Cannes 2025: Sensibilidad oriental ante la muerte, homenaje a la Nouvelle Vague y una cruda y desquiciada depresión posparto

Cannes 2025: Sensibilidad oriental ante la muerte, homenaje a la Nouvelle Vague y una cruda y desquiciada depresión posparto

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Querido Teo:

El primer sábado de competición del Festival de Cannes siempre está reservado para algunas de las películas más destacadas de cada edición ya que al ser fin de semana es cuando más foco de atención hay en lo que llega desde el certamen. Desde luego este año no es precisamente el más unánime ya que las tres películas que han competido en la quinta jornada de certamen ni han conseguido unanimidad positiva en el mejor de los casos ni han podido salvarse de centrar todas las iras por expectativas mal definidas. Chie Hayakawa, Richard Linklater y Lynne Ramsay son los responsables de ello.

“Renoir” (Chie Hayawaka) // Sección Oficial

Chie Hayakawa se ha ganado la presencia en la sección oficial tras deslumbrar en la sección Una cierta mirada con “Plan 75” (2022), una mirada distópica tan dura como tierna a un Japón que toma medidas para frenar el envejecimiento de la población. En su segundo largometraje cambia de tercio y se traslada tanto a la infancia como al pasado llevándonos al Tokio de 1987. Las vacaciones de verano están a punto de llegar pero para Fuki, de 11 años, serán diferentes ya que tendrá que afrontar la enfermedad terminal de su padre, el cual está continuamente entrando y saliendo del hospital ante lo delicado de su situación mientras la madre está desbordada por la situación.

El salto forzado a la adolescencia para una Fuki que, ante este panorama, se refugia en su propia imaginación como escape para un dolor que alguien de esa edad no debería sufrir mientras los que le rodean se preparan para la inminente llegada de la muerte.

Una historia mínima que apuesta por impresionismo y naturalidad y de la que Hirokazu Kore-eda se sentiría orgulloso teniendo a esta directora como alumna aventajada a la hora de hablar de buenos sentimientos, analizar las relaciones entre padres e hijos y acariciar el alma de manera reconfortante. Quizás precisamente ese sea su hándicap teniendo en cuenta que eso le resta personalidad. En todo caso, estamos ante una radiografía conmovedora a la hora de hablar de la soledad, del dolor y de la culpa de una familia que intenta hacerlo lo mejor posible tirando de cuidados y cariño aunque nadie haya enseñado como poder abordarlo.

El onirismo que desprende la cinta dota a la misma de belleza honda pero cierto exceso, junto a su narrativa fragmentada, su ritmo desigual y su narrativa nimia y zozobrante, le resta contundencia y conexión emocional con una historia que es bonita de ver pero ni sorprende ni perdura. Hay que ser muy insensible para no quedarse atrapado con ese final pero, en verdad, la sucesión de lugares comunes no contribuye a que el recorrido sea lo suficientemente satisfactorio para pedir que “Renoir” se lleve premio gordo. Eso sí, estupenda la madurez con la que aborda su labor la niña Yui Suzuki que termina siendo lo mejor de la película.

“Nouvelle Vague” (Richard Linklater) // Sección Oficial

Richard Linklater siempre sorprende y su inquietud le lleva a explorar terrenos que pocos transitan. Tras conectar con toda una generación su trilogía del amor y el desamor, seguir el crecimiento físico y vital de un niño durante 12 años, o probar la animación con una aventura espacial. La nostalgia vuelve a estar presente en uno de sus títulos recreando nada más y nada menos que todo un movimiento social, cultural y cinematográfico como fue la Nouvelle Vague, el movimiento por antonomasia del cine de autor que siguiendo la estela de nombres como Jean-Pierre Melville o Roberto Rossellini fue impulsado en Francia por toda una generación comandada por Jean-Luc Godard, François Truffaut, Claude Chabrol o Suzanne Schiffman.

Ese grupo de amigos y cineastas con los que comienza la película y que termina siendo una mirada a las entretelas del rodaje de “Al final de la escapada” (1960) con toda la plana mayor que obró este hito y que refleja una dirección de casting magistral digna de ganar la categoría que los Oscar inaugurarán el próximo año.

