Cine en serie: Al otro lado del espejo de "MobLand: Tierra de mafiosos"
Querido Teo:
Desde principios de siglo, el número de bandas criminales identificadas oficialmente en el Reino Unido se ha triplicado. Si en el año 2000 se contabilizaban unas 1.500 organizaciones, hoy superan las 5.000. Las cifras oficiales hablan de más de 200.000 personas relacionadas directa o indirectamente con actividades delictivas organizadas. "Mob" es un término coloquial usado en Inglaterra para mafia, "MobLand" significa literalmente "país de mafia" y esta serie la protagonizan Pierce Brosnan y Helen Mirren. Él encarna a un líder mafioso de la vieja escuela, un criminal elegante, con una frialdad al borde de la explosión, pero siempre calculador; mientras ella da vida a una mujer implacable, sin arrepentimientos ni miramientos cuando cree proteger la posición del clan. La familia que ambos controlan se ve envuelta en una guerra con otra organización, y los conflictos internos, las traiciones y las estrategias de supervivencia marcan cada episodio, que siempre termina con un giro que activa el intenso deseo por llegar al siguiente, el que inspiró la etiqueta de "Asesino en serie" que comenzó a usarse en el FBI en los años 80.
La serie muestra reuniones en clubs exclusivos, chantajes en despachos legales y cenas de lujo mientras se conspira, se mata o se traiciona. En la realidad hace tiempo que las familias de delincuentes autóctonas, la vieja escuela, siguieron el camino de las norteamericanas, pasándose a la delincuencia financiera, legalizada y protegida por intereses comunes con el mundo de la política y del ámbito judicial.
En la pantalla todo tiene un ritmo cuidado, una estética envolvente, una lógica narrativa. En las calles de Londres, Liverpool, Manchester o Glasgow, lo que hay son cifras frías, barrios atemorizados, madres que lloran a sus hijos y un sistema judicial colapsado por la complejidad de perseguir a redes que se regeneran a mayor velocidad de lo que permite la ley.
El Reino Unido ha desarrollado algunas herramientas eficaces, como la colaboración internacional, la infiltración de agentes o la explotación de plataformas digitales para obtener pruebas. Sin embargo, el sistema parece ir siempre un paso por detrás. Por cada banda desarticulada, surgen dos nuevas. Por cada intervención exitosa, hay diez delitos sin resolver. El crimen organizado en suelo británico no es sólo una cuestión de violencia o drogas: es calificado por los expertos de fenómeno estructural, social, cultural y económico.
Londres es la ciudad más vigilada del mundo. Se estima que hay entre medio millón y setecientas mil cámaras repartidas por la capital y sus alrededores. Aunque muchas pertenecen a negocios o comunidades privadas, una parte importante está gestionada por autoridades locales y cuerpos de seguridad. El coste anual del sistema público de videovigilancia ronda los treinta millones de libras, una cifra que sigue creciendo a medida que se incorporan tecnologías de inteligencia artificial y mantenimiento de redes en expansión.
Los distritos con mayor densidad de cámaras han destinado hasta varios millones al año para su funcionamiento, incluyendo instalaciones, actualizaciones, vigilancia humana y análisis de imágenes. En los delitos contra la propiedad, especialmente robos de vehículos, su efectividad está comprobada. En algunos casos, se han registrado descensos de hasta el 40% tras instalar sistemas bien gestionados. En los aparcamientos públicos, donde las condiciones permiten una vigilancia constante y sin interrupciones, las cámaras han contribuido a una reducción clara de incidentes delictivos.
Sin embargo, su impacto en delitos violentos como agresiones o asesinatos es mucho más limitado. En estos casos, el uso principal es a posteriori, para identificar sospechosos o reconstruir movimientos. Muchos operadores destacan que el simple hecho de saber que hay cámaras no disuade a criminales violentos, especialmente en zonas con alta concentración de delitos. En realidad cerca del 40% de las cámaras no son útiles y por eso los informes más recientes recomiendan centrarse en calidad, no cantidad: menos cámaras, mejor posicionadas y con operadores formados para el uso de la IA.
La serie protagonizada por Brosnan y Mirren ha sido un éxito de crítica y audiencia, en parte porque conecta con esa imagen casi romántica del mafioso británico, mezcla de gentleman y asesino. Pero si uno rasca debajo del guion, lo que queda es una radiografía del poder, la lealtad y la podredumbre. En eso, la ficción acierta. Lo que muestra menos es el dolor de las víctimas, el miedo en los barrios, la impotencia de los cuerpos policiales o el coste humano de cada decisión.
Quienes vemos la serie nos sentimos atraídos por el carisma de sus protagonistas, la tensión de cada escena y el juego de traiciones constantes. Se puede dedicar luego unos minutos a conocer algo de la realidad que la serie evoca. En la ficción televisiva hay glamour, miradas frías y diálogos brillantes; en la vida real el crimen organizado británico es una maquinaria violenta, compleja y con ramificaciones que superan cualquier libreto. Fuera de la pantalla la realidad elimina estilo y suma muchas más víctimas.
