El primer volumen de la trilogía veneciana de Jonathan Holt ha llegado al castellano. Muchos de vosotros habéis estado en Venecia alguna vez y sabéis que Venecia se ajusta bien al drama. La primera impresión queda grabada para siempre. Da igual cómo llegues: por la laguna en barco, por el Gran Canal en vaporetto o caminando desde Rialto, siguiendo las flechas en las esquinas de las calles estrechas, “Per S. Marco”, para sentir el golpe de luz de la plaza al abrirse de golpe ante la vista. En todos los casos, la cúpula de la basílica de Santa María della Salute te impacta, siempre blanca, enorme, recordando la peste que en el siglo XVII mató a uno de cada tres venecianos. Un tramo de escaleras baja desde la acera del templo hasta rozar el agua. Permite subir desde la laguna hasta la puerta… salvo que uno llegue como un cadáver con sotana arrastrado por la marea. Así abre Holt su trilogía veneciana.
"La hora de los depredadores" de Giuliano da Empoli es un ensayo que exige ser leído con calma, curiosidad y un punto de vértigo. Lo que el autor ofrece es un viaje narrativo que mezcla historia, ironía y testimonio personal. En sus páginas se percibe que Da Empoli se mueve con soltura entre los salones diplomáticos y los corredores del poder, pero también entre las anécdotas reveladoras y las imágenes que parecen sacadas de una sátira. Da Empoli espera que el éxito de la película estrenada en el Festival de Venecia, basada en "El mago del Kremlin", se prolongue al cine y despierte curiosidad por otras de sus obras.
Un cuerpo desmembrado. Una habitación sellada. Un torso desaparecido. Tokio, todavía repleto de ruinas tras las bombas aliadas, hundido en la miseria económica y en la derrota moral, se convierte en escenario de un crimen que pone la piel de gallina, literalmente. De ese caos en la ciudad surge un asesino, nacido de la obsesión de un ingeniero aeronáutico en paro y sin futuro, que acabará reinventándose como maestro de la novela negra y será apodado "el Simenon japonés”.
Hay una clase de historias que se graban a fuego en el espectador. Historias en las que un inocente, condenado por un crimen que no cometió, resiste. No sólo resiste el encierro: resiste el olvido, la desesperanza, la tentación de rendirse. Y, a menudo, esa lucha íntima contra el sistema, contra la culpa ajena y contra el propio pasado, conmueve más que cualquier persecución o estallido. El cine ha encontrado en este tema una mina emocional inagotable. Desde "Cadena perpetua" hasta "En el nombre del padre", pasando por series como "The night of" o "Rectify", el espectador no sólo observa, sino que se alía con ese protagonista que lo ha perdido todo menos la dignidad. ¿Por qué funciona tan bien esta fórmula? Tal vez porque conecta con un miedo muy básico: el de ser castigado sin razón, de vernos atrapados sin salida mientras el mundo sigue.