"Great absence"
La web oficial.
El argumento: El actor Takashi ha vivido distanciado de su padre Yohji, un profesor universitario jubilado, desde el complicado divorcio con su madre hace 20 años. Apenas mantienen el contacto, hasta que un día una llamada de la policía lleva a Takashi a visitar a Yohji, quien lucha contra la demencia en su casa en el sur de Japón. Al llegar, Takashi descubre que la segunda esposa de Yohji, Naomi, ha desaparecido. Al preguntarle dónde está, Yohji responde que se suicidó. Takashi debe averiguar si hay algo de verdad en las palabras de su padre.
Conviene ver: “Great absence” se alarga demasiado (llegando a los 150 minutos) pero hay en ella algunas de las escenas más poderosas del cine reciente a la hora de hablar sobre la complejidad de las relaciones humanas y de lidiar con una enfermedad como la que te hace ser presa del olvido y los vagos recuerdos en los que la realidad y la ensoñación son un todo y una realidad profundamente incierta que llena de rabia, frustración y dolor al entorno que asiste como testigo al declive de una persona que ya no es quien era.
Una cinta demasiado reiterativa pero con el suficiente fuste y lirismo para terminar cautivando, aunque sea a fogonazos intermitentes y concretos. Imposible no emocionarse en el clímax final de la película sostenido en el poder de la elipsis, la evocación de la música y en la estupenda interpretación de un Tatsuya Fuji que es capaz de emocionar y estremecer pero también navegar en cierta ambigüedad que vertebra buena parte del leitmotiv de la película. Un hilo narrativo que fomenta ese espíritu caótico, asemejado al interior de su cabeza, en el que la figura de Naomi, la segunda mujer del señor Toyama, la cual convivió con él mientras su enfermedad iba avanzando a pasos agigantados, no se sabe si es una realidad o una entelequia cuando se grita su nombre al vacío y va fluyendo como presencia entre los distintos saltos en el tiempo entre escritos, evocaciones e imágenes.
Sin necesidad de tremendismos o efectismos la cinta fluye con bravura y ofrece sus mejores momentos como retrato del dolor y de lo efímero ante un caudal narrativo denso y alargado pero que cautiva por su poso emocional y por mostrar el sufrimiento de un declive que convierte una identidad en algo disperso y evaporable en el que se dejará de ser uno mismo quedando sólo el recuerdo que deje en los demás. Un viaje tan agotador como tenebroso, tan cálido como bello.
Aunque no termine de ser rotunda la cinta por su falta de concreción a la hora de narrar emociones sí que encierra una belleza y una melancolía que hace que valga la pena un viaje errático que salta entre espacios temporales y personajes pero que en su conjunto deja buenas impresiones por su carácter conmovedor y cautivador a pesar de la dureza de lo que cuenta y el sufrimiento que exhuman sus personajes a la hora de superar toda barrera cultural para conmocionarnos con algo tan universal y cotidiano como el Alzheimer que nubla recuerdos, desmonta los conceptos del tiempo y erosiona familias. Una historia con la que el director se fija en la generación de sus padres, más anclados en la tradición, la forma en la que los hijos tienen para conectar con ellos así como en una sociedad marcada por la soledad avivada por la pandemia del coronavirus (COVID-19).
Conviene saber: Mejor interpretación protagonista en el Festival de San Sebastián 2023.
La crítica le da un SEIS