In Memoriam: Mariano Ozores, el ingeniero de la comedia costumbrista española

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Querido primo Teo:

Ha muerto Mariano Ozores, maestro de la comedia popular española, a los 98 años. Con él se apaga una de las voces más prolíficas, inconfundibles y queridas del cine nacional del siglo XX. Fue mucho más que un director exitoso: fue un artesano del humor y un cronista agudo de las pequeñas y grandes contradicciones de la sociedad española. Supo decodificar como pocos los mecanismos de la risa colectiva y transformarlos en una maquinaria narrativa eficaz que, durante décadas, llenó salas y construyó una memoria sentimental compartida.

Ozores fue algo más que un cineasta comercial. Fue ingeniero de una comedia costumbrista que no se limitaba a entretener, sino que retrataba, con descaro, ternura y una puntería quirúrgica, los tics sociales, las miserias cotidianas y los deseos reprimidos de un país que transitaba del gris franquismo a la incierta democracia. Su cine fue espejo, caricatura y válvula de escape. Una manera de conjurar, con carcajadas, los temores y anhelos de toda una generación. Su estilo combinó el vodevil castizo, la farsa política y el sainete contemporáneo, en una fórmula que, aunque denostada durante años por cierta crítica, caló hondo en el público y en el imaginario colectivo.

Tal vez por eso fue ignorado durante décadas por una élite cultural que miraba con desdén el humor popular. Su cine hablaba el idioma de la calle, sin coartadas intelectuales ni pretensiones de prestigio. Y eso incomodaba. El reconocimiento institucional le llegó tarde: en 2016 recibió el Goya de Honor, cuando su obra ya era vista, por algunos, como un vestigio de otra época. Pero esa distancia temporal también permitió una nueva lectura: bajo la aparente ligereza de sus tramas se escondía un observador lúcido de la condición humana, un narrador preciso y un director que supo transformar las tensiones de su tiempo en una comedia coral de innegable valor sociológico y cinematográfico.

Nacido en Madrid en 1926, Mariano Ozores formó parte de una verdadera dinastía del espectáculo, profundamente entrelazada con la historia del espectáculo español. Hijo de los actores Mariano Ozores Francés y Luisa Puchol Butier, fue hermano de José Luis Ozores, intérprete de una sensibilidad inolvidable, fallecido prematuramente, y de Antonio Ozores, cuyo estilo excéntrico y verborreico se convirtió en seña de identidad de muchas de sus películas. Juntos formaron un núcleo artístico y familiar que moldeó el tono, los rostros y los ritmos de la comedia popular durante más de tres décadas.

Aunque comenzó estudios de Derecho, Mariano se decantó pronto por el cine, primero como guionista y luego como director. Fue en los años 60 cuando empezó a fraguar su estilo, pero fueron las décadas de los 70 y 80 las que lo consolidaron como uno de los realizadores más taquilleros y reconocibles del cine español. Dirigió más de noventa largometrajes, muchos de ellos protagonizados por mitos del humor como Lina Morgan, Andrés Pajares, Fernando Esteso, José Luis López Vázquez, Alfredo Landa o su propio hermano Antonio.

El cine de Ozores no puede entenderse sin el contexto histórico que lo alumbró: la censura del tardofranquismo, el deseo de evasión de una sociedad exhausta, la efervescencia de la Transición, la apertura sexual contenida, el auge del cine de barrio. En ese escenario, encontró una fórmula imbatible que combinaba el gag visual, el equívoco verbal, la caricatura social y un ritmo coral endiablado. En títulos como "Los bingueros" (1979), "Yo hice a Roque III" (1980), "Los liantes" (1981) o "La Lola nos lleva al huerto" (1984), desplegó una mirada crítica (aunque siempre amable) sobre una España partida entre el peso de la tradición y el vértigo de la modernidad.

Su sentido del tempo cómico, su capacidad para escribir guiones que funcionaban como mecanismos de relojería y su talento para dirigir a actores de enorme magnetismo popular hacen de él un caso único: un autor no reconocido como tal, pero con una firma estética inconfundible. La comedia de Ozores tenía estructura, ritmo y subtexto. Detrás de cada enredo había cálculo, detrás de cada chiste, una coreografía precisa.

El costumbrismo de Ozores no era una excusa: era una estrategia. Bajo su humor blanco o la picardía de salón, se colaban asuntos como la precariedad laboral, la especulación inmobiliaria, la corrupción rampante, el clasismo, la doble moral sexual o el arribismo político. En "El apolítico" (1977) satirizó con audacia el oportunismo de las nuevas élites tras la dictadura; en "Los energéticos" (1979) desenmascaró el cinismo de las multinacionales con una sonrisa; en "¡Qué vienen los socialistas!" (1982), ironizó sobre la retórica del cambio con su habitual irreverencia.

La aprobación de la Ley Miró en 1983 marcó un antes y un después en su trayectoria. El nuevo modelo de subvención pública al cine, centrado en proyectos con valor artístico o autoral, dejó fuera del sistema al cine popular que Ozores representaba. Acostumbrado a rodar con rapidez y presupuestos ajustados, no encajaba en los nuevos estándares del cine institucional. Las ayudas se volcaron hacia un cine más cercano al canon europeo, dejando en los márgenes a los artesanos del entretenimiento masivo.

Desplazado de los circuitos habituales de producción y distribución, su cine perdió visibilidad. La industria cambió, y con ella, el lugar de su comedia. Durante años, su obra fue objeto de burlas y condescendencia. Hoy, sin embargo, comienza a ser recuperada por universidades, retrospectivas y ciclos especializados como un corpus digno de estudio. Porque bajo el caos aparente había método; tras el chiste fácil, una precisión quirúrgica. Ozores no improvisaba: escribía guiones con la geometría de un arquitecto del enredo, con la eficacia de una comedia de Billy Wilder… si Wilder hubiera nacido en el castizo barrio de Chamberí.

Con su muerte, desaparece el último gran cronista de una comedia hecha desde abajo, con los pies en la acera, la oreja pegada al murmullo del bar y la cámara enfocando esos gestos mínimos donde habita lo cómico. Su cine forma parte de nuestra educación sentimental, de nuestro lenguaje cotidiano, de nuestra historia emocional. Porque no sólo nos hizo reír: nos enseñó, a su manera, a mirarnos con una sonrisa. Y en los tiempos que corren, eso sigue siendo un acto profundamente subversivo.

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Mary Carmen Rodríguez

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