Cannes 2025: Oliver Laxe fascina con su rave en el desierto y Dominik Moll retrata el abuso policial
Querido Teo:
Oliver Laxe ha revolucionado con “Sirat” lo poco que llevamos todavía de Festival de Cannes. Su nuevo trabajo es una envolvente y siempre intrigante deriva por el desierto que conecta los universos de Werner Herzog y de “Mad Max” con los de Gaspar Noé y "Apocalypse Now" en la que va a ser una de las cintas de mayor largo recorrido, y quizá mayor popularidad, del director que ya ganó el premio del Jurado de la sección Una cierta mirada con “Lo que arde” (2019). Además, en esta tercera jornada, se ha podido ver también a concurso “Dossier 137” de Dominik Moll, en realidad una concesión de la competición al cine francés.
“Sirat” (Oliver Laxe) // Sección Oficial
Luis (Sergi López) y su hijo Esteban (Bruno Núñez) llegan a una rave perdida en medio de las montañas del sur de Marruecos. Buscan a Mar, su hija y hermana, desaparecida hace meses en una de esas fiestas sin amanecer. Reparten su foto una y otra vez rodeados de música electrónica y un tipo de libertad que desconocían hasta la fecha. Allí deciden seguir a un grupo de raveros en la búsqueda de una última fiesta que se celebrará en el desierto, donde esperan encontrar a la joven desaparecida.
“Sirat” es un excepcional viaje sensorial hacia ninguna parte en una rave liberadora que deriva en peregrinaje por el vasto y mortífero desierto de Marruecos conviviendo con dolor y fantasmas, a golpe de sintetizador y con escenas que voltean en lo que es ya toda una proeza de Oliver Laxe. Todo a través de un grupo de personajes, eternos nómadas que con la excusa de vivir ese desenfreno orgiástico de música y baile sin descanso, en realidad huyen de un entorno capitalista que les expulsa y un trauma vital que les hace llevar una mochila a cuestas y de la que no podrán deshacerse incluso aunque rompan con todo.
Es por ello que el inicio es ya una declaración de intenciones cuando se nos presenta a un grupo de raveros (reconvertidos como actores para la ocasión) que, dentro de su aparente hedonismo hippy y marginal entrando en éxtasis ante el chute de música electrónica como válvula de evasión y escape, terminarán definiéndose durante la película haciendo gala de su radicalismo frente a lo establecido pero también de su coherencia con el modo de vida que han elegido. Todo ello tras un prólogo de cuarenta minutos en el que se les presenta y el espectador entra de lleno en esa atmósfera, tras el cual aparece el título del film, convirtiéndose unos y otros, frente a los recelos iniciales, en compañeros, cómplices y paños de lágrimas, tras acelerar con esos furgones huyendo de la policía marroquí en un camino hacia un lugar indeterminado cerca de Mauritania al que el destino les ha llevado a todos ellos. Oliver Laxe nos sumerge en una apasionante y peligrosa travesía en la que llegar a esa fiesta es la excusa, el polvo del desierto es la compañía, los víveres y el combustible el bien más preciado y el LSD la vía para un lugar en el que sus cicatrices interiores ni se hagan visibles ni duelan.
Dos estilos de vida que, inesperadamente, tendrán que ir de la mano defendiendo la solidaridad del grupo frente al individualismo y codicia de la sociedad de hoy en día. Y es que ese es uno de los aspectos enriquecedores de una cinta que tiende puentes con el diferente no sintiéndose avergonzando de pedir ayuda al otro y también estar dispuesto a darla aunque, seguramente, en otro escenario (desde la posición moral y social que da el sistema) unos y otros se hubieran mirado con prejuicio y desdén. Una comunidad que colabora, que resuelve los problemas sobre la marcha (bien sea cruzando un río, salvando a un perro de una sobredosis, o sacando una sonrisa con un muñón haciendo de cantante improvisado) y que no enjuicia ni culpabiliza dejando brotar la honestidad y la humanidad en un mundo que agoniza lo que convierte a esta cinta en un hermoso y valiente alegato político y combativo.
