In Memoriam: Eusebio Poncela, símbolo del abismo y la transgresión

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Querido primo Teo: 

Con la muerte de Eusebio Poncela a la edad de 79 años desaparece no sólo un intérprete, sino también un modo de entender la actuación como riesgo, como búsqueda y como desgarro. Figura fundamental de la interpretación en la segunda mitad del siglo XX y las primeras décadas del XXI, Poncela encarnó como pocos esa tensión entre rigor clásico y riesgo vanguardista que definió a una generación de actores dispuestos a abrir grietas en el canon. Se erigió en el rostro cinematográfico de la modernidad al protagonizar “Arrebato” (1979), la obra de culto de Iván Zulueta que lo situó en el centro de una exploración radical sobre los límites del arte, el deseo y la autodestrucción.

Con Pedro Almodóvar también exploró en los márgenes alcanzando una de sus interpretaciones más memorables en “La ley del deseo” (1987), donde encarnó la complejidad emocional de un creador atrapado entre la pasión y la obsesión. Su trayectoria fue, en muchos sentidos, la de un superviviente. No sólo por la intensidad de una vida vivida al límite (él mismo reconocía que la relación con la heroína fue tan intensa y destructiva que “fue la droga la que me dejó a mí”), sino también porque consiguió mantenerse fiel a su propio territorio artístico: ese lugar incómodo, inquieto, que no se conformaba con repetir fórmulas y buscaba permanentemente el filo de lo nuevo. 

Nacido en Madrid en 1947, Eusebio Poncela se formó en la Real Escuela Superior de Arte Dramático (RESAD), y muy pronto subió a los escenarios. Su debut llegó con “Mariana Pineda” dentro de la compañía de María Dolores Pradera, y pronto encarnó personajes de enorme exigencia emocional como “Romeo y Julieta”, “Marat-Sade” (bajo las órdenes de Adolfo Marsillach) o incluso “El caballero de Olmedo”. El teatro fue su primera gran escuela: allí forjó la disciplina del actor clásico, con un dominio de la voz y la presencia escénica, entre turbadora y frágil, que más tarde trasladaría al cine con inusitada fuerza.

En los años setenta y ochenta, cuando Televisión Española comenzaba a producir ambiciosas adaptaciones literarias, Poncela se convirtió en rostro habitual de la pequeña pantalla. El gran público lo conoció en “Los gozos y las sombras” (1982), la serie basada en la obra de Gonzalo Torrente Ballester. Su papel como Carlos Deza, heredero de un legado familiar en conflicto con la Galicia de la posguerra, mostró a un Poncela magnético, capaz de convertir una narración coral en un duelo íntimo y contenido. Ese trabajo lo consolidó como un intérprete de primera línea ante millones de espectadores. Una presencia habitual que se repetiría como el protagonista de la serie "Pepe Carvalho" (1986), adaptación del personaje de Manuel Vázquez Montalbán.

Pero fue en 1979 cuando Poncela quedó inscrito en la historia del cine español de culto. “Arrebato”, de Iván Zulueta, lo situó en el epicentro de una película que hablaba del poder hipnótico de la imagen y del abismo de las adicciones. Poncela interpretaba a un cineasta desencantado, arrastrado hacia una relación destructiva con un joven obsesionado por filmar su propia existencia.

Aquel papel lo convirtió en un icono de la modernidad cultural de la Transición: un actor dispuesto a explorar las sombras, a encarnar la fragilidad, a mostrar el reverso de la euforia democrática. Décadas después, el film de Zulueta sigue siendo un referente ineludible del cine "underground" europeo, y Poncela, su rostro más reconocible.

Otro cineasta determinante en la carrera de Eusebio Poncela fue Pedro Almodóvar que vio en él a un actor capaz de transmitir con naturalidad un magnetismo oscuro, un aire intelectual y herido a la vez, capaz de dar cuerpo a personajes contradictorios, entre el deseo y la destrucción. Tras “Matador” (1986), donde Poncela encarnó al comisario encargado de investigar una serie asesinatos, alcanzaron la cúspide de su colaboración con “La ley del deseo” (1987).

Gracias a ella, Almodóvar iniciaría una etapa de madurez en su carrera y Poncela se confirmó como un icono de la modernidad de nuestra piel de toro. El actor interpretó a Pablo Quintero, un director de cine homosexual que se mueve entre la pasión, el arte y la obsesión amorosa. Un personaje que tenía resonancias autobiográficas para el propio Almodóvar, lo que explica la enorme confianza que depositó en el actor. Poncela dotó al papel de una sobriedad dramática que contrastaba con el exceso y el colorido del universo almodovariano, creando un contrapunto que intensificó la fuerza de la película.

Aunque no volvieron a trabajar juntos, el vínculo entre ambos se mantuvo como parte de la memoria de aquel cine de los ochenta que exploraba territorios nuevos: la libertad sexual, la pulsión creativa, la vulnerabilidad masculina, etc.... Para Almodóvar, Poncela representaba la posibilidad de un intérprete que combinaba la herencia clásica del teatro con la audacia de una modernidad sin complejos.

Aunque en el imaginario colectivo Poncela quede asociado a Zulueta y Almodóvar, su trayectoria fue mucho más amplia. Debutó en el cine con Eloy de la Iglesia en la transgresora "La semana del asesino" (1972) y rodó con Pedro Olea en "La casa sin fronteras" (1972), Emilio Martínez-Lázaro en "Sus años dorados" (1980), Pilar Miró en la introspectiva "Werther" (1986), Carlos Saura en la ambiciosa "El Dorado" (1988), Imanol Uribe en "El rey pasmado" (1991), Álex de la Iglesia en "800 balas" (2002), Ray Loriga en "Teresa: El cuerpo de Cristo" (2007) o Tran Anh Hùng en "Escapando del infierno" (2009).

Vivió varios años en Argentina, con el fin de desengancharse de las drogas y ahí fue rescatado por Adolfo Aristarain que le sacó lo mejor de sí en la notable “Martín (Hache)” (1997), una interpretación que le volvió a conectar plenamente con la crítica y el público.

Fue candidato al premio Goya como mejor actor por “Intacto” (2001) de Juan Carlos Fresnadillo, demostrando que seguía siendo un intérprete capaz de reinventarse. En televisión, volvió a conquistar a nuevas generaciones con series como “Isabel” (2014), "Carlos, rey emperador" (2015) (por el que fue premiado por la Academia de Televisión gracias a su memorable cardenal Cisneros), “Águila Roja” (2015-2016), "El accidente" (2017-2018), "Merlí. Sapere Aude" (2021) o "Matices" (2025), manteniendo hasta el final su magnetismo intacto.

En el teatro, Poncela nunca abandonó los textos que pedían disciplina y riesgo: Shakespeare, Lorca, Valle-Inclán. "El sirviente" y "El beso de la mujer araña" fueron los últimos trabajos del actor en los escenarios. 

Mary Carmen Rodríguez

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