La cinta acierta adoptando cierto tono de ligereza centrándose en esa camarilla que supuso todo un boom creativo pasando de las palabras de sus textos a la plasmación de los mismos en hechos debutando todos ellos en el cine. Todos menos un Godard que era el que quedaba rezagado y que casi era como una empresa global del colectivo en que diera el paso y también pusiera su sello, sobre todo tras el éxito de “Los cuatrocientos golpes” de Truffaut en el Festival de Cannes de 1959. Todo aunque estuviera claro que no iba a ser la nueva “Ciudadano Kane” y que muchos (productores, managers, equipo técnico…) vieran venir un fiasco más ante el hecho de tener a Godard trasladando al set su espontaneidad exacerbante y sus manías como en el uso abusivo de las elipsis o en no querer que se maquillara a Jean Seberg por no resultar eso auténtico.

“Nouvelle Vague” puede ser calificada de poco reveladora y anecdótica, siendo una más de esas cintas que se adentran en el cine dentro del cine, pero su valor histórico para las nuevas generaciones es de primera magnitud habiendo pasado el tiempo suficiente para que ningún pureta de la vieja escuela considere a esta cinta un sacrilegio. Y es que la cinta está rodada con respeto, verosimilitud y encanto dotándola de agilidad y contando como aliados, además de ese reparto tan bien escogido, la fotografía de David Chambille, que nos mete de lleno en la estética y atmósfera de la época, una banda sonora llena de jazz y un diseño de producción exquisito mostrando desde las oficinas de Cahiers du Cinèma hasta los apartamentos, cafés y calles de París.

Mención aparente merece la santísima trinidad del clásico. Jean-Luc Godard es encarnado de manera casi invocada por un magnífico Guillaume Marbeck en su primer trabajo cinematográfico. No estamos ante una imitación (como en la que recaída Louis Garrel en “Mal genio” de Michel Hazanavicius) sino en una verdadera construcción de un personaje tan simbólico y genial como complejo y enigmático obsesionado por reflejar la verdad en su arte. Lo mismo se puede decir del Jean-Paul Belmondo de Audry Pullin, enérgico y carismático, entre la elegancia y la vena canalla del icono, sorprendiendo que Pullin no sea un nieto bastardo del propio Belmondo. Zoey Deutch también queda a la altura de una Jean Seberg que es la que más sufre el caos reinante y la singularidad en el trato de un Godard que siempre fue genio y figura.

Entre la sucesión de cameos, los parecidos son en su mayoría asombrosos, asistimos a lo que hubo detrás del rodaje de una cinta, con mucho de improvisación a lo largo de sus 20 días de rodaje, que tuvo que sortear problemas de todo tipo y que ayudó a cimentar el estatus de Godard por siempre jamás; ofreciendo curiosidades para cinéfilos como el primer encuentro de Godard, Belmondo y Seberg o la sacrificada labor casi circense de Raoul Coutard como director de fotografía durante el rodaje.

No podía ser otro lugar que no fuera Cannes el que albergara este título que logra tener magia y no caer en ninguna caricatura (cosa que no era fácil) mientras es, sobre todo, refrescante, ameno, entrañable y evocador. Un homenaje a aquellos locos que crearon escuela con inconsciencia, pasión, determinación y ganas de cambiar las cosas.

“Die, my love” (Lynne Ramsay) // Sección Oficial

Los rumores decían que Cannes esperó hasta última hora a Lynne Ramsay (anunció su participación después de conocerse el resto de películas) porque estábamos ante una gran cinta. Desde luego está lejos de ser la mejor película de la directora y lo que sí que garantiza es una profunda división de opiniones entre los que ven algo audaz, arriesgado y libre y los que le parece un despropósito alegórico, impostado e insoportable.

Para el que escribe estamos ante una grotesca y fallida cinta sin rumbo sobre el duelo, relaciones tóxicas, la maternidad y la salud mental en una apuesta subrayada, repetitiva, cansina y ruidosa. Jennifer Lawrence y Robert Pattinson están muy bien como un matrimonio que transforma su pasión en obsesión malsana, desquicie de insatisfacción y arrebatos de violencia pero no es suficiente para levantar la cinta de esta mujer al límite y en deriva hacia ninguna parte. No es la primera vez que Jennifer Lawrence se ve en un título de este tipo no olvidando su trabajo en la demencial “Madre!” (2017) y por ello sorprende que haya querido volver a repetir una experiencia similar (ahora también como productora) sintiéndose atraída seguramente por la ruptura de convencionalismos a la hora de abordar un personaje femenino.

