"Érase una vez mi madre"
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El argumento: París, 1963. Roland, el menor de una familia de seis hermanos, sufre una malformación en un pie. Según los médicos nunca podrá caminar, pero su testaruda madre, Esther, simplemente se niega a aceptarlo. Mediante una combinación de fe inquebrantable y negación excepcional, la mujer está decidida a desafiar cualquier adversidad para conseguir que su hijo sea feliz.
Conviene ver: “Érase una vez mi madre” es una película amable, inspiradora y entrañable que supone toda una carta de amor a las madres. En este caso la historia a lo largo de cinco décadas, en la que los diferentes contextos sociales y la compleja relación entre madres e hijos está presente en todo momento, de Roland, el menor de una familia judía sefardí de origen marroquí en París, que nace con una malformación (el pie “equinovaro”), pero que no supondrá impedimento para que su madre mueva cielo y tierra con el fin de que las dificultades que pueda encontrar se minimicen y para que, en definitiva, se insufle de espíritu de superación, sea capaz de andar por sí solo y encuentre la felicidad sin que ninguna discapacidad pueda suponer para él una losa en un mundo lleno de oportunidades y de las que no quiere que se prive por esa circunstancia. Una película que, en una sugerente combinación de drama y comedia, se mueve en un tono ligero, edificante y conmovedor contando con la baza de cara al espectador de ese factor de universalidad que tienen las madres y que las hace fácilmente reconocibles e identificables por todos.
Leïla Bekhti está estupenda como Esther en un personaje carismático y luchador que resuelve con aplomo y empatía, prevaleciendo energía y esfuerzo a su carácter controlador y abrasador, como esa madre que tirando de amor, determinación y fe es capaz de levantar ella sola a toda una familia y a encargarse de que nadie pueda poner una zancadilla en el desarrollo de sus hijos tanto en la infancia como ya después en la edad adulta, siendo Roland encarnado por el cómico Jonathan Cohen. Una película que repara el alma, hace que todavía añoremos, reconozcamos o queramos más a las madres que tanto hicieron por nosotros, y que entra de manera efectiva e inspiradora por su aire de cuento y con la voz y presencia de Sylvie Vartan que tiene en sus canciones el elemento vertebrador de la cinta. A pesar de no inventar nada, y ser mucho más atractiva la parte de la infancia y el tumulto familiar ambientada en la década de los 60 que más adelante cuando ya el protagonista es un veinteañero perdiendo simpatía y gracia, su encantadora adorabilidad, humanidad y buenos sentimientos le hace ser toda una delicia. Una “feel good movie” de manual, nostálgica y tierna, con la fórmula perfectamente atinada directa a las emociones del público en favor de esas madres que a veces pueden ser una condena pero que sólo cuando no se tienen uno se da cuenta de cuánto hicieron por nosotros y cuánto las necesitamos.
Conviene saber: Ken Scott adapta la novela de Roland Perez, abogado especializado en propiedad intelectual y habitual en radio y televisión, tras dirigir cintas como "Starbuck" (2011) o "De la India a París en un armario de Ikea" (2018).
La crítica le da un SIETE