Conexión Oscar 2018: Festival de Toronto (III): “Stronger”, “Una vida a lo grande”, “Molly´s game” y “Foxtrot”

Conexión Oscar 2018: Festival de Toronto (III): “Stronger”, “Una vida a lo grande”, “Molly´s game” y “Foxtrot”

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Querido Teo:

Prosigue el aluvión de grandes títulos de la temporada en un ritmo incapaz de digerir entre la emoción que nos despierta estar disfrutando de estas películas y, por otro lado, la calidad media-alta que la mayoría de ellos atesoran como dignas merecedoras de poder competir en la próxima carrera al Oscar. Ha sido el turno de la emotiva pero formulaica “Stronger”, la esperada apuesta de fábula de ciencia ficción “Una vida a lo grande”, el debut en la dirección del siempre controvertido Aaron Sorkin y la pacifista cinta israelí “Foxtrot”.

"Stronger" de David Gordon Green es una de las cintas que se han sumado este año a narrar los atentados de la maratón de Boston ocurridos en 2013. Si en “Día de patriotas” veíamos una mirada más centrada en la investigación policial de los hechos y como la ciudad intentó salir del impacto de los mismos, en “Stronger” se apuesta más por el drama emocional humano apostando por una de esas historias de héroes exponentes de la superación personal muy a su pesar. Es el caso de Jeff Bauman que perdió las dos piernas asistiendo como espectador a la línea de meta en la carrera en la que competía su novia. La cinta explora esa fuerza de voluntad del protagonista apoyado por su chica y por una familia tan estrambótica como comprometida con los suyos.

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Es una pena que la película explore terrenos tan trillados, sobre todo en lo referente a la evolución de la relación de pareja; desde el tonteo despreocupado inicial hasta los momentos de complicidad mutua y entre ellos varios altibajos marcados por los obstáculos que tienen que saltar en su nueva condición del día a día como pareja tras el accidente; siempre sobrevolando el remordimiento de culpa de ella (al tener a su chico esperándola y animándola en el peor momento posible), las frustraciones de él y el peso mediático de una sociedad como la usamericana siempre deseada de aupar y exhibir a sus propios héroes mundanos aunque luego con el tiempo acaben arrinconándolos y, en la mayor parte de los casos, haciéndolos en el olvido. La cinta al menos logra transmitir la emoción en los momentos necesarios, con escenas realmente significativas como la del homenaje en el estadio de fútbol o ese momento de discusión entre los protagonistas que termina con el personaje de Jeff arrastrado por el suelo, consciente de su vulnerabilidad y necesidad de dependencia mientras recuerda los momentos más traumáticos de esa explosión que, por mucho que se adapte, le ha condicionado para siempre. A pesar de esos momentos tan previsibles y propios del cine lacrimógeno de superación personal, hay que destacar la esforzada y sentida interpretación de Jake Gyllenhaal (con cambio físico y psicológico por su parte) llena de ternura y determinación ante la adversidad que padece su personaje y siendo consciente de cómo su nueva realidad no sólo la sufre él sino que condiciona (aunque lo hagan con una sonrisa y sin pedir cuentas ante el amor que le profesan) a los suyos por siempre. Conviene destacar en el reparto a Tatiana Maslany y Miranda Richardson, novia y madre del protagonista que asisten abnegadas a la nueva condición pero también con el firme propósito de que ello no trunque la relación que mantienen con él y que tampoco le niegue posibilidades y oportunidades de futuro incluso de formar una familia como lo hubiera hecho de todas maneras ya que si bien esas bombas terminaron con sus piernas no deben de hacerlo ni con su esperanza ni con sus ideales de vida como bien certifican en su caso los títulos de crédito finales de la película.

