"Malcolm & Marie", reproches, autoría y racismo

"Malcolm & Marie", reproches, autoría y racismo

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Querido Teo:

Surgida en los tiempos del confinamiento, y tras el éxito crítico y popular de “Euphoria”, Sam Levinson y Zendaya volvieron a unirse para un proyecto financiado por sus artífices que no deja de ser una combinación de la estética de autor de la Nouvelle Vague, los conflictos personales y la relación con el mundo del teatro de John Cassavetes y un estiloso anuncio de perfume. "Malcolm & Marie" nos muestra la autopsia de una relación de pareja con sus reproches, frustraciones, inseguridades, sentimientos de culpa y cargas personales que se remueven en una de esas noche de sinceridades que sirven de punto de inflexión hacia lo que tenga que deparar el futuro.

Dos actores y un escenario, el de una casa apartada y diáfana, con vistas y todas las comodidades, The Caterpillar House, localizada en Santa Lucia Preserve, un condado de las afueras de Los Angeles, y a la que llegan los personajes de John David Washington y Zendaya tras la premiere de la cinta que ha dirigido él, un director de cine con ínfulas que se siente en una nube tras las buenas sensaciones propias del subidón de esa noche pero que está nervioso a la espera de que lleguen las críticas de su película.

Ella se muestra algo agotada mientras escucha las diatribas narcisistas de él ya que Malcolm cuestiona el papel de la crítica y el hecho de que los demás le vean de una determinada manera por ser un director negro y por eso le comparen con Spike Lee, Barry Jenkins o John Singleton en vez de, por ejemplo, William Wyler, al que considera el director más polivalente de la Historia del cine.

La película que ha rodado Malcolm trata sobre una joven que intenta superar sus adicciones mientras se enfrenta al maltrecho sistema sanitario y la generación de dependencia que tiene ella con el alcohol y las pastillas mientras se mueve entre casas de acogida, albergues y hospitales. Una negra marginal en una película dirigida por un realizador negro que, por supuesto, recibirá las consabidas críticas de que éste ha sabido reflejar con autenticidad una voz, la de su mundo, en base a unos prejuicios de la crítica mayoritaria (masculina y blanca) que tiende a encasillar con pomposidad en función de lo que se espera de cada uno. La primera crítica que recibe, la de una mujer blanca de LA Times, seguirá volteando durante la noche a una pareja que tiene sus propios asuntos que tratar a raíz de esto.

Entre un plato de macarrones, copas, cigarros y magreos la pareja se tira los trastos a la cabeza después de que ella deje traslucir su descontento por el hecho de que él no le haya incluido en sus agradecimientos, algo que ha ido haciendo mella en su pensamiento conforme han pasado las horas y que Malcolm achaca, entre otras cosas, a cierta envidia llegando incluso a decir que ella no puede comprender que alguien en este planeta le quiera porque es incapaz de quererse a sí misma. Una persona que tiene miedo de sentirse querida y que basa su poder en generar una dependencia para el otro, debido a sus complejos y a sentirse mejor en una relación de sumisión y reproches en la que la necesidad que genera es su poder.

Marie no sólo posee ese tormento de frustración sino que, además de soportar los egos de él dejando claro que esa es su noche y que no quiere que nadie se la fastidie, siente que se le ha robado su historia ya que la cinta está basada en la Marie que Malcolm conoció cinco años atrás, una joven de 20 años que estaba perdida en el arroyo de las calles y de la que él se encargó casi como en el mito del Pigmalión estando con ella porque la quería, a pesar de los malos momentos, aunque ella no dude en acusarle de que eso no era un acto de generosidad por parte de él sino que estaba empapándose de sus vivencias para así poder hacer algo con ello de cara a la pantalla. Un debate potente emerge esa noche sobre si la autoría pertenece a quién lo ha vivido o a quién lo cuenta.

“Malcolm & Marie” puede llegar a ser asfixiante ante los vaivenes dialécticos a los que nos llevan unos personajes inestables, complejos y condenados a ser insatisfechos, sentirse incomprendidos y, sobre todo, estar ni contigo ni sin ti, destacando como maneja algunos temas muy interesantes a los que imprime un matiz contemporáneo. Para ello acude al rescate ciertos momentos de valle musical que ayudan a que el espectador respire y la pareja vuelva a tomar aire ante una historia que se apoya en una sucesión de díalogos elevados, monólogos intensos y ataques directos que nunca se sabe hacia que compartimento cerrado del alma rota de cada uno nos va a llevar.