Un título salvaje y descarnado sobre la maternidad imperfecta y los peajes que conlleva dejando de ser la mujer deseada por su pareja y teniendo que asumir un nuevo rol para el que se siente desbordada, más cuando tiene que encargarse de todos los cuidados ante la ausencia de su marido, ser consciente de la infidelidad de éste y abrazar tanto lo animal como lo humano hacia su autodestrucción avivado por flashbacks incoherentes, narrativa fragmentada y textura sonora para ir en consonancia de esa mente desaforada.

Lynne Ramsay lleva a cabo una puesta en escena explosiva llena de símbolos pero precisamente por eso no fácil e incidiendo en lo áspero, críptico e incómodo del conjunto con elementos como el sonido del viento, la lluvia y el fuego como inclemencias de la naturaleza que actúan como tormento psicológico al igual que los llantos de un bebé, los ladridos de un perro o un baile que convierte la exaltación festiva en grito desesperado de opresión y agonía no estando dispuesta a asumir el rol que esperan de ella, supeditada a los cuidados de su casa y los suyos, pero en el que no encaja ni puede llegar a ser feliz pidiendo ayuda a su manera.

“Die, my love”, entre la narrativa fragmentada y la fantasía sensorial, es la adaptación de la novela de Ariana Harwicz partiendo de una historia sobre depresión posparto a una radiografía de la salud mental y de la volatilidad de dos amantes cuando se extingue el sentimiento primario que es el que les ha unido como bien manifiesta el prólogo de la cinta. En todo caso un sufrimiento cruel y desgarrado en el que no hay ningún atisbo emocional en el que agarrarse (sólo quizá en la encantadora pero tenebrosa y desesperada versión que lleva a cabo la pareja mientras suena en el coche In spite of ourselves de John Prine e Iris Dement) ante el retrato de un personaje que se queda en lo superficial de su drama sin pretender enjuiciarla pero tampoco ayudar a entenderla.

Una directora que en esta ocasión pincha en hueso y que se pasa de frenada engolada de su talento visual pero no dando espacio ni oxígeno a los personajes ni ofrecer algo parecido a la esperanza con un infierno al que nos lleva de manera inevitable mientras exaspera al espectador en la mayoría de los casos y otros intentan justificar lo indefendible intentando rescatar sus referencias al cine de John Cassavetes (“Una mujer bajo la influencia”) o Stanley Kubrick (“El resplandor”). Esperábamos más y lo que podría haber sido un retrato psicológico pertinente e interesante se le va de las manos hacia el abismo. En todo caso, los festivales también están para esto y el viaje que propone nos lo llevamos incluso aunque sea un desastre.

“Urchin” (Harris Dickinson) // Una cierta mirada

Harris Dickinson sale bien parado en su debut en la dirección. El actor ya sabe lo que es estar en el reparto de una Palma de Oro (“El triángulo de la tristeza”) y ahora Cannes le ha acogido en su segunda sección en importancia confirmando su gran momento y sus inquietudes presentando la historia de Mike, un indigente londinense en un ciclo de autodestrucción que pretende dar un giro a su vida no sin dificultades, adversidades y malas decisiones.

Harris Dickinson se reserva un pequeño papel pero todo está centrado en un Frank Dillane que encuentra todo un regalo de personaje. Un vigoroso retrato en los márgenes con pinceladas de “Trainspotting” pero, sobre todo, mucho del universo de Ken Loach combinando un realismo crudo con algunos toques surrealistas. Un apesadumbrado viaje de supervivencia para este vagabundo que no termina de remontar en el que lo importante no es conocer el pasado que le ha llevado allí a Mike sino su intento de resistir cada día entre trapicheos, robos, comedores sociales y cuestionables compañías.

Tras un periodo en la cárcel, debido un episodio en el que muerde la mano del que le brinda ayuda, el destino intenta sacarle del arroyo bien sea trabajando con inmigrantes en una cocina o recogiendo basura en un parque junto a un grupo de "hippys". En todo caso, nunca entendemos muy bien que lleva a Mike a no redimirse cuando está cerca de hacerlo separándole muy poco del filo del abismo lo que hace que la película sobre todo encierre una enorme compasión hacia esta gente con las cartas marcadas no queriendo olvidarse de Dickinson de mucha gente a pie de calle que no tiene voz. Un trabajo sencillo, humilde y honesto en el que, sin riesgo, sí que ha logrado dar un paso seguro e interesante en su faceta como realizador abrazando el realismo social británico.

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Nacho Gonzalo

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