Cannes 2025: Memoria histórica brasileña y una aventura tintinesca de Wes Anderson
Querido Teo:
Kleber Mendonça Filho se va convirtiendo en un fijo del Festival de Cannes siendo el único representante hispanoamericano en la sección oficial de este año. Es un buen año cinematográfico para Brasil ya que después de ganar su primer Oscar con “Aún estoy aquí” de Walter Salles ahora oposita a la Palma de Oro con un thriller policiaco de memoria histórica partiendo de un personaje de ficción. “El agente secreto” se mete en el grupo de favoritas de cara al palmarés mientras que Wes Anderson con “La trama fenicia” cumple el expediente con su habitual estilo, en este caso entreteniendo más que irritando.
“El agente secreto” (Kleber Mendonça Filho) // Sección Oficial
En 1977, durante la dictadura militar brasileña, Marcelo, un profesor universitario que huye de un pasado turbulento, regresa huyendo a la ciudad de Recife, donde espera construir una nueva vida y reencontrarse con su hijo. Pero pronto se da cuenta de que la ciudad está lejos de ser el refugio que busca, que las fuerzas gubernamentales le persiguen y las amenazas de muerte se ciernen sobre él.
“El agente secreto” es un vibrante policiaco ambientado en los últimos estertores de la dictadura brasileña, la cual extiende sus redes ya de manera descarada y sin nada que perder. Una combinación de géneros en la que destaca el thriller político setentero y el drama histórico con puntos de serie B, comedia negra y textura sudorosa, para un trabajo que a pesar de su errática y pretendidamente confusa fragmentación temporal, divido en capítulos que se van nutriendo los unos de los otros, tiene mantenido el interés en todo momento en la historia de ese hombre que huye de un pasado tenebroso con el fin de rehacer su vida en Recife reencontrándose con su hijo y sin saber que lo que se huye siempre supone una amenaza volviendo a tocar la puerta en forma de persecución por agentes del gobierno.
Lo que podría ser un procedimental al uso sobre la corrupción sistemática del estamento institucional el director logra bañarlo de fascinación y evocación a lo largo de dos horas y media que nos lleva a la acción de 1977 pero también al pasado, en el que conocemos a la pareja de este agente y madre de su hijo, e incluso hace que el futuro también eche la vista atrás con unas jóvenes estudiantes que investigan episodios ocultos de la dictadura. Un viaje también por la resiliencia de un pueblo golpeado entre los abusos de unos y las connivencias de otros entre identidades secretas y personajes corruptos de aspecto gangsteril que intentan aprovecharse de la situación en un país que incluso se permite acoger a héroes del nazismo y en el que la violencia está a la orden del día y no se cuestiona.
Kleber Mendonça Filho ofrece un valor añadido por la manera que tiene de narrar sus historias entre lo nostálgico, la evocación, el costumbrismo, lo bizarro y lo melancólico ofreciendo una estructura sugerente e imprevisible aprovechándose de metáforas y recuerdos que él mismo ha vivido en su infancia y juventud como ya se deslumbraba en el documental “Retratos fantasmas” (2023). Eso nos lleva a buena parte de la idiosincrasia brasileña, tanto en el carnaval o en el sentimiento de comunidad de ese Recife al que tanto amor profesa en su cine, recursos “pulp” como una pierna amputada con vida propia, y también a una forma de rodar que abraza lo sensorial y el peso del pasado, tanto familiar como social y político, en la definición de lo que somos.
Una comunidad unida que busca refugio de las fuerzas opresoras del exterior tanto en su espíritu de lucha y dignidad como en el propio cine como recurso, suponiendo una enriquecedora conexión con el tiempo y el lugar que revela el profundo amor de Mendonça Filho por el entorno que le rodea y el tiempo y lugar del que parte como persona y como cineasta.
Un director que sabe explorar, revertir y homenajear a sus referentes lo que se plasma desde su puesta en escena, utilizando equipos de cámara antiguos para crear la textura de la época, y con un estilo muy molón a lo James Bond además de una sensación continua de amenaza propio de la paranoia de esos años, hasta pasando por la cinefilia (que lleva incluso al Quentin Tarantino de “Malditos bastardos”), por cómo está es capaz de definir nuestro mundo y vivencias, y que se desprende tanto a nivel evidente (“Tiburón” o “La profecía”) hasta sugerido en su aspecto formal y temático abrazando a Hitchcock, De Palma o Carpenter.