"Malcolm & Marie" habla de la pedantería de los críticos, que basan su texto en un mensaje ya predefinido en función de quién sea el autor, de la convivencia en pareja, el privilegio de clase y los temas que por no haber verbalizado se enquistan como es el caso de que Marie se pregunte porque, después de todo lo que Malcolm pelea por lo suyo, no lo hiciera por ella delante de los productores para así poder darle el papel en la película a la persona que realmente ha vivido la historia, es decir, la propia Marie.

También habla sobre la culpa y sobre el ego artístico, eso que lleva a que uno se sienta una voz con mucho que aportar y se sienta incómodo compartiendo el éxito con alguien. Es a raíz de la crítica de LA Times, con el guiño de los muros de pago, cuando Malcolm rememora a algunos clásicos como William Wyler, George Cukor o Gillo Pontecorvo a la hora de mostrar cómo ellos se interesaron por temas para los que no parecían predestinados, superando cualquier encasillamiento ante el hecho de que ahí es cuando se demuestra la voz de un cineasta y de su talento, independientemente de su identidad, condición u origen y sin necesidad de que todo tenga que tener una interpretación política. Un viaje hacia lo auténtico, lo más valorado por los críticos de ahora, que, a ojos de Malcolm, no debe de ser lo que tiene que buscarse por parte de un autor sino la perspectiva sobre la realidad que puede aportar cada uno.

“Malcolm & Marie” es una apuesta por momentos reiterativa y densa pero fascinante en su retrato psicológico, en el juego de roles intercambiados de poder y sumisión, casi como un combate de boxeo en el que la victoria se manifiesta en el que uno acabe hecho añicos y se mantenga cuerdo y entero. Una obra con intimismo preciosista sobre la complejidad de las relaciones de pareja en una época en la que, a pesar de haber más medios de comunicación que nunca y un modo de vida más cómodo por lo general, nadamos en la inseguridad continua y en la fragilidad de nosotros mismos frente al mundo exterior y frente al hecho de amar o tener nuestra voz sin sentirnos heridos por ello. Dos personajes que se destrozan, se escupen y se recomponen sobre los cimientos de su amor pero también sobre las brasas del dolor arrastrado.

Zendaya está especialmente brillante alternando episodios de vulnerabilidad y de determinación absoluta, despojada de una historia que sabe que le ha sido arrebatada como algo muy íntimo y que es algo que ya no podrá recuperar y ser contado por ella misma, sintiéndose vacía y a merced de que todos sus secretos hayan quedado mostrados y en disposición de la otra persona en la que ha confiado todo. Ella no puede hacer más que sembrar la duda en Malcolm de que el no haber contado con una perspectiva femenina haya hecho una película no tan buena como podría haber sido mientras se culpabilizan entre sí, se acusan de no ser francos en sus sentimientos y discuten sobre ese concepto de autenticidad para crear algo conmovedor aunque sea el fin el que lo justifique todo mientras emerge la necesidad de sentirse valorados.

Un material original que adopta un estilo teatral sin recaer en sus defectos gracias al alto calibre del trabajo de los actores, un guión intenso que no da tregua, una elegante y a ratos virtuosa puesta en escena y una fotografía en blanco y negro que juega con los contrastes y contribuye, todo ello, a darle un aire moderno, verista y fresco a una premisa que podría pecar de convencional pero que tiene aspectos interesantes sobre cómo es el arte según los ojos de quién lo mira y cómo la definición de la raza nos condiciona a la hora de opinar, valorar o hacernos una composición de lugar de lo que se nos ha querido contar, como es el caso, en la obra de un director de cine.

El rotundo dibujo que hace de los críticos, de los complejos de un racismo no superado y de un entorno conformista y políticamente correcto a la hora de mostrar una opinión en base a nuestras creencias y experiencias, es tan genial como clarividente con una obsesión general por la grandilocuencia marcada de adjetivos rimbombantes e interpretaciones políticas hasta para, como se bromea en la cinta, una película de los Lego. Un golpe en la yugular con mucha mala leche en el que muchos pueden haberse sentido reflejados  ante lo certero del mensaje lo cual ha podido llevar a que dentro del seno de la industria la cinta de Levinson esté pasando desapercibida.

El amor, la vida y el arte van fluyendo mientras estos dos animales heridos se golpean y hieren en lo más hondo, aprovechándose de las debilidades del otro con rabia feroz y con un estilo de autor que parece ir dirigido a un público muy cinéfilo que entrará mejor en los guiños y referencias que se llevan a cabo así como al mundo del que forman parte una aspirante actriz, que sigue peleando por superar sus adicciones y que ha tenido que dejar su carrera, y un director de esos que piensan que llegan para revolucionar el panorama dando un mensaje a su obra que no tiene porqué ser el que él creía sino el que ha terminado siendo a juicio del público.

