Cine en serie: “Profesor T.”, el criminólogo fóbico

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Querido Teo:

"¿Es cruel decir que el deporte de competición es una actividad completamente inútil? Todo el mundo sabe que los juegos en que hombres adultos corretean detrás de una pelota son una sublimación del enfrentamiento entre tribus. Los deportistas de hoy son los guerreros de ayer. Intentan conquistar terreno, y si lo consiguen son recompensados con trofeos dorados, vítores cavernícolas y sexo con mujeres carentes de cerebro".

Así de radical y antropológico es Jasper Teerlink, cuya historia arrancó mostrando un personaje oscuro, testigo del suicidio de su padre siendo niño. En la actualidad es conocido como el profesor T., una persona que no puede evitar la "crueldad" de los que dicen lo que piensan sin atender a convencionalismos de ninguna clase. Es profesor de Criminología en la Universidad de Amberes, y sufre un Trastorno Obsesivo Compulsivo bien conocido: miedo a los microbios y, por ampliación, al contacto humano. No puede tomar un autobús o bañarse en una piscina pública, y usa guantes de látex y spray desinfectante a cada momento. Su oficina en la Universidad es un espacio aséptico donde suena casi siempre música italiana, ya sea ópera, canciones napolitanas clásicas, o dignas de San Remo. Puede ser odioso o despertar vergüenza ajena, pero también es una eminencia en su campo.

Es atractivo, tiene una mente inspiradora para los que lo rodean aunque el engaño de la mujer amada terminó de condenarle a la soledad. Tenía ya muchas papeletas para estar solo por su personalidad arrogante y sarcástica, o que le obliga a tener que pagar, de forma ordenada y a plazo fijo, por el sexo.

T. es una variante psicológica de Holmes, aunque sin compañero. Una antigua alumna, metida a policía, le conduce a convertirse en consultor para casos difíciles, que resuelve con una lógica que casi nunca falla.

La serie encaja en las que denomino series "aperitivo", entretienen sin comprometer a demasiadas neuronas, fáciles de seguir, ejecutadas con corrección por todos los que intervienen, con giros tradicionales en las historias de detectives y personajes de rasgos bien definidos; reúne los elementos necesarios para ser convocado en el futuro a alguna producción europea donde sentar al francés "Cherif", al italiano “El comisario Montalbano”, y a el cura británico de la serie "Grantchester".

Al observar una gota de agua estancada a través de un microscopio de fabricación casera, Anton Van Leeuwenhoek descubrió en 1674 que, donde a simple vista no se percibían signos de vida, había criaturas minúsculas que se movían. La fobia correspondiente tardaría aún dos siglos en extenderse, pero ya se habían detectado otras de tipos muy variados, incluida la curiosa mirmecofobia, o miedo a las hormigas, aunque son las arañas las vencedoras en el mundo de los insectos. Una antigua amiga, especialista en fobias, trató durante algún tiempo a una paciente cuya fobia a las cucarachas le impedía incluso la lectura, por temor a encontrar la palabra escrita.

Algunos estudios señalan que la más común de las fobias es la agorafobia, pero otros citan el miedo a las alturas, acrofobia. "Vértigo", la popular película de Alfred Hitchcock, confundió la fobia y el vértigo. En ella, un ex detective de la policía (James Stewart) sufre acrofobia tras haber presenciado cómo un compañero cae y muere durante una persecución por los tejados. La enfermedad le atormenta, y la película llega a su clímax cuando se ve incapaz de ayudar a la mujer que ama. No puede subir las escaleras que conducen a una torre debido a su miedo a las alturas.

En realidad, las personas con acrofobia no tienen por qué sufrir vértigo, y viceversa. El vértigo («mareo» en latín) es un tipo de mareo que se caracteriza porque quien lo padece tiene la sensación de estar en movimiento cuando, de hecho, está quieto. Las mujeres son dos o tres veces más propensas al vértigo que los hombres, y la edad aumenta las probabilidades de sufrirlo. Hasta un 10% de la población experimenta algún tipo de vértigo a lo largo de su vida. No tiene por qué darse en las alturas y no es lo mismo que la acrofobia.

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Carlos López-Tapia

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