La infancia a través de la mirada de Steven Spielberg

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Querido primo Teo:

Los que hemos crecido a lo largo de las últimas décadas tendemos a confundir nuestra infancia con una película de Amblin y ni siquiera el más fantasioso ha ido con sus amigos a la búsqueda del tesoro de un pirata, lo más cercano a ello fue la colección de las Interviú de un primo, ni tampoco ha escondido a un extraterrestre, ni siquiera a un yonki salido de una película de Eloy de la Iglesia y muchísimo menos ha corrido delante de un dinosaurio, a lo máximo que pudo aspirar fue a ponerse bajo el foco de los matones de poca monta de su colegio. Eso nos pasa porque hemos aprendido a ver la vida con los ojos de Steven Spielberg, alguien que ha sido el mejor narrador de la infancia de este último medio siglo porque no es solamente una persona que vive anclada en la nostalgia sino que, tal y como le dijo François Truffaut durante el rodaje de “Encuentros en la tercera fase” (1977), jamás ha dejado de ser un niño. Ahora a sus 76 años, y tras plasmar algunas de las cuestiones que marcaron su infancia en sus películas, se ha atrevido a poner realmente el foco en su propia historia en “Los Fabelman”.

Pese a que Steven Spielberg ha sabido hablar de la infancia a lo largo de su cine, principalmente sobre lo que supone afrontar un hecho traumático a una edad tan temprana, y que siempre se ha tenido como ejemplo a la hora darle hondura, lo cierto es que le daba reparo hablar abiertamente de su propia historia familiar, aunque ha existido desde 1999 un proyecto sobre su pasado que estaba escrito por su hermana Anne. Ha sido una cuestión reciente que se convirtió en una necesidad en el momento en el que sus padres fallecieron, su madre murió en 2017 y su padre tres años después.

Tenía que contar su propia historia, liberarse de sus traumas y también narrar lo que sintió cuando descubrió el cine y quiso dedicarse a ello. Fue su guionista de confianza Tony Kushner el que le convenció para que rodara una película sobre los hechos que le convirtieron en el hombre que es hoy y durante estos años ha visto demasiados ejemplos de Alfonso Cuarón con “Roma” (2018), Pedro Almodóvar con “Dolor y gloria” (2019) y Kenneth Branagh con “Belfast” (2021). 

Steven Spielberg nació en Cincinnatti (Ohio) el 18 de Diciembre de 1946, en el seno de una familia de clase media judía de origen centroeuropeo. Su padre, Arnold, era un ingeniero eléctrico que trabajaba como desarrollador de computadoras y su madre, Leah Adler, era pianista y restauradora. Parte de su infancia la pasó en Nueva Jersey y a la edad de 6 años sus padres le llevaron al cine a ver “El mayor espectáculo del mundo” (1952) de Cecil B. DeMille y ahí el pequeño Steven tuvo una revelación. Se quedó tan fascinado con lo que vio que decidió que aquello sería su vida.

A partir de ese momento relegaría a su padre como el camarógrafo de la familia y se encargaría de rodar las películas domésticas, costumbre que por cierto no ha abandonado y también se encargaría de reproducir con su cámara y con elementos más a su alcance aquello que veía en la gran pantalla teniendo su patio trasero como principal centro de operaciones.

A base de mucho ensayo y error, marear a quienes tenía a su alrededor y documentarlo prácticamente todo, comenzó a gestarse el cineasta que se consagró dos décadas después y que con “Tiburón” (1975) sentó las bases del blockbuster. Ya instalado en Phoenix (Arizona) organizaba pases semiclandestinos, tenía un proyector de 16mm y antes de proyectar una película sobre la mula Francis ponía sus propios cortometrajes. Sus hermanas vendían las chuches y él se encargaba de la promoción, además de charlar con los asistentes. 

Gracias a sus habilidades con la cámara pudo conseguir la insignia de los Boy Scouts en donde ingresó a la edad de 12 años. Ahí rodó un corto de 8mm y nueve minutos de duración llamado “Duel” en donde homenajeaba al cine western. Un año después ganaría un premio por un mediometraje de cuarenta minutos llamado “Escape a ninguna parte”, de carácter bélico y que se basaba en una batalla de la Segunda Guerra Mundial en el este de África que le había narrado su padre. Este proyecto ya se salía de la modestia y necesitó ayuda de los compañeros de su clase.

Los vecinos se asustaron al ver a un grupo armando jaleo y llamaron a la policía que comprobó que aquellos nazis eran en realidad unos chavales de secundaria, con armas de juguete y a las órdenes de un director amateur que estaba en la edad del pavo y que en la década de los 90 se llevaría 2 Oscar como director por sus incursiones en la Segunda Guerra Mundial en “La lista de Schindler” (1993) y “Salvar al soldado Ryan” (1998) sin olvidar sus otras aproximaciones bélicas como “El imperio del sol” (1987) y “War horse (Caballo de batalla)” (2011). 

La adolescencia fue especialmente dura para Steven Spielberg. Sus padres, Arnold y Leah, decidieron poner fin a su relación. Las disputas entre ellos eran constantes y por el bien de todos era mejor continuar por separado que seguir destruyéndose. Steven Spielberg se fue a vivir con su padre a Saratoga (California) mientras que sus hermanas permanecieron con su madre en Arizona. Ahí se rompió la relación de Spielberg con su padre hasta pocos años antes de que falleciera su progenitor. Le responsabilizaba de la ruptura de su familia, de haberle separado de sus seres queridos y también se avergonzaba de su origen judío ortodoxo.

Su padre le obligaba a asistir a la sinagoga y también le inscribió en una escuela hebrea. Su condición le hizo ser un blanco fácil para los acosadores. Todo ese dolor llevó a Steven Spielberg a madurar de golpe, algo que ha narrado a la perfección en películas como “E.T., el extraterrestre” (1982) y “El imperio del sol” (1987) en donde dos niños pierden la inocencia por lo que ven hacer a los adultos, comprendió que él tenía que ser responsable de su propia educación y valores. La cámara de cine salvó de manera literal a Steven de los matones de su instituto sin tener que convertirse en uno de ellos para poder sobrevivir. 

Aunque Arnold Spielberg participó en el documental que la HBO hizo sobre su hijo, lo cierto es que veía que el cine no era lugar para él. No se tomaba en serio que el pequeño Steven quisiera dedicarse por completo a ello. Más de una vez trató de hacerle ver que se equivocaba eligiendo su camino. Fue como estudiante en la Secundaria cuando encontró a un profesor, el señor Pfister, que se quedó impresionado al ver sus cortometrajes amateurs y le dijo que peleara fuertemente por conseguir sus sueños. Eso fue lo que le impulsó a presentar una solicitud para asistir a la Escuela de Teatro, Cine y Televisión de la Universidad del Sureste de California, lo hizo tres veces y sin éxito. Donde sí fue admitido fue en la Universidad Estatal de California que le concedió el Honoris Causa en 1994.

Su paso por la universidad no fue especialmente brillante ni provechoso de hecho ni terminó sus estudios universitarios y en el 2002 se volvió a matricular para finalizar su carrera presentando todo su trabajo como director. La verdadera escuela la encontró en Universal Pictures en donde entró como pasante del departamento de edición y ahí pudo rodar su primer cortometraje como profesional, “Amblin” (1968), y ahí nació el sello que ha marcado el cine de este último siglo y el genio al que tenemos la oportunidad de conocer de una manera más profunda en “Los Fabelman”. 

Mary Carmen Rodríguez

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