Todo es de todos, desde la comida hasta las decisiones con el viaje como propósito pero sin pensar en las consecuencias que puede tener ello ya que, de lo contrario, uno no tomaría la mayor parte de las decisiones que nos hacen estar vivos y que también pueden promover el mundo en el que creemos frente a un orden mundial que da muestras de agotamiento y que está pidiendo un reseteo. Un trance hipnótico y sensorial con los miedos del presente hacia la amenaza de un abismo lleno de incertidumbres.
La cuarta película de Oliver Laxe es también su trabajo más ambicioso (cuenta con la producción de El Deseo con los hermanos Almodóvar al frente y también con Movistar+) destacando por su mezcla de géneros (entre el drama familiar, el western, la aventura y el thriller) pero dejando patente su sello de autor, espiritualidad y personalidad detrás de la cámara contando nuevamente como aliado con Mauro Herce en la dirección de fotografía partiendo de una estética granulada, atemporal y trascendental y luciéndose en las panorámicas. Un trabajo arriesgado, radical y libre que sin abandonar un existencialismo de autor apuesta por el ritmo y por un ejercicio de altura a todos los niveles.
"Sirat" es una experiencia cautivadora que no sólo luce en lo técnico (montaje, fotografía, música) sino en una narración que mantiene alerta y que no queda no exenta de sorpresas con unas decisiones tan arriesgadas como fascinantes llevándonos desde el drama existencial hasta el thriller permitiéndose incluso, sin ser efectista, un giro a mitad película que deja con el estómago encogido y que muestra como los golpes de la vida están esperando en cualquier esquina por mucho que la película se contagie de esa burbuja de aparente irrealidad.
Sergi López está magnífico como ese padre que lleva cinco meses en búsqueda de su hija y que se mueve entre la determinación, la rabia y la desolación reivindicándose, una vez más, como intérprete (siempre algo infravalorado) con este título. Todo ello con la compañía de su hijo, su perra, una furgoneta cada vez más destartalada a prueba de las inclemencias a su paso y el hecho de no saber si hizo lo correcto cuando decidió echarse al desierto cada vez que cae de bruces durante el camino.
Todo ello en un título que a buen seguro puede estar en el palmarés del Festival de Cannes en la zona alta y que ha impactado y fascinado frente a apuestas más aborregadas y obvias siendo un soplo de aire fresco inmersivo a ritmo de sintetizador y vacío vital con escenas y sonidos entre bajos de technohouse y puntos tribales que se quedan en la memoria aludiendo el título de la película puente estrecho que conecta el mundo terrenal con el más allá lo que define el propósito de Laxe con este cinta de llevarnos a un terreno trascendental para enfrentarnos a nuestras contradicciones terrenales y abrazar algo más puro que dé consuelo y paz defendiendo que si lo que se ve en el horizonte es el fin del mundo al menos que el mismo nos pille bailando y en compañía.
“Dossier 137” (Dominik Moll) // Sección Oficial
Stéphanie, agente de policía de Asuntos Internos, es asignada a un caso relacionado con un joven gravemente herido durante una tensa y caótica manifestación en París. Si bien no encuentra pruebas de violencia policial ilegítima, el caso adquiere un cariz personal al descubrir que la víctima es de su ciudad natal y transformará el caso 137 en algo más que un simple número.
“Dossier 137” es un procedimental con el que Dominik Moll se ha ganado su tercera participación en la competición tras arrasar en los César con su anterior cinta, “La noche del 12” (2022), y veinte años después de las críticas desiguales generadas por “Lemming” (2005). La cinta no deja de ser un potente drama policial que mete el dedo en la llaga sobre los límites del deber de un estamento tan sensible y singular con Léa Drucker como agente de Asuntos Internos que investiga el abuso policial en una manifestación en plena época de las revueltas de los chalecos amarillos en 2018 pero que ve su dignidad, ética y sentido de justicia atrapada por el corporativismo del sistema.
Un trabajo desagradecido, tanto por la burocracia que implica como por el hecho de tener que buscar las vueltas a las actuaciones de tus compañeros lo que siempre genera rechazo, que no lleva a mitigar el empeño de una mujer que, si bien ve como poco a poco el asunto se tiñe de componentes personales, se enmarca dentro del movimiento social que llevó a muchos jóvenes viajar en grupo desde diferentes lugares de Francia en viajar a París para unirse a la causa reflejando el descontento en las calles a las políticas de Macron dirigidas a la clase trabajadora pero derivando todo ello en altercados, violencia y un episodio real en el que se basa Dominik Moll, el cual parece querer perfeccionar las claves del policiaco contemporáneo, centrado en las consecuencias vividas por un joven el cual fue disparado por la policía en la cabeza dejándole importantes secuelas tanto en el habla como en su día a día desde entonces.
