"Maspalomas"

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El argumento: Tras romper con su pareja, Vicente, de 76 años, lleva la vida que le gusta en Maspalomas: su día a día lo pasa tumbado al sol, de fiesta y buscando el placer. Un accidente inesperado le obliga a regresar a San Sebastián y a reencontrarse con su hija, a quien abandonó años atrás. Vicente tendrá que vivir en una residencia donde se verá empujado a volver al armario y a ocultar una parte de sí mismo que creía resuelta. En este nuevo entorno, Vicente deberá preguntarse si aún está a tiempo de reconciliarse con los demás… y consigo mismo. 

Conviene ver: "Maspalomas" es una película que sobresale por su valentía y sensibilidad al explorar la homosexualidad en la tercera edad, un tema escasamente representado en el cine contemporáneo. El film se centra en Vicente, un hombre que vive su deseo y libertad plenamente en el microcosmos del sur de Gran Canaria, y cuya historia permite abordar cuestiones de identidad, deseo, memoria y reconciliación familiar. Desde los primeros minutos, el film impacta visualmente: la luminosidad de las dunas y las playas refleja la plenitud y liberación del protagonista, creando un contraste potente con los espacios más grises y restrictivos de la vida urbana cuando tiene que volver a un gris San Sebastián forzado por las circunstancias y el hedonismo evasivo da paso a una realidad de la que huyó 25 años atrás abandonando a su familia para poder ser él mismo. Esta dualidad entre color y espacio funciona como metáfora del viaje emocional de Vicente y de su relación con la sociedad que lo rodea. Un trance que le hace volver a revivir el proceso que vivió años atrás y en el que, a la vejez, tendrá que volver al armario cuando ingresa en una residencia fruto de un ictus. La interpretación de José Ramón Soroiz constituye uno de los grandes valores del film. Su Vicente irradia dignidad, vitalidad y complejidad, permitiendo que el espectador se sumerja en sus emociones, en sus deseos y en sus contradicciones con absoluta naturalidad siendo el representante de una generación que tuvo que lidiar con la condena, la perversión o incluso la enfermedad con la que se asociaba a la homosexualidad. A su lado, Nagore Aranburu como la hija con la que dejó de tener contacto tras separarse de su mujer y que se hace cargo de él en su situación de necesidad y realiza un trabajo contenido y sensible, pero también complejo y con fuerza tanto en sus silencios como en ser la madre de un nieto que no conoce su abuelo, mostrando la transformación gradual del dolor y el reproche en comprensión y afecto construyendo sobre ello un puente de reencuentro y entendimiento. La química y el realismo de estas actuaciones (así como de algunos secundarios) elevan la narrativa, dotándola de una dimensión humana y cercana, donde los afectos, los recuerdos y las reconciliaciones se sienten auténticos y profundamente conmovedores. Una película lúcida, sensible, contenida y que ofrece luz, esperanza y puntos de humor ante el drama de una realidad de condenados a ojos de los demás por su condición. "Maspalomas" es áspera en algunos momentos, así como reiterativa en otros, tomando algunas decisiones más o menos acertadas (como la del facilón recurso de cómo vivieron las residencias la pandemia) pero siempre con la cabeza alta como la de un protagonista que puede adaptarse, tanto para favorecer la convivencia como para no llamar la atención ante un grupo tan características tan subrayadas y compartidas por todos, pero no resignarse o claudicar sobre la persona que, fuera más pronto o tarde, descubrió cómo era realmente.

Un aspecto destacado de “Maspalomas” es la naturalidad con la que aborda la sexualidad en la tercera edad, más cuando el cine ha solido tratar el descubrimiento y la aceptación en la juventud, tratando el deseo y la identidad sin tabúes ni sensacionalismos partiendo de un inicio en el que vemos a Vicente en encuentros de "cruising" o en locales en los que se practica sexo de manera libre. Escenas naturalistas que huyen de toda provocación dando valor al sexo como sustento del conflicto de un personaje que sólo al final de su vida ha sido el que ha querido pero que ve como el destino le puede llevar de nuevo a un punto de partida sobre el que empezar de nuevo. El contraste entre la festiva exuberancia visual inicial y la austera introspección posterior refleja con precisión el viaje interno del protagonista, mientras que los recuerdos y objetos personales funcionan como catalizadores de reconciliación y autocomprensión. La película trasciende la historia individual de Vicente para ofrecer reflexiones más amplias sobre los “armarios” visibles e invisibles que habitamos, la libertad, los silencios familiares, los problemas de comunicación con los demás y las restricciones sociales que arrojan un entorno hostil en el que parece que para sobrevivir en él hay que esconderse. Todo en un proceso de redefinición en el que las residencias quieren dar los mejores cuidados a sus pacientes pero, a su vez, les restan las definiciones de personalidad de cada uno haciéndoles encajar a todos en un mismo paradigma, borrando su identidad, haciendo desaparecer al sexo como un tabú y presuponiendo una heteronormatividad socialmente aceptada no contemplando diferencia o divergencia encasillando en un rol predefinido. Cada escena combina lirismo, humor y emoción con sutileza, haciendo que el relato sea al mismo tiempo íntimo y universal. Los Moriarti (trío formado por Jose Mari Goenaga, Aitor Arregi y Jon Garaño) conectan con sus primeros trabajos y siguen creciendo en una filmografía ya indispensable en el cine español reciente construyendo una película que, seguramente además de ser la más redonda y humana tanto en sus calidad como en las capas que rodean el recorrido de su protagonista, rezuma verdad y autenticidad apoyándose en los primeros planos de un Vicente que con su mirada transmite un cúmulo de sensaciones que tocan y en las que se combina la determinación, la vulnerabilidad y el miedo frente a un doble estigma; el de la vejez y el de la homosexualidad en el que la dependencia y la soledad asoman como amenaza y la vergüenza, la represión y el sentimiento de culpa vuelven a aflorar en un Vicente que es el espejo de todo un país ante unos derechos que se ganan día a día pero que pueden ser arrebatados en cualquier momento. Un personaje que no dista mucho del de "La trinchera infinita" (2019) que vivía recluido oculto de los demás o el de "Marco" (2024) construyendo su propio relato más acorde a lo que la sociedad quiera escuchar de él. “Maspalomas” celebra la vida en todas sus etapas y consolida a José María Goenaga y Aitor Arregi como cineastas capaces de transformar la experiencia personal en un relato poético, emotivo y profundamente humano en un sutil pero profundo retrato lleno de sensibilidad (pero nunca de sensiblería) sobre un honesto viaje de resiliencia y aceptación en pro del amor, el deseo, el placer y la libertad como bien muestra un final reparador y balsámico en el que el viaje se completa llegando a destino mientras suena ante la panorámica de la playa La estación de los amores de Franco Battiato como leitmotiv de dignidad y reafirmación.

Conviene saber: A competición en el Festival de San Sebastián 2025.

La crítica le da un OCHO

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