Las actividades van desde el narcotráfico y la trata de personas hasta el robo a gran escala, el blanqueo de capitales o el crimen cibernético. Londres es uno de los principales centros de operaciones y, aunque hay presencia de estructuras históricas autóctonas, muchas de las redes están en manos de grupos transnacionales.
Los cárteles albaneses dominan el mercado de la cocaína, valorado en miles de millones de libras, y tienen acuerdos de distribución con mafias locales y extranjeras. También operan bandas de origen bengalí, turco-chipriota, nigeriano, ruso o somalí, que se reparten los territorios y compiten ferozmente por el control del tráfico de drogas, sobre todo fentanilo, una sustancia cuya expansión preocupa a las autoridades por su letalidad y facilidad de distribución.
En Liverpool, una de las organizaciones más conocidas en la última década ha sido una banda que emergió a principios de los años 90 y se hizo fuerte en el tráfico de drogas y la extorsión. Durante años operó con impunidad hasta que fue desarticulada tras la intervención de una red de comunicaciones encriptadas. En uno de sus ajustes de cuentas resultó asesinada una niña de nueve años, un hecho que conmocionó al país entero y sirvió como símbolo del grado de brutalidad con que actúan estas estructuras.
En el este de Londres actúan bandas callejeras que podrían parecer pandillas juveniles, pero que en realidad son organizaciones con jerarquías bien definidas, conexiones internacionales y una economía propia basada en la explotación de menores, los apuñalamientos selectivos y el tráfico de armas y estupefacientes. Los enfrentamientos entre ellas, muchas veces documentados en redes sociales por sus propios miembros, dejan un reguero de cadáveres adolescentes que rara vez ocupan titulares más de un día.
También destaca la presencia de grupos familiares asentados en barrios del sur de la capital desde los años 80. Estos clanes, algunos de origen turco-chipriota, han participado en grandes robos, control de clubes nocturnos, tráfico de heroína y enfrentamientos con bandas emergentes. Durante años fueron considerados los sucesores naturales de las mafias de los años 60 y, aunque parte de su poder ha menguado, siguen siendo influyentes.
En paralelo, existen redes más discretas pero igual de efectivas, como las mafias rumanas especializadas en trata de mujeres, los robos de vehículos de alta gama exportados en cuestión de horas o el uso de identidades falsas para cometer fraude a gran escala. El crimen tecnológico, por su parte, ha experimentado un crecimiento exponencial con el auge de las criptomonedas, los ataques a servidores financieros y el uso de adolescentes como cebo para estafas, chantajes o "grooming".
En relación con el trágico asesinato de la niña de nueve años en Liverpool, el caso ocurrió en agosto de 2022. La pequeña, llamada Olivia Pratt-Korbel, fue alcanzada por una bala cuando un hombre armado entró a la fuerza en su casa mientras huía de otro. El hecho estremeció al país por la aparente indiferencia de los criminales hacia la vida de los inocentes. Olivia murió en brazos de su madre, que también resultó herida. Este crimen reavivó la presión sobre las autoridades para frenar el auge de las bandas armadas en entornos residenciales.
La banda más conocida de Liverpool durante los años anteriores fue una organización familiar conocida como los Fitzgibbon. Los hermanos que lideraban el grupo mantenían una estructura cerrada, basada en la confianza total entre parientes y en la intimidación brutal. Su caída se produjo tras una compleja operación de escucha encubierta que permitió probar su implicación en el tráfico de drogas, lavado de dinero y extorsión. Su influencia, sin embargo, dejó una estela de violencia que todavía persiste en los suburbios de la ciudad.
Los creadores de "MobLand: Tierra de mafiosos" han declarado en entrevistas que se inspiraron directamente en la evolución del crimen británico contemporáneo. "Queríamos mostrar lo que ocurre cuando las reglas del viejo mundo mafioso se enfrentan a la brutalidad sin rostro de las nuevas generaciones", dijo uno de los guionistas. La producción, rodada en su mayor parte en localizaciones reales del Reino Unido, se benefició de la asesoría de antiguos agentes de policía y periodistas de investigación para aportar veracidad a las tramas. Helen Mirren confesó que aceptó el papel porque le ofrecieron la oportunidad de encarnar a un personaje femenino con poder real, ambigüedad moral y una historia personal que va más allá del cliché.
Una serie muy bien hecha hasta estar entre las favoritas del año. Sin desmerecer a Brosnan, qué impresionante está Helen Mirren.
"MobLand: Tierra de mafiosos" puede verse en España en SkyShowtime
Carlos López-Tapia

























