Cine en serie: "M. El hijo del siglo", la serie que desafía a la Italia de Giorgia Meloni

Cine en serie: "M. El hijo del siglo", la serie que desafía a la Italia de Giorgia Meloni

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Querido Teo:

"M. El hijo del siglo" ha sido dirigida por el británico Joe Wright, autor de adaptaciones en el cine de clásicos literarios como "Orgullo y prejuicio" o "Anna Karenina" y una buena aproximación a un personaje de la talla de Winston Churchill, y tiene como protagonista al actor italiano Luca Marinelli en el papel del dictador. Wright y Marinelli nos meten en el mundo apocalíptico que alumbró en 1919 la fundación de los Fasces Italianos de Combate por parte de Mussolini, alimentado por la rabia del fracaso en la Primera Guerra Mundial, narrando la violencia que sus Camisas Negras ejercieron contra los socialistas hasta llegar al poder en 1922 e instaurar su dictadura. La primera ministra italiana no dudó en expresar públicamente su negativa a dedicar su valioso tiempo a ver la serie inspirada en la novela histórica del escritor Antonio Scurati, llevada a la televisión tras ser alabada y elevada a el mejor tratamiento sobre el nacimiento del fascismo por la mayoría de los críticos desde su paso por Venecia y Toronto.

El discurso ante el parlamento italiano que inicia el régimen dictatorial que vivió Italia durante veinte años se produjo el 3 de enero de 1925. Hace casi exactamente un siglo. Giacomo Matteotti había sido asesinado unos meses antes y la serie no escatima en contar a los espectadores los detalles más atroces de una tragedia que representa uno de los hitos de la historia europea. Pero esta serie no se encierra en el pasado, como lo hacen la mayoría de los dramas de época. Al contrario, emplea recursos para traernos al mundo más cercano, rompiendo eso que se llama la cuarta pared, haciendo que Mussolini nos hable y pasen páginas del siglo XX a un ritmo frenético con una música correspondiente a la época actual que, al principio, desconcierta y luego se revela como un acierto.

El estreno ha sido menospreciado por los dirigentes del partido italiano de la primera ministra Giorgia Meloni, los ultraderechistas Hermanos de Italia, formación que se considera heredera del posfascista Movimiento Social Italiano (MSI). El presidente del Senado, Ignazio La Russa, hijo de un dirigente fascista, aseguró que "se trata de una ficción que no enseña nada, no deja nada, ridiculiza y basta. La he visto. Digamos que, comparando, he cambiado mi opinión sobre el libro de Scurati. Al menos él tuvo el buen gusto de poner en la portada que era una novela".

Desde la primera escena, la serie sitúa en el centro del escenario a un hombre que inventa la historia violándola sin el menor complejo. Tres años antes del discurso que abre el primer capítulo, a las 11:05h de la mañana, Benito Mussolini había subido hinchado de decisión las escaleras del palacio romano del Quirinal para recibir del rey de Italia el encargo de gobernarla. De origen plebeyo, autodidacta del poder, saltarín desde el comunismo al socialismo hasta inventar el fascismo, con sólo 39 años, se convertía en el primer ministro más joven de su país, el más joven de los gobernantes de todo el mundo.

Carecía de experiencia alguna de gobierno o de administración pública, había entrado en la Cámara de Diputados sólo dieciséis meses antes vestido con Camisa Negra, el distintivo de un partido armado sin precedentes en la historia. El hijo de un herrero había subido las escaleras del poder. Ha ganado con el dinero de los terratenientes que le hicieron pasar hambre en su infancia, en el bando de los enemigos de su gente, de su juventud. Aun así, ha ganado y no duda que es la hora de la venganza.

Cuando parecía estar todo escrito sobre él, Antonio Scurati logró la casi unanimidad de los críticos y, según los propios lectores italianos, nadie había descrito el movimiento fascista de esta manera. Por lo que a mí respecta, tenía leídas tres biografías de Mussolini en mi biblioteca, dudé en añadir otra más cuando salió el libro. Hubiera sido un gran error no hacerlo, como no disfrutar de este esfuerzo audiovisual de los profesionales italianos.

De forma similar a "Soldados de Salamina", se toman los hechos y se nutren con detalles ambientales, con gestos previsibles, con deducciones razonables, para reconstruir con habilidad honesta un periodo y a un protagonista. No es que la novelización del periodo carezca de algunos errores históricos, reconocidos y excusados por el autor públicamente, sería como invalidar la película "Novecento" por aparecer un cable de tendido eléctrico extemporáneo.

La serie logra meternos hasta en los aromas de los "felices" años veinte. Felices porque, una vez enterrada la guerra, el desarrollo industrial se acelera, el dinero circula, el comercio triunfa. Y además la tecnología campa a sus anchas: automóviles, radio, fonógrafos. Se inventan nuevos dioses, mitos de las pantallas del cine, se tiende hacia el progreso, la modernidad, y todos parecen estar invitados; gracias a los discos todos escuchan música, todos bailan al ritmo del jazz. Las ciudades producen mujeres descaradas, que se atreven a moverse como hombres, sufragistas, pizpiretas, descubren sus hombros, exigen el derecho al voto.

Mientras tanto, millones de personas lo que descubren es el tiempo libre, las aficiones, un gasto inimaginable poco antes y, ¡milagro!, los placeres reservados hasta entonces a nobles y jerarcas; desde las colinas de Hollywood Rodolfo Valentino, un inmigrante nacido en Castellaneta, provincia de Taranto, magnetiza con su mirada, que nunca hubiera encarnado la pasión enamorada para masas femeninas, de no haber sido rechazado su alistamiento en el ejército americano... por miope. Al mismo tiempo, Nueva York alcanza el millón de personas de origen italiano, una transfusión de sicilianos sin futuro en su mayor parte.

Y en medio de todo, Mussolini, el menos sombrío de los dictadores que asaltarán el poder desde Moscú a Lisboa. Aparecen el aceite de ricino, asesinos con móviles mezquinos o gloriosos, periodistas malvados, mujeres enamoradas hasta el nivel de novela rosa barata, valentías comprensibles y absurdas, todo lo que el mismísimo Dumas hubiera deseado para sus novelas. La serie a veces se inclina por la comedia, incluso cuando en realidad no hay nada de qué reírse. Una farsa que acaba ampliando los límites del drama. A veces duelen las imágenes, conscientes de que millones de italianos y europeos inocentes pagaron con sus vidas el coste de aquella ópera.

Hasta el momento no se puede garantizar una segunda temporada, pero si que tras la segunda y tercera entrega de esta biografía, Scurati trabaja en la cuarta parte.

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Carlos López-Tapia

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