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Tras unas críticas desiguales en su proyección en el Festival de Venecia, "Una vida a lo grande" de Alexander Payne ha llegado a Toronto siendo uno de los títulos más esperados de la temporada, condición que mantiene y que le hará estar a buen seguro en la conversación a pesar de la compleja y nada obvia propuesta que en este caso plantea el director de “Nebraska”. Alexander Payne y Jim Taylor construyen una premisa que a buen seguro le dará al director una nueva nominación como guionista y la posibilidad de ganar su tercera estatuilla en este campo. Y es que el partir del hecho de unas investigaciones científicas que llevan a plantear a la raza humana la posibilidad de disminuir de tamaño para formar parte de una nueva realidad, en la que los recursos naturales no se ven afectados por su explotación desmedida, provoca que partamos de un punto que bien puede recordar al cine de ciencia ficción juguetón y naif de los primeros noventa e incluso que el personaje de Rolf Lassgård recuerde al Richard Hammond de “Parque Jurásico”. Fascinado por esta posibilidad, un ciudadano normal con el rostro de Matt Damon (exponente cinematográfico del americano medio) decide formar parte del experimento y cambiar su forma de vida aunque tenga que dejar atrás trabajo, tren de vida y familia.

Matt Damon and Director Alexander Payne on the set of Downsizing from Paramount Pictures.

Son esos primeros 45 minutos en los que la película pasea a gran altura ante la originalidad de lo que plantea, pero bien es verdad que a partir de ahí acaba convertida en una cinta con obvio mensaje ecologista y de cooperación y solidaridad entre los seres humanos para no quebrantar este mundo que compartimos. Y es que si bien el mensaje es loable, y logra algunos picos que terminan provocando la lágrima o el aplauso fácil del espectador sobre todo con un discurso motivacional en la parte final del film, el problema es que no sabe muy bien en qué terrenos moverse y acaba resbalando en algún momento pasándose de tontorrona y bienintencionada a pesar del soplo de aire fresco que supone la entrada de los personajes (en un reparto lleno de rostros conocidos en pequeños papeles) encarnados por Christoph Waltz, un playboy guasón con el que el actor vuelve a hacer de sí mismo como nadie, y sobre todo la revelación de Hong Chau, actriz vietnamita que logra hacerse con el espectador por el desparpajo, inocencia y seguridad de su personaje que acaba siendo la guía del de Damon por ese nuevo mundo y, sobre todo, por esa nueva realidad que, por otro lado, es la que le ayudará a conocerse realmente a sí mismo como es. Chau se lleva los mejores momentos de la película con un personaje que funciona como robaescenas con registro cómico y también poseyendo un arco dramático y romántico con algunos primeros planos que ante la pureza de su mirada la convierten en favorita instantánea al próximo Oscar de actriz de reparto; categorías interpretativas que (junto a las de guión) son el terreno natural de éxito a nivel de premios de un director que todavía no ha logrado dar el salto a competir con posibilidades reales por el Oscar de película y dirección. No parece que ahora vaya a cambiar su suerte y seguirá en la misma línea.

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“Molly´s game” es el debut en la dirección de Aaron Sorkin tras ser considerado uno de los guionistas cinematográficos y televisivos más influyentes (y reverenciados y criticados a partes iguales) de nuestro tiempo. La cinta adapta las memorias de Molly Bloom, una esquiadora y estudiante que, tras no poder acceder a los Juegos Olímpicos tras un aparatoso accidente, cambió de rumbo y (tras un periodo de camarera) se puso a organizar eventos de póker con los que se hizo millonaria con sólo 26 años pasando por ellos medio Hollywood (entre ellos Tobey Maguire, Leonardo DiCaprio o Ben Affleck) y nombres muy poderosos de distintos sectores siendo una figura muy conocida en el mundillo; una irrupción muy fulgurante hasta que el FBI se puso a seguirle la pista y la mafia a acosarla quedando su destino personal, judicial y profesional en manos de su abogado.

