San Sebastián 2022: “Blonde”, una Marilyn Monroe sometida por la cámara de Andrew Dominik

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Querido Teo:

Hay películas que nacen para ser vividas, sentidas, comentadas y divididas. "Blonde" nunca fue un proyecto para complacer a nadie, ni siquiera para rendir un homenaje a su protagonista, pero parece que si por un lado se aplaude la transgresión y el intentar hacer algo distinto por otro lado se condena precisamente cuando alguien se decanta por ello. Andrew Dominik, y su mirada calificada de misógina acrecentada por un estilo visual derrochado por el ego, ha sido el objeto de todas las críticas a la hora de cuestionar una cinta que llega directamente a Netflix y que, a nivel de comentarios, pretende ser la película del momento. No sólo por la interpretación de Ana de Armas o la fascinación que encierra todavía la figura de Marilyn Monroe 60 años después de su muerte sino por el hecho de lograr, gracias a su división generada, que por un momento el cine vuelva a recuperar (aunque sea sólo unos días) su faceta cada vez más escasa de elemento social.

"Blonde" (Andrew Dominik), el sufrimiento femenino tras el icono // Película Sorpresa

2 horas y 45 minutos es el metraje de una cinta que gana en la sala de cine pero que se tiene que conformar con la llegada masiva a través de una plataforma que no permite degustar toda la grandeza visual de una cinta arriesgada estilísticamente que no duda en sus imágenes pecar de desconcierto por el hecho de que “Blonde” no pretenda ser un todo consistente sino la deconstrucción de la mujer que sufría detrás de la figura iluminada por los focos en una sociedad impregnada de machismo que no dudaba en abusar y someter a alguien que, a pesar de ser una estrella y demostrar más de una vez sus inquietudes creativas y su inteligencia, tenía su particular peaje en ser vista como un trozo de carne al cual lucir en el mejor de los casos y someter en el peor de ellos.

Andrew Dominik tenía hasta ahora su mayor hito en la siempre reivindicable “El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford” (2007) en la que la fuerza del western daba paso al lirismo testigo de la complejidad de alguien que siente tanta admiración como envidia hacia la persona que ha mitificado. Después vendría “Mátalos suavemente” (2012) y no es casualidad que el director haya vuelto a unirse con Brad Pitt, protagonista de aquellas, siendo el actor el productor de “Blonde” a través de Plan B Entertainment.

La película es una adaptación de la biografía escrita por Joyce Carol Oates en el año 2000 que ya levantó ampollas en su momento al mostrar en sus 900 páginas una visión pesimista, amarga y descarnada del mito explayándose también en escenas sexuales que, finalmente, sí han tenido cabida en la versión cinematográfica ante el empeño de Andrew Dominik en mantenerlas y a pesar del miedo de los productores pidiendo para ello (sin suerte) un remontaje al ser conscientes de vivir en una sociedad más puritana que la de hace décadas en un momento en el que el éxito se valora en no correr riesgos y llegar al mayor número de gente posible.

“Blonde” es un ejercicio de estilo en el que el director deja de lado cualquier intención de llevar a cabo un biopic al uso y por ello el conjunto es deslavazado en forma pero rico en el detalle, no con la intención de vertebrar un film con denominación propia sino pretendiendo recrear, en forma de estampas de la época y partiendo de fotos, imágenes y escenas de películas, a una Marilyn Monroe que en todo momento es en realidad Norma Jean, la mujer detrás del icono y que asiste casi sin ser consciente de ello a todo lo que ella genera a su alrededor sin ser capaz de controlarlo.

“Blonde” no hace concesiones y no duda en mostrar a Norma Jean como una víctima de su tiempo como consecuencia de ser la mujer más deseada. Una personalidad frágil siempre en busca de un padre ausente y que no sólo sufre el deprecio de su madre (y los problemas mentales de ésta) sino la relación tormentosa que vive con los hombres que le rodean. Todo partiendo del tándem formado por los hijos de Charles Chaplin y Edward G. Robinson (que supone una de las revelaciones de la película) fantaseando en su concepto de “ménage à trois” como pura psicodelia apodándose los "dióscuros" y estableciendo una alianza como seres perdidos cuyos padres (bien por su estruendosa fama o por u ausencia) les han privado de saber encontrar su sitio.

