In Memoriam: Terence Davies, reivindicación del clasicismo

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Querido primo Teo:

A la edad de 77 años ha fallecido el director británico Terence Davies, tal y como ha anunciado su cuenta oficial de Instagram. En el 2021 estrenó "Benediction" y su firme defensa del clasicismo le convirtió en una "rara avis" dentro del cine rodado en las últimas décadas. Su negativa a someterse a los intereses empresariales le hicieron tener una filmografía muy corta que ha sido reivindicada por el circuito festivalero, especialmente en el Festival de San Sebastián que aparte de dedicarle una retrospectiva en el año 2008 le convirtió en uno de los indispensables en su programación. Un cineasta que se abrazaba a la nostalgia del pasado para conectar con el presente a través de un humanismo característico en el que la memoria, los sentimientos y la evocación se daban la mano fluyendo en imágenes de marcado carácter melancólico y pictórico.

Nacido en Kesington (Liverpool) en 1945, en el seno de una numerosa familia católica de origen humilde siendo el pequeño de 10 hermanos y sufriendo siempre por un padre despótico y por enfrentarse a su homosexualidad en un entorno de represión. Ingresó en la Escuela de Drama de Coventry tras abandonar Liverpool, que le condenaba a tener la misma vida que sus padres alejada de sus verdaderas inquietudes trabajando como contable en una oficina portuaria, y allí encontró la inspiración para escribir el cortometraje con tintes autobiográficos "Children" (1976).

Posteriormente asistió a la Escuela Nacional de Cine, allí dirigió los cortometrajes "Madonna and child" (1980) y "Death and transfiguration" (1983). Davies jugaba a hablar de sí mismo, algo que seguiría estando presente en su obra, y presentó esta trilogía de cortos, bajo el nombre de "The Terence Davis trilogy" (1983) en diversos festivales de Europa y los Estados Unidos que le llevó a obtener numerosos premios al tratar en cada uno de sus capítulos aspectos de su vida como el acoso escolar, la vida gris de su trabajo en una oficina y la proyección de su propia muerte.

En 1988 llegó el momento de rodar su primera película, "Voces distantes", en la que plasmó su infancia en Liverpool como miembro de una familia católica de clase obrera que en plena posguerra ha de asumir la temprana ausencia del padre. La naturalidad con la que narraba un proceso de reconstrucción, familiar y social, le llevó a conquistar a la crítica y los premios en diversos certámenes. Ganó el premio FIPRESCI en el Festival de Cannes, fue candidato en los premios del cine europeo y en los César, se hizo con el premio a la mejor película extranjera en la Asociación de Críticos de Los Angeles (LAFCA) y consiguió el máximo galardón en Locarno y Valladolid.

Continuadora de "Voces distantes" fue "El largo día acaba", que llegó en 1992, con la que narró su adolescencia como homosexual en un entorno represor y cómo encontró un refugio en su madre protectora, en las canciones de la radio y en el descubrimiento del cine. Davies compitió en el Festival de Cannes y fue galardonado nuevamente con la Espiga de Oro del Festival de Valladolid. 

Sus películas fueron bendecidas por la crítica, de hecho "Voces distantes" suele figurar en las listas de las mejores películas de la historia, pero eran apreciadas por muy pocos espectadores, lo cual era un problema para conseguir financiación. En 1995 rodó "La biblia de neón", basada en la novela de John Kennedy Toole, que pasó completamente desapercibida siendo su segunda y última incursión en la sección oficial del Festival de Cannes. Terence Davies no se caracterizó por amoldarse a las exigencias de la industria y gracias a sus trabajos en el teatro y en la radio pública británica pudo seguir desarrollando su carrera.

En el 2000 rodó "La casa de alegría", protagonizada por Gillian Anderson, y basada en la novela de Edith Wharton, que le llevó a ser premiado por el Círculo de Críticos de Nueva York. Ocho años después Davies fue homenajeado por el Festival de San Sebastián que supuso el inicio de una historia de amor con el certamen donostiarra ya que allí siempre fue reivindicado y presentó sus siguientes trabajos siendo siempre alabada por la organización del Festival de San Sebastián la disposición, amabilidad y educación de la persona que había detrás del artista. En ese mismo año estrenó el documental "On time and the city" (2008) con la que le brindó un homenaje musical a la ciudad de Liverpool.

Pese sus problemas de financiación Terence Davies pudo rodar "The deep blue sea" (2011), basada en la obra de teatro de Terence Rattigan, con una Rachel Weisz que fue reconocida por la crítica más selecta de los Estados Unidos al encarnar a ese caramelo de personaje para una actriz que es Hester Collyer en un exquisito drama romántico en el que una mujer decide caer en los brazos de la pasión que le propone un joven piloto de la RAF frente a la rutina y el privilegio que le da su marido, un juez del Tribunal Supremo, teniendo como escenario la puritana sociedad londinense de la década de los 50.

Tras ella llegaron "Sunset song" (2015), con la que optó a la Concha de Oro siendo una adaptación de la novela homónima de Lewis Grassic Gibbon que intentó levantar durante dos décadas, "Historia de una pasión" (2016), con una excelente Cynthia Nixon interpretando a Emily Dickinson, y "Benediction" (2021) con la que Davies se llevó el premio al mejor guión en el Festival de San Sebastián sobre la vida del poeta y héroe de la Primera Guerra Mundial, Siegfried Sasson, y en la que pudo hablar de los traumas que deja el amor y la guerra así como el dolor de negarse a uno mismo.

Terence Davies todavía tenía mucho que decir en su cine. Un director que reivindicó el melodrama clásico, a través de su elegancia y con el magistral manejo de las elipsis, con ecos a Douglas Sirk pero en el que la tradición de una sociedad como la irlandesa, marcada por el peso de la tradición y la represión congénita, era el marco para hablar de historias atemporales en las que el amor era algo aspiracional entre baches y adversidades que afrontar y siempre con la riqueza de imágenes estilísticas llenas de significado y una banda sonora siempre rica, emocional y ajustada a la narración.

Calificado de buen conversador y siempre haciendo gala de un humor socarrón y culto se va uno de esos cineastas de los que ya no quedan, ante una sensibilidad tan arrebatadora como dolorosa, y de los que es necesario que se recoja el legado ya que su voz y su estilo no merecen quedar sólo en el más preciado de los recuerdos.

Mary Carmen Rodríguez

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