"O corno"

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El argumento: Illa de Arousa, 1971. María es una mujer que se gana la vida recogiendo marisco. También es conocida en la isla por ayudar a otras mujeres en el parto con especial dedicación y cuidado. Tras un suceso inesperado, se ve obligada a huir y emprende un peligroso viaje que le hará luchar por su supervivencia. En busca de su libertad, María decide cruzar la frontera por una de las rutas de contrabandistas entre Galicia y Portugal.

Conviene ver: En “O corno” Jaione Camborda ha presentado una de esas películas que reivindica la tierra y ese cine periférico cada vez más en boga en el cine español. Una directora donostiarra que ha dirigido una película en gallego situada en la frontera entre Galicia y Portugal y desarrollada en 1971, año en el que todavía colea el Franquismo y en el que la sociedad, subrayado además por el peso de los ancestros y lo inhóspito de los paisajes, vive reprimida y con miedo, especialmente desde una perspectiva femenina que sufre en carnes propias el peso del patriarcado. Un estilo de vida en el que el concebir a alguien supone traer al mundo mano de obra para cultivar la tierra y poder seguir ganándose el pan sin dar pie a que se pueda tener futuro fuera de allí.

Unos años que, aun así, reciben a nuevas generaciones que palpan tímidamente tiempos de cambio y que no se resignan a seguir el camino que parece preestablecido. Una película que se sustenta en la atmósfera y en un aire lúgubre y opresivo que se toma su tiempo y sabe captar los detalles. Desde un grito de dolor, el sonido del viento, las gotas de la lluvia, un gemido de éxtasis o los acordes festivos de una verbena. Una película que ya es una declaración de intenciones desde el primer momento asistiendo a un parto de manera explícita conectándolo con la animalidad que representamos entre contracciones, llantos y fisicidad.

Una fábula que se sustenta en los personajes femeninos en un retrato de colectividad y sororidad que supone ante todo una lucha por la supervivencia cruzando las vías de la clandestinidad frente al prejuicio, el reproche y la condena social y penal aportando calor y protección. La cinta se centra en una marisquera que ejerce de matrona en momentos puntuales y que recibe la petición de una adolescente para que le sea realizado un aborto con el fin de no truncar su futuro como atleta en Vigo. Es ahí cuando la mirada de la mujer que hay detrás de la cámara se envalentona para mostrar la huida y persecución que sufre la protagonista en un lugar en el que el peso del régimen que gobierna todavía es mayor ante lo cerrado de esas comunidades pequeñas que no tardan en poner el dedo acusador si se va en contra de la moral sintiéndose que así uno saca la cabeza frente a una miseria desgraciada compartida.

Todo ello aparece representado en la figura de María, la cual no sólo práctica un aborto a una joven sino que también sufre un embarazo no deseado. Una mujer libre pero también condenada por ello al menor traspiés y que encontrará pocos apoyos al caer sobre ella la losa de lo reprobable en una cinta que si bien se desarrolla en el pasado (concretamente el tardofranquismo en un entorno rural) no está muy alejado de los tiempos que corren en el que algunas libertades están en peligro. Es por ello que no es casualidad esa mirada íntima y generosa a la hora de mostrar como unas mujeres se ayudan y cuidan entre sí y deciden sobre su propio cuerpo manteniendo su fe, su convicción y su integridad mientras sostienen la comunidad de la que forman parte con fuerza y entereza.

Una cinta que abraza la poesía a través del costumbrismo y de la empatía a pesar de que se narre la caída de una mujer ya de por sí herida, vista como un bicho raro por no seguir los cánones, y que ante un determinado hecho es expulsada de ese paraíso terrenal en el que, si actúas diferente a lo establecido, al menos tiene que ser sin molestar mucho. Un viaje emocional en forma de "road movie" para una película sencilla en apariencia pero perfectamente calculada y cíclica partiendo de un parto para desembocar en otro mientras asistimos al viaje tenebroso de una mujer que cae en desgracia por el mero hecho de serlo y de tomar las riendas de su cuerpo y del de aquellos que le piden ayuda ante el convencimiento de que es el ayudar y no cuestionar lo que da fuerza y ánimo frente al rechazo y la soledad ante al que se cae abocado.

La lluvia, el agua, los campos sembrados, los cuerpos desnudos, el río fronterizo, los murmullos de taberna o las rutas de contrabando nos conectan con la tierra en un ciclo de vida y muerte, un viaje de inconsciencia y desolación en el que la naturaleza es testigo como ese hongo entre el centeno que es el que da título a la película. Las imágenes marcan el tempo en un fresco sensorial y salvaje y dan fuerza a una historia que basa su calado en todo lo que es capaz de transmitir, de manera clara y meridiana, a pesar de su parsimonia emanando el valor de lo físico y el misterio de los silencios. Todo representado en un personaje al que pone cuerpo y alma, así como fuerza y vulnerabilidad, la bailarina Janet Novás en una conmovedora y efectiva historia que resuena temáticamente en el presente y que pone en el mapa, con su segundo largometraje, a una directora que despierta mucho interés para ser seguida en el futuro.

Conviene saber: Concha de Oro a la mejor película en el Festival de San Sebastián 2023.

La crítica le da un SIETE

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