Todo ello hasta llegar a sus dos maridos, uno el volcánico y violento deportista Joe DiMaggio y otro el cerebral y frío dramaturgo Arthur Miller, obviando la cinta (no el libro) el que fue el primer matrimonio de Norma Jean, el cual fue con el hijo de sus vecinos, Jim Dougherty, pretendiendo así zafarse de una infancia y juventud de orfanato en orfanato en la que las miradas libidinosas y episodios de abuso ya habían sido manifestados.

Marilyn Monroe es una mujer herida en eterna búsqueda guiada por las cartas de un padre que siempre promete un encuentro que no llega y que se antoja como faro en un mundo de inseguridad y dolor en el que la apuesta de Dominik entronca en su onirismo con David Lynch. Y es que el recorrido de Norma Jean no es muy diferente al de esa actriz que buscaba su hueco en “Mulholland Drive” (2001) jalonado de una atmósfera malsana que conecta con “Twin Peaks” (1990). Todo ello sin renunciar a recrear algunas de las escenas icónicas de la filmografía de  que pasan por “Los caballeros las prefieren rubias” (1953), “La tentación vive arriba” (1955) o Con faldas y a lo loco” (1959).

Algunos detractores acusan a la cinta de mostrar a una Marilyn Monroe dominada y con poca capacidad de operativa a pesar de la inteligencia y espíritu creativo que demostró en más de una ocasión. Aunque ello no está especialmente desarrollado si que emerge cuando vemos a una Monroe indignada por el hecho de los emolumentos que se le proponen frente a Jane Russell por rodar “Los caballeros las prefieren rubias” o cuando se presenta como una furia frente a Billy Wilder, el director que públicamente más vehementemente habló de cómo tuvo que sufrirla en el set de rodaje. Una Marilyn Monroe presente en todo momento que sirve a Ana de Armas para hacer uno de esos papeles que marcan una vida.

El tono de la película, lúgubre, sórdido y pesadillesco, con un Dominik que se gusta ante la cámara ante la infinidad de recursos narrativos y visuales de los que hace gala, eclipsa todo el “tour de force” de una Ana de Armas que capta la vulnerabilidad, sensualidad y carisma del mito. Luminosa frente a los flashes y los oropeles de la industria de Hollywood y vejada y dolida por los que la rodean y por el machismo de la época. Escalofriante cuando en la cena con Arthur Miller éste le pregunta cómo se abrió paso en el cine y ella no puede evitar sentir un nudo en la garganta recordando la violación sufrida por el productor que le dio su primer papel.

Pero si hay una escena que no ha hecho más que levantar ampollas, y que escapa de toda sugerencia, es esa en la que, de manera nada disimulada, se ve la felación que practica Marilyn Monroe a un John Fitzgerald Kennedy que intenta desde la cama y al teléfono poner orden en la crisis de los misiles de Cuba. La bajeza moral del momento, con una Marilyn Monroe que ha sido convocada como si fuera una prostituta de lujo para hacer ese servicio y aliviar al presidente, todavía es mayor con la analogía nada sutil en la que las imágenes de esos bombardeos evocan a una erección y posterior eyaculación. El ejemplo más claro (y nada sutil) de humillación para una mujer frente al hombre más poderoso del mundo.

Tan centrada está la cámara en una apabullante Marilyn Monroe que se pasa de puntillas por el contexto social de la década de los 50 y 60, que no va más allá de una Marilyn que deambula entre pastillas, fiestas y abortos que condicionan sus relaciones, personalidad y caída a los infiernos. Todo al lado de unos hombres a los que ponen rostro Bobby Cannavale como DiMaggio y Adrien Brody como Miller, éste último perfecto en una de las escenas más brillantes de la película en la que, a pesar de los prejuicios, termina descubriendo en una audición que tiene delante de sí no al mito de la pantalla al que hasta ahora había visto lleno de prejuicios sino a la evocación del primer amor, el de la Magda que había marcado por siempre al dramaturgo.

