"Las damas de Hitchcock"

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Título: "Las damas de Hitchcock"

Autor: Donald Spoto

Traductor: Fernando Garí Puig

Colección: Memorias y biografías

PVP.: 22,90 €

Nº de pág.: 382 págs.

Nota de la Redacción:

Para los aficionados a leer cine, este autor es garantía de trabajo bien hecho. Y de hecho este es su tercer libro sobre el personaje, después de La cara oculta del genio, donde se humanizaba al personaje cuyas películas había analizado en su primer libro, entra ahora en un aspecto rechazable y conocido de Alfred: su misoginia. No se debe valorar la moral de ningún tiempo pasado con sensibilidad actual, cosa que hacen inevitablemente casi todos los que viajan por el tiempo, pero por machistas que fueran los años en los que vivió Alfred, no se entiende su actitud si no es considerándola como una forma de analfabetismo vital. El autor maneja las mejores fuentes vivas para analizar no ya al director de las mujeres rubias, sino el comportamiento y trabajo de ese conjunto de actrices que aceptaron el mal trato a cambio de alimentar su vanidad, y asegurarse un lugar en el futuro donde imaginaban que sobrevivirían las películas del genio. El estilo directo y la selección del material aseguran una lectura grata y unos cuantos momentos de incredulidad, asombro y hasta indignación. Pero aun siendo mujer, esto no debería confundirse con el cine de Hitch, esto es la parte de atrás, o si se prefiere, una ventana indiscreta que se aprovecha de que el director no puede correr su cortina porque ahora la cuerda está en manos de sus rubias.

Dice el autor:

En la serie de entrevistas que François Truffaut realizó a Hitchcock y que recogió en un libro —entrevistas que abarcan la producción de todas y cada una de sus películas— he contado más de ciento cuarenta referencias a actrices. Los comentarios de Hitchcock sobre ellas fueron en su mayoría neutrales pero, con frecuencia, también hostiles. Lo cierto es que no tuvo una palabra amable ni siquiera para las mujeres que, en apariencia, le caían bien, como Ingrid Bergman o Grace Kelly. Y lo mejor que se le ocurrió con respecto a las demás fue un tibio halago a Silvia Sidney diciendo que [en Sabotaje (La mujer solitaria)] había sido «agradablemente discreta» o que Shirley MacLaine [en Pero… ¿quién mató a Harry?] «estuvo muy bien». Aparte de esto, uno solo encuentra los indiferentes comentarios de Hitchcock con respecto a los papeles interpretados por las actrices. Es más, no mencionó ni una sola vez los nombres de aquellas que contribuyeron notablemente al éxito de algunos de sus mejores trabajos: Madeleine Carroll (en Los 39 escalones y El agente secreto), Nova Pilbeam (en Inocencia y juventud) y Margaret Lockwood en Alarma en el expreso), por mencionar algunos. En el verano de 1975, durante la primera de nuestras numerosas y largas entrevistas, pregunté a Hitchcock sobre los logros de sus actrices, de qué modo había trabajado con ellas para conseguir tan formidables interpretaciones. «Creo que tiene que ver con la manera en que uno las fotografía», me contestó sin añadir más, ni una sola palabra a favor de aquellas mujeres. Doris Day interpretó el pétreo silencio de Hitchcock como una desaprobación a su trabajo durante el rodaje de El hombre que sabía demasiado. Hizo falta que ella le dijera que estaba dispuesta a abandonar el rodaje para que él se descolgara con una de sus tibias respuestas y le contestara que si su trabajo no le hubiera gustado, ya se lo habría dicho. Estos fueron asuntos que discutí posteriormente y en profundidad con un buen número de sus actrices principales, entre ellas: Sylvia Sidney, Margaret Lockwood, Joan Fontaine, Teresa Wright, Ingrid Bergman, Alida Valli, Anne Baxter, Grace Kelly, Janet Leigh y Tippi Hedren. En Las damas de Hitchcock he examinado con detalle las notables aportaciones que las actrices principales de Hitchcock realizaron a sus películas, contribuciones realizadas a menudo en circunstancias difíciles e incluso dolorosas. Ninguna de ellas se defendió, se justificó o se halagó a sí misma; en cualquier caso no les hubiera servido de mucho porque él era quien llevaba la batuta y ellas eran simples elementos prescindibles y, a menudo, condenados a los implacables dictados de una popularidad pasajera. Por si fuera poco, han circulado numerosos rumores sobre su forma de tratar a las mujeres, no solo en las películas, sino también fuera de escena o durante la producción: historias sobre su sádico comportamiento, y su ocasional tendencia a humillar en público a sus actrices. La verdad es que dichos rumores resultan alarmantemente ciertos la mayoría de las veces. No cabe duda de que Hitchcock fue un gran amigo a la hora de impulsar ciertas trayectorias artísticas; pero a menudo también fue el peor enemigo de sí mismo cuando se dedicó a tratar mal a la gente, y en especial a las mujeres, hacia las que sentía una extraña mezcla de adoración y desprecio y a las que intentó siempre controlar de un modo que no se atrevió a poner en práctica con los hombres. Hitchcock se sentía sin duda atraído por las mujeres (en especial las rubias), pero nunca habló bien de ellas, y la mayoría de ellas no tuvo nunca ni idea de cuál era la reacción del director ante sus interpretaciones. Para él, eran seres romos y caprichosamente sensuales, a merced de absurdos impulsos sexuales. Esta actitud de férrea indiferencia también caracterizó su relación con los intérpretes masculinos, pero Hitchcock tuvo pocas exigencias emocionales que plantearles en su trabajo y casi nunca los desafió o mostró especial interés por ellos. No. Quienes le preocupaban eran las mujeres. «¡Que torturen a las mujeres!», exclamaba, repitiendo el consejo del dramaturgo del siglo XIX Victorien Sardou sobre cómo construir una trama.