Un trabajo original y emocionante sobre esas revelaciones e historias que van perdurando a lo largo del tiempo, como una combinación de realidad y de ficción, que tiene como protagonista a un solvente Wagner Moura que encuentra uno de sus trabajos más agradecidos para una cinematografía en un momento envidiable de visibilidad y compromiso que parte de lo individual para hablar de la memoria colectiva a través del cine de manera libre pero llena de respeto y honestidad hacia esas imágenes de los desaparecidos que rodean como una sombra cada momento de la película como fantasmas del pasado que encuentran su razón de ser en el hecho de no olvidar de dónde venimos para no flaquear hacía a dónde vamos.
“La trama fenicia” (Wes Anderson) // Sección Oficial
Wes Anderson se ha convertido en un niño mimado para Cannes haciendo gala de sus simetrías, colores pastel y secuencias en forma de viñeta. En todo caso es ya la cuarta participación en la sección oficial que si bien tiene siempre difícil despertar un consenso de palmarés sí que asegura una buena nómina de estrellas. Benicio del Toro, Michael Cera, Mia Threapleton, Bill Murray, Riz Ahmed, Charlotte Gainsbourg, Benedict Cumberbatch o Jeffrey Wright han desfilado en la presentación de una cinta que, sin llegar a sus trabajos destacados, remonta el vuelo tras una carrera desinflada tras “El Gran Hotel Budapest” (2014).
Un puzzle juguetón que se centra en un empresario europeo en la época de posguerra, magnético y bravucón, que se ve envuelto en una trama de espionaje junto a su hija Liesl, una monja con la que hasta ahora no había mantenido ninguna relación y a la que pretende nombrar sucesora, y con la que tendrá oportunidad de convivir durante esta aventura en la que, perseguido por sus enemigos, intentará conseguir financiación para crear un ambicioso plan con el fin de explotar comercialmente a un país antes de que el resto de gobiernos del mundo puedan impedirlo.
Un viaje entrañable que habla de la redención de aquellos que abrazaron en su día el capitalismo y en la que la gran noticia es que, sobre un acabado formal ya marca de la casa y nuevamente a un nivel de magisterio, en esta ocasión los personajes no son meros pegotes. Un trabajo melancólico, gamberro y barroco que sí es cierto que pierde fuerza ante cierta farragosidad a la hora de hablar de temas puramente económicos.
Sobre la sucesión de caras conocidas sin duda el trío protagonista formado por Benicio del Toro (arrollador), Michael Cera (genuino en este universo con sus bichos en la mesa) y Mia Treapleton (sorprendente labor de la hija de Kate Winslet) destilan química, complicidad y un punto de ternura topándose, entre otros, con Riz Ahmed como príncipe árabe enamoradizo, Tom Hanks y Bryan Cranson jugando al baloncesto en el andén de un tren, Mathieu Amalric regentando un café de especias o Benedict Cumberbatch como un sádico villano de opereta.
Wes Anderson lleva a cabo también uno de sus trabajos más comprometidos lanzando un dardo frente a la codicia de los poderosos que llevan al mundo a la deriva. Una matrioshka que pretende llevarnos a un mundo fabulado pero también con un poso de negritud moral muy auténtico y pertinente, en el que incluso el protagonista intenta expiar sus culpas ante el purgatorio cediendo el testigo a su hija confiando en otra manera de hacer las cosas tras la ambición desmedida avivada con el fin de la Segunda Guerra Mundial, en el que el director cuenta como aliados con la música de Alexandre Desplat, el vestuario de Milena Canonero, el montaje de Barney Pilling o la dirección de fotografía de Bruno Delbonnel.
Un ejercicio tan calculado y enarbolado como libérrimo y espontáneo en apariencia que no deja de ser más de lo mismo aunque, en esta ocasión, dentro de una ornamentaría tan preciosista como vacua, la fórmula sí que esté más afinada y logra mantener el ritmo por un lado y no exasperar por el otro. La dosis entra mejor, sin apasionar pero sin empachar, sin tener que tomarse un caramelo de menta para quitarse el mal sabor gracias a esta aventura de espionaje ilustrado en clave de fábula con estética vistosa y digna sucesora del universo de Hergé para Tintín.