Léa Drucker resuelve la cinta con sobriedad y aplomo como esa mujer que empieza a obsesionarse con ese caso llegando hasta el límite en el intento de reconstruir los hechos, entre entrevistas e imágenes de vídeo, y poner en evidencia a los sospechosos, lo cual le hará toparse con los intereses de un cuerpo que, en el fondo, lo único que quiere es proteger a los suyos y mirar hacia otro lado para no potenciar de cara a la opinión pública el lado más abusivo del cuerpo. Una impunidad que le hará encontrarse impotente ante la situación mientras los medios de comunicación tampoco ayudan creando un ambiente de psicosis generando una inseguridad que estigmatiza la actuación de los jóvenes. Todo ello salpicado por el propio día a día de una mujer separada, con un hijo y que empieza a encontrar cierta paz a la tensión de su trabajo viendo vídeos de gatitos.
“Dossier 137” es una película solvente que hace partícipe al espectador de la investigación policial no renunciando a la dureza del tema y en cómo una jornada de compromiso y protesta en la que se embarcan esos jóvenes con la mejor de las intenciones puede derivar en tragedia ante la actuación de un cuerpo policial que tiene que calibrar muy bien cualquier intervención para no transgredir los límites. El amparo de los que mandan y la desprotección del sistema, así como la desconfianza ciudadana que implica, generan desasosiego en una cinta más que digna y efectiva, que sabe centrar su mensaje aunque sea algo aleccionadora, pero que no deja de ser una concesión al cine francés en una competición que le viene grande por no dejar el suficiente poso a pesar de su acertada secuencia final dedicada a la joven víctima que cargará siempre con las consecuencias de esos hechos mientras los culpables podrán seguir con sus vidas debido a un sistema manipulado creado para tapar sus vergüenzas.
“Amrum” (Fatih Akin) // Cannes Première
En Cannes Première se ha visto también “Amrum” de Fatih Akin. Un "Jojo Rabbit" más dramático y nostálgico a través de la mirada de un crío, en una comunidad rural de una isla rodeada de focas, fascinado por el nazismo que ve que el mundo que había creado se derrumba ante la rendición alemana. Todo ello mientras intenta alegrar la vida de una madre que ha caído en depresión tras su tercer parto en una cinta de atmósfera malsana pero sazonado por esa perspectiva entre inocencia y determinación en la que el día a día por la supervivencia se encara también como un juego.
Primavera de 1945. En los últimos días de la Segunda Guerra Mundial, Nanning, un niño de 12 años, desafía sin miedo los traicioneros mares para cazar focas, sale a pescar por la noche y cuida incansablemente los campos de la cercana granja Bendixen para ayudar a su madre a alimentar a la familia. Ante la ausencia de su padre, Nanning confía en su inquebrantable amistad con Hermann para que le apoye en momentos de necesidad.
La historia está coescrita por Hark Böhm que adapta sus propias memorias adentrándose en el contexto de la época y en los secretos que rodearon a su familia durante su infancia en la isla alemana de Amrum y en cómo aquellos fervorosos del nazismo tuvieron que adaptarse a la nueva realidad después de pensar que no había otro mundo más que ese. Un trabajo emotivo, bellamente fotografiado y que arroja un gran trabajo del crío protagonista Jasper Billerbeck aunque el conjunto esté lejos de dejar poso.
Otras películas
* En Una cierta mirada se ha podido ver “La misteriosa mirada del flamenco” de Diego Cespedes, un western que enarbola lo comunitario y la identidad “queer” con canciones de Rocío Jurado en una alegoría de la lucha contra el sida y resuelto con rabia y frescura.
* En Quincena de Cineastas ha convencido “Left handed girl” de Tsou Shih-ching, la historia de una madre soltera y sus dos hijas que regresan a Taipei tras varios años viviendo en el campo para abrir un puesto en un bullicioso mercado nocturno. Cada una a su manera, tendrán que adaptarse a este nuevo entorno para llegar a fin de mes y conseguir mantener la unidad familiar.
Nacho Gonzalo