar el rito que implica su llamada, tras una vida en la que la religión ha estado presente desde el ámbito familiar y educativo influyendo en su surgida vocación, avivado por una dulzura que genera una sensación de consuelo que puede confundir a unos y reafirmar a otros en unos años de juventud tan volubles y cambiantes, pero choca con un mundo familiar el que lo importante no es que unos y otros sean ateos sino la incapacidad de entender que le mueve a ello ya que, con esta decisión, Ainara escapa del rol que tenían predefinido para ella. Un juego de espejos en el que se dan cita las motivaciones y creencias de cada uno chocando tanto la tradición de la fe, con sus claroscuros y coartaciones, y la de la familia, con sus anclajes y rutinas en forma de comidas de domingos en las que se comparte mesa manteniendo las apariencias a pesar de que ya no haya mucho que contar. Blanca Soroa deslumbra destilando enigma e incertidumbre alternando confusión con determinación en un personaje difícil, entre lo lúdico y lo religioso ya que su vocación no está reñida con la edad que tiene, pero que resuelve con aplomo respaldada por un reparto en estado de gracia (a destacar al convincente Miguel Garcés, al cuerdo robaescenas Juan Minujín y a la conmovedora Mabel Rivera) pero sobre el que hay que destacar una escena memorable como aquella que comparten Patricia López Arnaiz y Nagore Aranburu cuando la segunda le pregunta a la primera, con una calculada serenidad, si ella es creyente. Una película que es capaz de estimular y de enriquecer a uno por el hecho de hacerle pensar en un mundo que no da muchas oportunidades para ello. ¿En qué momento la libertad y el respeto que se propugna se mantiene cuando va en contra de nuestras convicciones? ¿Dónde están los límites de la tolerancia? “Los domingos” nos pone frente a frente con nuestras creencias y pensamientos, dinamitando nuestros paradigmas de confort, y nos hace ir más allá de aquello que creíamos asentado al depender del cristal con el que se mire y llevándonos a una resolución final, que en el último encuentro entre Ainara y Maite se sabe que no será definitiva, pero en la que precisamente por el prisma que se adopte tiene mucho de desolador pero también de liberador.
Alauda Ruiz de Azúa no transita caminos obvios o facilones, nunca lo ha hecho, y presenta una película valiente, inteligente y que defiende el derecho a intentar ser libre por uno mismo y equivocarse en el intento ya que nadie es quien para imponer al otro cuando sólo uno debe de gobernar sobre sí mismo. Un ejercicio modélico, arriesgado y transparente dentro de todo lo que aborda suponiendo todo un acierto ya que, bajo su apariencia tranquila, emergiendo el respeto frente a la manipulación, no deja de ser una película contestaria frente a un mundo de etiquetas, dogmas y encasillamientos en el que estás conmigo o estás contra mí. Es por ello que se agradece que la película no sermonee ni busque una conclusión, cada cual tendrá las suyas, sino que presente a unos personajes auténticos que, se conecte más o menos con ellos, tienen sus razones más que comprensibles para actuar como lo hacen. Es esa la ambigüedad enriquecedora que reside en “Los domingos”, no hay buenos y malos, sino un amor en forma de determinación por un lado y de proteger al que queremos por otro, aunque lo que para uno pueda ser la solución para otro no lo sea, debatiéndonos entre el corazón y la cabeza, el pragmatismo o la ilusión, huyendo como queremos todos del temor más profundo y compartido; el de construir una vida infeliz e insatisfecha con la sensación de fracaso bañada por la amargura de pensar que se ha cogido el camino incorrecto.
Conviene saber: Concha de Oro a la mejor película en el Festival de San Sebastián 2025.
La crítica le da un OCHO

(4 votos, media: 4,00 de 5)









