“Los Tortuga”
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El argumento: Anabel tiene 18 años. Vive con su madre, Delia, una taxista chilena emigrada al barrio de Collblanc hace veinte años. Estudia primero de Comunicación Audiovisual en la ciudad de Barcelona. Le costó mucho esfuerzo entrar en la carrera porque la nota de corte es muy alta, pero se esforzó… estudió mucho. Ahora su futuro está a punto de cambiar para siempre. Y aunque Anabel todavía no lo sepa, una carta está a punto de llegar. En ella, la inmobiliaria del piso de alquiler en el que han vivido siempre les informa de que tienen que abandonar definitivamente el piso ya que el edificio ha sido adquirido por un fondo buitre.
Conviene ver: Tras el aclamado debut con “La hija de un ladrón” (2019), la directora catalana Belén Funes consolida su voz autoral y compromiso social con “Los Tortuga”, un drama sobrio y profundamente humano que confirma su sensibilidad para explorar los vínculos familiares bajo presión. La película es un drama maternofilial que habla de duelo, precariedad y migración con el que vuelve a transitar los márgenes sociales y emocionales desde una mirada íntima, casi documental. En el centro de la historia están Delia (Antonia Zegers), una inmigrante chilena que trabaja como taxista nocturna en Barcelona, y su hija adolescente Anabel (Elvira Lara), la cual estudia cine, con quien mantiene una relación tensa, atravesada por la reciente muerte del padre, llena de silencios, y una convivencia que oscila entre el afecto y el desencuentro cuando se reprochan la una a la otra su lado victimista. La familia de origen andaluz del difunto, las tensiones no resueltas y la precariedad cotidiana (marcada por un aviso de desahucio) terminan por quebrar un vínculo ya frágil, aunque intensamente necesitado ya que ambas necesitan cuidarse entre sí y superar la pérdida aunque no lo verbalicen ni lo lloren tal y como debieran estando ancladas en el dolor, la rabia y la furia. Funes apuesta por un realismo riguroso, desplegado con especial cuidado en la primera media hora del filme, cuando retrata la vida familiar en un entorno rural. Las escenas de grupo (cosechando olivas, compartiendo una cena navideña o fumando a escondidas) capturan una verdad emocional sin artificios en un pueblo que se antoja como el lugar en el que buscar las raíces que nos definen. La cámara del director de fotografía Diego Cabezas colabora con este tono sombrío: interiores en penumbra, coches apenas iluminados y una paleta apagada que sugiere la imposibilidad de ver con claridad tanto el mundo exterior como las propias emociones.
El drama se intensifica cuando madre e hija se trasladan a Barcelona. Allí, lejos del sostén familiar y enfrentadas a un sistema que las empuja al borde del abismo, la relación entre ambas se tambalea siendo víctimas del clasismo que les excluye y que les aleja de determinadas oportunidades lo que les hace acrecentar la sensación de (sin poder ser destinatarias de un privilegio de clase) ser ciudadanas de ninguna parte, siempre con la mochila a cuestas que es a lo que hace referencia el título de la cinta y que han vivido generaciones y generaciones dejando su tierra atrás (pero no sus pesares y traumas) en busca de un lugar mejor en permanente sensación de desarraigo. Funes evita el melodrama, elige sugerir en lugar de explicar, y deja que el espectador complete los huecos emocionales y narrativos. El resultado es una película que respira autenticidad, aunque su segunda mitad resulte menos cohesionada y exija una participación más activa del público. Aun así, lo que sostiene el relato (y conmueve) es la obstinada forma de amor que madre e hija se profesan, incluso en medio del silencio, la rabia o la incomunicación. Detalles como un set de maquillaje que Anabel conserva sin usar, simplemente porque fue un regalo de Delia, revelan la profundidad de ese lazo contradictorio y vital entre una madre que le han enseñado a que no puede permitirse flaquear y una hija que considera que sólo siendo consciente de su fragilidad podrá salir adelante. “Los Tortuga” es, en última instancia, un viaje emocional hacia un tipo de reconciliación que no necesita ser completa para ser verdadera. Su último plano, abierto y levemente mágico, sugiere que incluso desde el duelo más oscuro puede surgir una luz inesperada. Belén Funes no sólo confirma su talento como narradora, sino también su capacidad para hablar, con honestidad y belleza, de lo que más nos cuesta mirar: el dolor que compartimos con quienes más amamos.
Conviene saber: La película pudo verse en el Festival de Toronto 2024 y ganó 3 premios en el Festival de Málaga 2025 (premio especial del Jurado, dirección y guión).
La crítica le da un SIETE