"La buena letra"

"La buena letra"

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El argumento: En un pueblo valenciano, durante la posguerra, Ana trata de salir adelante con su familia; la Guerra Civil ha abierto una profunda herida en todos ellos, especialmente en su cuñado, Antonio. Ana intenta curar esa herida a base de guisos, secretos y silencios, pero cuando Isabel, recién casada con Antonio, llega a la familia, las atenciones y cuidados de Ana valdrán de poco o nada: el sacrificio no siempre tiene su recompensa.

Conviene ver: “La buena letra” es la adaptación de la novela de Rafael Chirbes que se adentra en las consecuencias de la Guerra Civil a partir de una historia humana e íntima de personajes que conecta bien con el estilo habitual del cine de Celia Rico, directora que se adentra en las heridas, secretos y silencios de la posguerra siendo también un homenaje a la valentía y a la dignidad de una generación. Una película que se aleja de los bandos para radiografiar la tristeza y el dolor de una época marcada por la división y por tantas vidas, sueños y sentimientos truncados privando la guerra del futuro al que estaban destinados no sólo a los que murieron sino también a los que sobrevivieron. Un homenaje sensible a las mujeres de una generación que callaron pensando que era lo mejor para no ahondar todavía más el conflicto contribuyendo a la moral imperante por el régimen quedando relegado su papel en la sociedad al de mujer abnegada que está cuidado de los suyos sin poder tener voz propia y sin permitírsele jugar otro papel que el impuesto ni pensar en una felicidad propia que no fuera de la de los suyos. “La buena letra” se mueve entre la tristeza y la contención a través del rostro de Loreto Mauleón en el papel de Ana, una mujer que ha sacrificado todo por su familia pero que sufre las complejidades de la época en el que la rabia por los muertos y los represaliados se baña de miedo y silencio. Vive como puede con su marido Tomás, su hija y su suegra mientras limpia, cocina, cose, cuida y escucha. Un conflicto entre hermanos como fue la Guerra Civil que se plasma en la llegada de Antonio, su cuñado, el cual todos daban como desaparecido, un soñador recién salido de la cárcel y que marcado por el trauma y tensiones pendientes revolucionará el hogar cuando poco después llegue con su reciente esposa, Isabel, la cual supone un soplo de aire fresco y modernidad frente al pesar congénito alrededor de una Ana que es la sostenedora callada de los que le rodean y que aprenderá a canalizar su honda tristeza, desoladora frustración y obligada resignación a través de una serie de cartas y la facilidad de la directora por reflejar una amplia gama de emociones con breves diálogos pero con gran poder de la mirada y sin necesidad de verbalizar lo que se está diciendo.

El contraste de dos visiones; la del sacrificio y el silencio de la mujer de la posguerra y la de aquella que no está dispuesta a bajar la mirada y ser sólo una sumisa de los suyos frente a las masculinidades rotas de unos maridos que también tenían que asumir un rol predominante de dominación y fortaleza por muy rotos que estuvieran por dentro ante un régimen que quería hacer borrón y cuenta nueva sin tener en cuenta lo que había dejado atrás tras esos años y todo lo que implicaba la regresión hacia una moral de buenas costumbres caduca y mal entendida. Dos mujeres que unidas por el dolor y el sufrimiento se comprenden y se admiran por la forma que tienen de sobrevivir y encarar tiempos difíciles sabiendo que no aceptar los cánones llevará al desprecio, la condena y el castigo. Un tiempo de pobreza y represión que se cuela por las rendijas de esa casa y que la directora plasma sin necesidad de ser explícita y en el que la agudeza también deriva en gesto político viendo a la protagonista pelar cáscaras de naranjas y freírlas para poder hacer una tortilla. Una película que hace gala de sencillez, hondura emocional y capacidad de remover con una exquisitez máxima en el poderoso retrato de una época no tantas veces contada desde esa perspectiva mostrando el dolor de los perdedores pudiendo sólo vivir y escribir el destino con las reglas marcadas en aquellos años. Un retrato de supervivencia que no necesita mucho más que esa casa entre sombras, la sensibilidad de su directora y un estupendo reparto (completado por Roger Casamajor, Enric Auquer, Ana Rujas y Teresa Lozano), para salirse de imposturas literarias y nutrirse de las capas que fundamenta para voltearnos y reivindicar a aquellos que intentaron, no sin las dificultades del contexto histórico y las miserias congénitas de la condición humana avivadas por la situación extrema imperante, salir de la mejor manera frente a las tinieblas y sinrazón de la época que tocó vivir y siendo cada uno responsable de sus actos ante el examen de conciencia al que la vida en determinado momento nos obliga. Humanidad y dignidad frente al dolor y la amoralidad en un ejercicio, sencillo pero cuidado al detalle, que resulta ser maduro, fascinante y conmovedor sobre la memoria de un país que da dimensión y personalidad a los silenciados, conectando con nuestras propias generaciones pasadas, no renunciando al lirismo y a la capacidad de establecer un diálogo con nuestros sentimientos más profundos a la hora de vertebrar esas relaciones familiares que nos condicionan y nos marcan de cara a esos sueños que algún día fueron posibles pero que, ante un contexto social y un destino implacable, nunca serán.

Conviene saber: Tercer largometraje de Celia Rico tras “Viaje al cuarto de una madre” (2018) y “Los pequeños amores” (2024).

La crítica le da un OCHO

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