Cine en serie: "La novia", amores enfrentados

Cine en serie: "La novia", amores enfrentados

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Querido Teo:

La serie no nace de un guion original: es la adaptación televisiva de una novela de Michelle Frances, y eso se nota desde el primer minuto. Hay estructura, hay un andamiaje de suspense probado en papel, hay un pulso psicológico que entiende que la intriga no va sólo de lo que ocurre, sino de quién lo cuenta y cómo lo interpreta. Una miniserie de seis episodios con una doble mirada que funciona como un imán: la de Laura, madre perfecta con un radar afinado para la amenaza, y la de Cherry, la joven que irrumpe en esa familia con una mezcla ambigua de candor y cálculo. Dos voces, dos versiones que se contradicen y nos obligan a elegir bando a cada escena.

La eficacia de la serie está en su propia sencillez. No pretende reinventar el thriller. Lo que ofrece es precisión: una escalada de pequeñas sospechas que se vuelven veneno. Y lo hace con el control de quien sabe dosificar. No hay fuegos artificiales, hay goteo. El capítulo no explota: aprieta. Y en ese apretar, Robin Wright y Olivia Cooke llevan el peso con autoridad.

Wright, además de protagonizar, dirige episodios y marca el tono con una frialdad elegante. Su Laura no es una villana; es una madre que confunde amor con control. Cada gesto está medido: una mirada al móvil, un silencio frente al hijo, una sonrisa que no termina de calentar. Ese matiz es esencial: Laura cree que protege, pero también protege su propia idea de familia, su relato ideal. Cuando ese relato se deshilacha, saca las uñas. Y Wright hace que entendamos ese impulso, aunque nos asuste.

En el otro extremo, Cooke construye a Cherry con una energía que mezcla vulnerabilidad real y un posible filo oportunista. La vemos trabajar, equivocarse, pelear por un lugar que parece que siempre se le niega; pero también la vemos jugar con la línea de lo permitido. ¿Es una escaladora social o es una joven sitiada por prejuicios de clase? La serie te despierta la duda una y otra vez, y Cooke sostiene esa ambigüedad con una interpretación impecable: es dulce cuando conviene, es dura cuando toca, y nunca permite sentir la tranquilidad de poder etiquetarla.

Entre ambas, Laurie Davidson como Daniel hace de bisagra ingenua y, a veces, perturbadoramente dócil: el premio por el que compiten dos amores que, empujados a su límite, se vuelven peligrosos. Y ahí está el núcleo del asunto: dos amores distintos, pero igual de intensos, que pueden convertirse en perdición. El amor de madre, asentado, orgulloso, que a fuerza de cuidar puede asfixiar. Y el amor romántico, impetuoso, nuevo, que quiere romper la cerradura del pasado y reclamar su casa.

"La novia" muestra cómo esos amores, cuando dejan de escuchar y sólo quieren vencer, se contaminan. La protección se transforma en vigilancia. La pasión se convierte en obsesión. Y el hijo, el amante, el premio, queda atrapado. Nada de esto es extraordinario, y precisamente por eso te atrapa: lo reconoces. Has visto esas dinámicas en tu entorno, en conversaciones de sobremesa, en familias que se dicen “muy unidas”. La serie sólo las pone bajo una lámpara fría y sube el volumen.

La puesta en escena, entre Inglaterra y España, es cómplice de ese plan. Hay pocos golpetazos de montaje; lo que domina es la alternancia de perspectivas. Un mismo hecho narrado desde otra mirada cambia de forma, como si nos moviesen el suelo medio centímetro. Ese recurso, si se usara mal, cansaría. Aquí, bien administrado, te mantiene en la silla. Hace que cualquier certeza sea provisional.

Laura te convence y, a los dos minutos, Cherry desmonta su discurso. Cuando por fin crees que ya lo tienes claro, aparece un detalle mínimo, una frase encontrada, una llamada a destiempo, y vuelves a cero. Esta elasticidad de la verdad es el juego central de "La novia". Y es un juego que requiere intérpretes con control. Wright y Cooke lo tienen.

Quien busque la sorpresa imposible, el giro que nadie vio venir, quizá se decepcione. "La novia" juega a otra cosa: colocarte frente a lo humano cuando se envenena de amor mal entendido. Su fuerza no está en el qué, sino en el cómo. En un subtexto que destila clase social, maternidades ideologizadas, expectativas sobre el éxito, prejuicios sobre quién merece a quién. Y en ese territorio, la serie golpea con inteligencia.

Tiene momentos de crueldad seca, decisiones torpes que, por verosímiles, se sienten más que cualquier pirueta. Cuando la perdición asoma, no lo hace con música de horror: lo hace con lógica. Y eso, hablado ante micrófono, es lo que le da pegada: puedes contar la trama sin adornos, y la tensión atraviesa igual.

En resumen: "La novia" no resuelve la eterna disputa entre madre y novia; la pone en una jaula de cristal y te sienta delante. Te hace escuchar ambas historias, te obliga a desconfiar de tus propios sesgos y te invita a aceptar que, a veces, amar es la coartada perfecta para destruir. Adaptada con nervio de la novela de Michelle Frances, sostenida por una Robin Wright quirúrgica y una Olivia Cooke eléctrica, la serie demuestra que puede ser hipnótico que cuando el amor empuja sin freno, no redima, arrastre.

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"La novia" puede verse en España en Amazon Prime

Carlos López-Tapia

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