“Blonde” juega entre la realidad y la ficción, casi como la rememoración hipnótica de un gran sueño, algo que se acrecienta conforme Norma Jean va perdiendo el rumbo de su cordura y estabilidad, medicada, escuchando las voces del feto que lleva en su interior (y que le recrimina por lo que hizo en su momento en uno de los momentos más bizarros y controvertidos de la cinta al posicionarse desde un punto de vista y en contra de una Marilyn tendente a abortos naturales ante un problema endocrino) descubriendo en una caja que todo aquello que le ha mantenido hacia adelante no es nada.

Es por ello que la escena de la caída en la playa o la de la recepción de esa caja alcanza cotas de magisterio tanto por el trabajo de una Ana de Armas impecable en su encarnación cercana a la posesión como por la fotografía de Chayse Irvin y la música de Nick Cave y Warren Ellis que envuelven en todo momento una propuesta provocadora que es una denuncia de explotación y crueldad en un conjunto alternativo, que puede llegar a saturar al no dar respiro, pero que deja el corazón encogido y también huella en su visionado.

Todo ello sin orden ni concierto ya que la coherencia narrativa no es lo importante en una cinta como esta, con saltos en el tiempo en los que se echa de menos algunos de los grandes logros de la actriz, tanto profesionales como personales, centrándose en lo escabroso por irrelevante que ello sea favoreciendo así por exceso de drama la sensibilización y conexión con una Norma Jean a la que sólo hay ganas de acoger frente a tanto sufrimiento y sordidez en la que hasta los fans que se agolpan en la alfombra roja a recibirla no son más que distorsiones en permanente mueca formando una multitud que la admira pero que ni comprende ni conoce todo lo que está sucediendo frente a una moral de la época que amparaba todo este dolor como un mal necesario para las mujeres si éstas querían triunfar en un mundo en el que las reglas eran puestas por los hombres.

“Blonde” se sustenta en su poderío visual, en la elogiable entrega de una Ana de Armas que no puede estar mejor y en su equilibrio a la hora de mostrar un espíritu torturado pero también derivarnos a un valle de los horrores que nos deja conmocionados. Todo por mostrarnos a alguien exhausto, agotado de vivir y al que el alma se le rompió, subrayando la cinta este aspecto favoreciendo así su redención personal pero privándonos de la sensualidad, inteligencia y fuerza que también definió a un personaje que, frente a un envoltorio hipnótico, fue víctima permanente desde su misma concepción.

Una sucesión de estilos cercanos a la experimentación formal que alternan belleza y perturbación por exceso de drama, con riesgo a dejar al espectador noqueado, pero favoreciendo una experiencia subyugante y única que supone todo un carrusel de emociones para una mujer que renunció a sí misma para estar a la altura de lo que esperaban de ella los demás aunque ese transigir no pudiera ser más pernicioso para ello. Todo sobre una sucesión de blanco y negro, color y segmentaciones en las que siempre hay una idea, sea más afortunada o no, pero que concluye en el mérito que supone para un Andrew Dominik que no hace más que lucirse detrás de la cámara (aunque tanto recital sea excesivo al transmitir lo que se está gustando él mismo) con sus movimientos, recursos sonoros y juegos con el color y el formato.

Quizá de “Blonde” a estas alturas haya habido ya demasiadas opiniones pero con lo que hay que quedarse es con las contradicciones que despierta y con el reto de haber ofrecido algo distinto en época de algoritmos. Y es que aunque una gran parte de público haya ido a degüello ante el enfoque y la desbordante planificación de Dominik, “Blonde” emerge precisamente por sus contradicciones y por la capacidad de estar en la conversación, no por un consenso amable, sino por llevarnos más allá como espectadores a la hora de quedarnos absortos.

Un ejercicio de orfebrería que más o menos afinado se merece todos los beneplácitos por su descorazonadora mirada al poder destructor de la fama teniendo como protagonista a alguien tan mitificado por el tiempo como fue una de las grandes estrellas del siglo XX que, en su drama personal y en esta película, se convierte en mortal y víctima para el público quedando desprovista de cualquier pedestal ante una desgracia congénita en forma de condena.

Nacho Gonzalo

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