Fue un consejo que Hitchcock tomó al pie de la letra. En su primera película inglesa, El enemigo de las rubias, maniató con unas esposas a su actriz principal (conocida simplemente como June), lo cual le ocasionó no pocas molestias e incomodidades. Durante varios días, Madeleine Carroll fue arrastrada largo rato por los platós de Los 39 escalones atada con esposas a su compañero de reparto, Robert Donat, hasta que le salieron dolorosas magulladuras. Incidentes como estos se repitieron regularmente a lo largo de su carrera, pero nada puede compararse con la tortura física que infligió a Tippi Hedren durante el rodaje de Los pájaros, o el acoso sexual que ella tuvo que soportar durante la producción de Marnie la ladrona. Sin embargo, existe una objeción potencial que resulta necesario despejar desde el principio. ¿Por qué un biógrafo se dedica a describir la extraña psicología de Hitchcock y su aún más extraña conducta a pesar de lo profunda y exhaustivamente que pueda haberlas documentado? ¿Qué puede añadir esto a nuestro conocimiento y apreciación de una de las grandes figuras del cine y artista eterno? Alfred Hitchcock murió en 1980, y en los años siguientes sus admiradores lo elevaron a una categoría de mito que lo ha alejado de cualquier parecido con la realidad. Lo cierto es que, a ojos de mucha gente, se ha convertido pura y simplemente en un genio desprovisto de rasgos de humanidad que lo hagan reconocible como persona. Y lo que resulta todavía menos realista: mucha gente lo ve como un afectuoso caballero, parecido a uno de esos excéntricos abuelos que cuentan historias a la hora de acostarse, un hombre que no merece ser maltratado por cierto tipo de escritores maliciosos. Ni yo mismo he escapado a las críticas ocasionales de los partidarios de Hitchcock, que no están dispuestos a escuchar una palabra contra él y que se escandalizan literalmente al ver que semejantes anécdotas aparecen en las biografías del director. Sin embargo, en la raíz de todas esas objeciones puede anidar una peligrosa hipocresía —y una temible carencia de erudición— cuando provienen de gente que debería conocer mejor las relaciones que existen entre el arte y la vida y que debería tener un conocimiento más profundo de los deseos y de los padecimientos humanos.

Aquí tienes ejemplo de como Spoto nos va presentando a estas actrices, trufando detalles biográficos de antes, durante y después de su relación con el director.

Y también un reportaje en audio para tu oreja...

LasdamasdeHitch.mp3

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