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Lo primero que nos sorprende es que Sorkin logra mantener en su debut ese ritmo endiablado de los diálogos también en una puesta en escena que garantiza un entretenimiento continuo ya que en la cinta siempre están pasando cosas; bien de manera narrativa, por lo bien que lucen las partidas de poker y el mundo que le rodea en pantalla, y también por meternos en la cabeza de esa Molly que pasa a convertirse en una abeja reina en este imperio terminando siendo víctima de su propia encrucijada en un juego de gran riesgo no sólo para los jugadores sino para todos los que están metidos en él por la presión que supone y continuos intereses en liza. Jessica Chastain luce más magnética y sexy que nunca imprimiendo a Molly de esa clase y de esa fuerza que le hace ser una superviviente nata a todos los niveles como una de esas tantas mujeres acostumbradas a salir adelante les echen lo que les echen. La actriz llena la pantalla y vuelve con fuerza a demostrar todo su talento con un personaje que le da un sinfín de posibilidades para lucirse gracias tanto a la acelerada retórica que tiene que utilizar como el hecho de tener la habilidad de escapar de ese callejón de salida en el que se ha metido casi sin ser consciente de ello tanto por las circunstancias del sector como por los engaños y confianzas traicionadas que ha sufrido. El reparto lo completan Idris Elba, Kevin Costner, Michael Cera, Chris O´Dowd o Brian D´Arcy James en una cinta que nos introduce en un negocio que por lo general luce muy bien en pantalla a la hora de crear tensiones, intrigas y mafias y que, en particular, vuelve a confirmarse en esta película a la que le sobran unos 20-30 minutos por ser reiterativa en algún momento y seguramente por la intención de Sorkin de explayarse sin las habituales cortapisas que ha tenido que sufrir o bien en televisión o bien trabajando en películas en las que él no era el director.

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Samuel Maoz se ha llevado el Gran Premio del Jurado del Festival de Venecia con “Foxtrot” y no podemos estar más de acuerdo con ello ante lo que nos ha sorprendido, de una manera muy austera pero directa, con su segundo largometraje tras ya en 2009 ganar el León de Oro del mismo certamen con su ópera prima “Líbano”. La cinta vuelve a tratar la realidad de la guerra en un territorio siempre en conflicto aunque aquí desde una perspectiva más familiar y humana cuando a unos padres les llega la noticia de la muerte de su hijo en el puesto militar donde está destinado en un juego de verdades, reproches y lastres de la burocracias del país para profundizar más en la herida propia del dolor que sufren estos personajes ante la peor de las noticias posibles en un piso que a partir de ese momento no se quita la sensación de ser un escenario opresivo. Una cinta que termina sorprendiendo y que, además de mostrar como viven la guerra los que padecen la ausencia de los suyos y el miedo constante a perderlos, también nos lleva a conocer en un determinado momento a cuatro jóvenes cuyas vidas están interrumpidas por sus compromisos con el ejército en esa línea fronteriza marcada por el hastio (teniendo que jugar con una lata en el contenedor inclinado en el que duermen), la falta de medios (abandonados a su suerte por sus jerifaltes), la necesaria y forzada camaradería (como esa historia gráfica con toques de realismo mágico o ese impagable baile de foxtrot que lleva a cabo uno de ellos) para no terminar perdiendo la cabeza, la sospecha continua ante el que llega a esa barrera que separa ambos lados y ese miedo congénito que les aboca incluso a tomar las medidas más desesperadas con consecuencias fatales.

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Una pequeña sorpresa con la que Maoz, incluso tirando a veces de un surrealismo que no se carga en ningún momento el tono realista de la cinta, sigue sorprendiendo y atrapando al espectador confirmando la buena salud de cinematografías como la israelí que a base de sobriedad y los medios justos pero el mensaje bien claro logran con facilidad transmitirlo conmoviendo, impactando y favoreciendo siempre la reflexión y la autocrítica de porque no miramos más a una realidad no tan alejada de nosotros como creemos y de la que la comunidad internacional debería preocuparse más con el fin de evitar esa sensación de permanente alerta e incertidumbre y continuo dolor humano truncando vidas y familias generación tras generación en un péndulo circular que hace que los dramas, problemas, preocupaciones e historias acaban pasando sin remedio de abuelos a nietos sin capacidad de solución.

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Nacho Gonzalo

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