“Los pequeños amores”

“Los pequeños amores”

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El argumento: Teresa cambia de planes de vacaciones para ayudar a su madre que ha sufrido un pequeño accidente. Madre e hija pasarán juntas un verano de lo más sofocante, en el que no conseguirán ponerse de acuerdo ni en las cosas más triviales. Sin embargo, la obligada convivencia removerá más de lo esperado y en las noches estivales Teresa vivirá momentos reveladores junto a su madre. 

Conviene ver: “Los pequeños amores” supone la segunda película de Celia Rico que nos sorprendió gratamente con “Viaje al cuarto de una madre” (2018) sobre la precariedad laboral juvenil narrada desde el punto de vista de una mujer que ve que su hija tiene que irse a trabajar fuera de España. Si aquella era más invernal y jugaba más con el espacio cerrado de la casa, en “Los pequeños amores” la directora sevillana se abre al exterior y a la luz y explora la complejidad de las relaciones maternofiliales a través de la historia de una hija independiente que regresa temporalmente a su casa familiar a raíz de un percance que ha dejado a su madre impedida, y enfrenta la inversión de roles con la enfermedad de una madre, autoritaria y controladora. Es una cinta que retrata el choque generacional, el sentimiento de culpa de una hija por no estar siempre presente, los reproches y las tensiones pasadas, los sentimientos encontrados hacia una madre y la importancia y cultura de los cuidados a nuestros seres queridos pero sin descuidar la propia salud mental y física de uno y, en definitiva, la necesidad de tener una vida propia que llevar a dejar expectativas sin cumplir en el que da miedo tanto esperar algo como no esperar nada. Todo en el escenario de una casa verano que sirve como catalizador de ese momento de la vida de madre e hija pero también de la evocación de unas vacaciones luminosas y llenas de nostalgia que marcaron la infancia y la juventud pero en el que se impusieron unos roles que ahora la hija desmonta ante el diferente momento vital de un presente en en el que las reglas y la forma de verse el uno al otro ha cambiado.

Celia Rico, basándose en sus propias vivencias, logra alcanzar un tono íntimo a través de los detalles, gestos cotidianos, charlas, silencios y recreación de espacios a través de los cuerpos y de ese momento en el que una hija empieza a ser cuidadora también de una madre cercana a la vejez en un momento de inflexión, superados los 40 años, en el que ya se mira atrás y se hace balance tanto con frustración como con incertidumbres de una vida en la que hay anhelos enquistados, desilusiones acumuladas y cicatrices del pasado pero también heridas del presente. Ofrece momentos reveladores de verdadera intimidad, destacando las sobresalientes interpretaciones de María Vázquez y Adriana Ozores, ambas basadas en la naturalidad y la cercanía fomentando la identificación del espectador, en la que además se muestra el paso del tiempo a través de los cuerpos frente al espejo y también transcurren escenas cotidianas como hacer un gazpacho o tener que llamar a un albañil. Supone un retrato íntimo y emocionante del amor maternofilial, narrado con delicadeza y humanidad, y que mece al espectador como una brisa reparadora, sin prescindir en ningún momento del humor, explorando el amor como una mezcla de ternura y angustia pero también mostrando una incomunicación que erosiona y que impide ponerse en la piel de la otra.

Conviene saber: A competición en el Festival de Málaga 2024.

La crítica le da un SIETE

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