“Miroirs nº 3” (Christian Petzold) // Quincena de Cineastas
Christian Petzold es uno de los directores más interesantes del panorama europeo actual y por ello cada uno de sus títulos encuentra rápido amparo en los certámenes festivaleros. No obstante todavía Cannes no le ha dado la alternativa en la sección oficial y este año se ha contentado con formar parte de la Quincena de Cineastas, la rama más culturera pero también un campo de pruebas antes de saltar a ligas mayores. Lamentablemente con “Miroirs nº 3” el director alemán no se ganará muchos defensores a la hora de darle la alternativa en una película pequeña y sugerente pero que queda como un remedo pobre e intrascendente en comparación con otros de sus títulos.
Laura es una joven estudiante de música que sufre un accidente automovilístico en el que muere su controlador novio. Milagrosamente sale ilesa del accidente y, ante la confusión, es acogida por una mujer más mayor, Betty, que vive cerca junto a su marido y el hijo de ambos; una familia que detrás de su apariencia vale más por lo que calla que por lo que dice. Tras pasar un tiempo con ellos, encuentra consuelo y apoyo para volver a encarrilar su vida. Pero se percata de que algo no funciona en esa familia, y entonces empieza a preguntarse quiénes son realmente y qué oscuros secretos esconden.
La cuarta colaboración entre Christian Petzold y la actriz Paula Beer se salda en un puzzle de narrativa y planteamiento mínimo (no hacen falta más que cuatro personajes y escasos escenarios en torno a una casa rural) en el que a pesar de su drama de personajes, los cuales encierran sus propios traumas que les hace no querer verbalizar lo que les ha llevado hasta allí, y un punto de partida algo absurdo, no se abandona cierta ligereza que casi le transforma en una evasión a pesar de que dentro de lo que allí hay mucho dolor, culpa, negación e intento de redención abrazando el halo hitchcockiano cuando ambas mujeres generan una burbuja de dependencia a la que asisten atónitos los hombres de la casa; los cuales son trabajadores en un taller mecánico y que se ven obligados a formar parte del teatrillo que han creado Laura y Betty.
Un trabajo calmado, enigmático y sensible pero también austero, incómodo y perturbador que hace que la película se quede en terreno baldío (más cuando el misterio se descubra y el mismo se subraye de manera forzada) tratando temas como la salud mental, el duelo y el vacío vital logrando, a pesar de todo, una atmósfera acogedora en ese escenario de paz y tranquilidad (pero también misterio) con el leitmotiv de The night de Frankie Valli & The Four Seasons y música de Chopin.
Otras películas
* En Una cierta mirada ha desatado fervor "Pillion", ópera prima de Harry Lighton. Un drama de obsesión y sumisión en el universo motero con Alexander Skarsgård y Harry Melling en el que el drama no se sustenta en el tormento apesadumbrado de la condición sexual que suelen abordar estas películas sino en su conexión y cuestionamiento de su identidad cuando la relación entre ambos va más allá del deseo.
* "El amor que permanece" es una de esas cintas que se cuestiona que no hayan podido entrar en competición. El nuevo trabajo de Hlynur Pálmason (que estuvo en Una cierta mirada con "Godland") se ha quedado en esta ocasión en la sección Cannes Première siendo una película casi experimental de increíble densidad (conflictos generacionales, familiares, artísticos...) con la que el director ha contado con su propia familia y que cuestiona lo que construimos, creamos, perdemos, transformamos y lo que queda de ello. Una película cálida, imprevisible y algo surrealista que supone una comedia dramática ambientada en Islandia sobre una familia (y una adorable perrita) que lidia con sus complejos sentimientos e impulsos absurdos a lo largo de un año tras el divorcio de sus padres.
* En Una cierta mirada se ha visto también "My father's shadow" de Akinola Davies Jr., la historia de un padre que atraviesa la inmensa ciudad de Lagos con sus dos hijos pequeños mientras la inestabilidad política amenaza su regreso a casa.
* También en Una cierta mirada ha sido turno de "O riso e a faca (Le rire et le couteau)" de Pedro Pinho. Una mirada antropológica de tres horas y media sobre un ingeniero medioambiental portugués que acepta un puesto de trabajo en África Occidental, donde entabla complejas relaciones con dos lugareños mientras descubre detalles sobre la inexplicable desaparición de su predecesor. Un azote a los convencionalismos y al colonialismo de lo nuevo del director de "La fábrica de nada" (2018) que ya estuvo en la Quincena de Realizadores.
Nacho Gonzalo

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