La figura de Malcolm, la del director, está más definida con brocha gorda, además de terminar cayendo más antipático, pero el enigma y ambivalencia de ella es rico, poderoso, complejo y no pretende caer en lo obvio residiendo en ella, además, el control y el "tempo" de una discusión y un exorcismo personal que llegará hasta donde quiera ante un Malcolm demasiado ensimismado en sí mismo y en mirar hacia delante al no ser que la otra parte sea la que muestre expresamente su disconformidad..

“Malcolm & Marie” corría el riesgo de caer en el capricho de autor pero, aunque hay parte de ello, Sam Levinson ha logrado camuflarlo a base de temas que importan y que garantizan la reflexión además de contar con la complicidad y todo el torrente de carisma y magnetismo que pueden sacar sus dos intérpretes. Todo en un equilibrio dinámico en el que hay sufrimiento y verdad en esa torrencial velada en la que hay mucho del citado John Cassavetes, de “¿Quién teme a Virginia Woolf?” (1966) e incluso de "Eyes Wide Shut" (1999), por todo lo que tiene de deconstrucción de la pareja en una noche de todo menos tranquila y sí catártica, no sabemos hacia qué dirección, en el que las palabras de “gracias” y “te quiero” pueden ser dichas pero necesitan ser sentidas para que la otra persona encuentre consuelo a su desesperación.

Una de esas parejas que entre broncas, polvazos, visitas al baño y desencuentros no saben si se harán más daño juntos o separados por mucho que haya atracción o, incluso, admiración y cariño en un viaje en común en el que hay derrapes sobre el hielo y peajes hasta llegar a un punto en el que hay que plantearse si sigue valiendo la pena ante los carices tóxicos que adopta una relación en la que hay gran presencia de daño psicológico en el que ni uno ni otro quieren quedar en desventaja

Una propuesta hermosa, tormentosa, arrolladora, mordaz y pretendidamente “cool” en la que una noche concebida para la gloria, el éxito y el aplauso termina en lágrimas, gritos y la sensación de si los pasos dados hasta ahí han sido los correctos. 30 millones de dólares fue el precio que pagó Netflix por lo que podría haber sido un proyecto de fin de curso del Actors Studio más característico, o una boutade vacía hecha con indiferencia, pero Sam Levinson se ha tomado esta propuesta como algo más que un "quitatiempos" hasta la llegada de la segunda temporada de "Euphoria" para voltearnos, impactarnos y dejarnos exhaustos sobre los golpes de la vida, los que más duelen, los de las personas que quieres tanto para comprobar si así sigue siendo o si durante todo este tiempo te han mirado con condescendencia pensando que en tu talento hay más de mediocre que de genio.

Vanguardismo en una cinta que tiene varias capas y que se adapta a la mirada y experiencia del espectador que llega a ella en cada momento ya que las circunstancias de cada uno hacen que la película se amolde a cada uno de nosotros suponiendo una experiencia distinta y personal sobre la dependencia emocional y la complejidad del amor y la convivencia en pareja. Una historia que parte de una situación vivida por él mismo tras la premiere de su primera película, "Nación salvaje" (2018), y que se antoja muy pertinente ante una pandemia que nos ha obligado a convivir más que nunca con los que están bajo nuestro techo con las fricciones que todo ello implica.

John David Washington recupera el instinto prometido en anteriores trabajos pero es Zendaya la que brilla con luz propia y una madurez de registros inusitada para una actriz de 24 años en un papel tan descarnado con el que definitivamente da el salto alejada de producciones juveniles y su mitificación pop para la Generación Z, además en este caso pudiendo ejercer como productora y participar en las decisiones artísticas de un proyecto tan orgánico. Su étnica presencia y su figura en apariencia frágil cobra fuerza cual bestia parda en momentos que resuelve como lo harían las grandes y en los que siempre está en el punto que toca, sin sobreactuar, y capturando el alma del personaje desde el intimismo más sensual hasta el ataque más furibundo. Carisma, talento y belleza que desemboca en un monólogo final sobre el agradecimiento que es digno de estudiar en cualquier escuela.

Nada mal para una actriz que pide la vez y alza la voz para que se la tenga en cuenta en la mesa junto a la nueva hornada de intérpretes destinados a estar muy presentes en el cine del futuro, no sólo como figuras mediáticas para el público juvenil, sino como actores que son un valor seguro y que pueden con todo. Tras lograr a sus 24 años ser la actriz más joven en ganar el Emmy a la mejor actriz en serie de drama, "Malcolm & Marie" no hace más que confirmarla.

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Nacho Gonzalo

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Juan Fornaris
Juan Fornaris
3 años atrás

Espectacular análisis!

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