Cine en serie: "The Palace", el gran teatro alemán

Querido Teo:

Apenas terminada la I Guerra Mundial, el barrio de Friedrichstadt vio levantarse en 1919 un gran teatro. Su escenario era el más amplio del mundo y había sido impulsado por uno de los mayores artistas del momento, Max Reinhardt. Destruido y reconstruido, ha vivido un siglo y ha albergado a grandes artistas. Desde su enorme patio de butacas se escuchó a Louis Armstrong y por su escenario se movió Marlene Dietrich con aquella voz que se ha intentado imitar a menudo.

Dietrich sabía que hechizaba del todo a hombres y mujeres si hacía salir su voz de regiones más profundas de las que parecen poder ofrecer las cuerdas vocales. Allí cantó sus cuplés, sentándose a horcajadas, provocando de un modo mucho más excitante de lo que podría hacerlo la intimidad más obvia. Cuando levantaba el muslo, muy quieta, de manera casi casual, como sin querer, conseguía que el movimiento sugiriera toda una orgía. Es razonable que uno de los personajes principales de una serie que hace un homenaje al Palace se llame Marlene.

La serie nos sitúa muy poco antes de que el muro caiga, cuando las relaciones entre las Alemanias permiten algunas visitas comerciales y algo de turismo controlado, aunque el país, en cierto letargo político, sigue gobernado por "viejos camaradas" que creen en un socialismo invencible, sostenido por la fuerza ante una resistencia cada vez mayor.

Marlene Wenninger es una joven empresaria que viene desde Baviera, para negociar con el Ministerio de Comercio Exterior de la RDA, por eso recibe una invitación para que disfrute del espectáculo del Friedrichstadt-Palast. Y en esos primeros minutos del primer capítulo queda asombrada al ver a la primera bailarina del imponente espectáculo.

En el Palast se vive en un ambiente artístico más liberal que el habitual. El gobierno lo permite porque sus espectáculos pueden competir e incluso superar los occidentales. Hasta el comunista alemán más obtuso es consciente de la historia que el teatro tiene alrededor. Cantantes de tiempos remotos en aquellos locales, aquellas "grutas de sirenas" del barrio de Friedrichstadt: con escotados vestidos de lentejuelas, el pelo adornado de lazos rosas o celestes, se acariciaban los tirantes y cantaban "Mut-täär, der Mann, der Mann, der Mann o Ich lass mich nicht verfüh-rään (Madre, el hombre, el hombre, el hombre o Yo no me dejo seducir)".

Un camino, una tradición, que conduce desde aquellas criaturas, aquellas figuras conmovedoras, a menudo tristes, hasta la actualidad. A pesar de que los nazis cerraron casi todos los clubs de alterne, que habían convertido Berlín en sinónimo de vicio y depravación sexual, siempre quedaba un contingente considerable de "chicas alegres" que hacían la carrera más discretamente en las maisons de Friedrichstadt, y nunca se le olvidó al barrio ese aroma.

La joven bailarina Christine Steffen se ha preparado a fondo para brillar en este gran espectáculo, ajena a que su vida estaba a punto de dar un giro inesperado ese día. Christine no puede distinguir a Marlene entre el público, pero Marlene se ve a sí misma en el escenario. La primera bailarina no se parece a ella. Es idéntica.

En seis capítulos, con un baile espectacular en cada uno de ellos, se hace honor a la fila de bailarinas, la "chorus line" más numerosa que se ha visto en un escenario, y se desarrolla una historia que comenzó cuando se levantó el muro que dividió al país. 

En las celebraciones por el centenario de 2019/2020, el Palast izó una bandera con la estrella de David y la inscripción "Raíces judías desde 1919", en alemán e inglés ante la entrada principal; y se preparó un recorrido virtual muy interesante que se puede localizar aquí.

La serie es amena, bien producida, en especial sus números musicales sobre el escenario, refleja las consecuencias de aquella separación artificial con un muro y las esperanzas que provocó su derribo.

Vídeo

Carlos López-Tapia