Cannes 2019: "Rocketman" se erige como un magnético disfrute gracias a Elton John y Taron Egerton y Jessica Hausner ofrece el subyugante polen de la felicidad

Cannes 2019: "Rocketman" se erige como un magnético disfrute gracias a Elton John y Taron Egerton y Jessica Hausner ofrece el subyugante polen de la felicidad

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Querido Teo:

Hay películas que aunque no lleguen a Cannes por la lucha de la Palma de Oro su visionado se convierte en cita obligada y casi en un acontecimiento en términos de expectación y conexión con el público. Es lo que ha ocurrido este año con "Rocketman" de Dexter Fletcher a rebufo del éxito en taquilla y los Oscar de “Bohemian Rhapsody” con la que comparte a uno de los directores que metió mano a la película tras el despido de Bryan Singer. Todo un pelotazo para el espectador con un biopic tan enérgico y emocionante como la música de Elton John que no teme en abrazar los lados más oscuros y polémicos de los altibajos y personalidad del artista con un prodigioso Taron Egerton.

Proyectada en la sección oficial fuera de concurso se une a esos títulos que ha ofrecido el Festival en los últimos años alejándose de la tensión de la competición pero con el fin de tender puentes con el público popular, algo que se ha visto esta temporada en unos cines que abrazaron con fervor el regreso por todo lo alto de la música de Queen, y que en Cannes tuvo como primer escenario en su momento a cintas como “Mad Max: Furia en la carretera”, “Del revés (Inside out)” o “Han Solo: Una historia de Star Wars”. Ahora es el turno de un biopic tan modélico, convencional y efectivo que, sin poder evitar comparaciones con la ya hipercitada a la hora de hablar de este título, “Bohemian Rhapsody”, maneja mejor el “in crescendo” emocional que tenía aquella y se nos presenta a un Elton John de infancia complicada (nacido como Reginald Kenneth Dwight) que en realidad lo que muestra es que lo que más ansía y menos ha tenido desde esos años es lo que ha movido el tema de sus canciones, el amor. Y es que la cinta tiene como gran acierto en retratar toda la personalidad de un artista complejo, inseguro, excéntrico e hiperbólico que tocó fondo rompiendo relaciones con sus mejores colaboradores y siendo un adicto al alcohol, las drogas y el sexo. Una vida de excesos desde la que parte la película cuando no se nos presenta más que a un “sonado” emplumado en un traje de lentejuelas y que tiene su principal vía para su salvación en reconocer su problema y en porqué ha llegado a ese punto.

Con vigorosidad, ritmo y empaque la cinta sabe que tiene su principal baza en la magia de unas canciones inmortales, emocionantes y vibrantes, sobre unas letras profundas y llenas de fuerza y, antes de que podamos ver el resurgir de Elton John hasta su estatus de leyenda viva actual, vemos su infancia marcado por un hogar roto (con un padre autoritario que nunca le mostró afecto) y una madre y abuela que fueron las mujeres de su vida y las que cimentaron su personalidad, éxito y anclaje con el mundo real y con los sentimientos más humanos como el cariño y el sacrificio. La evolución del genio precoz en la infancia hasta la creación y depuración de un estilo marcado por su singular personalidad, agentes que le impulsaron a la fama, otros que sólo intentaron aprovecharse de él, su dinero y sus vulnerabilidades, y la presencia siempre fiel de su mejor amigo y colaborador, clave en su éxito, como es el caso del letrista Bernie Turpin. Todo un disfrute que ha elevado el espíritu a los asistentes, moviendo la cabeza al son de los temas más conocidos, desde los interpretados por él, hasta grabaciones en conjunto como la llevada a cabo con Kiki Dee, quedándose sorprendidos para bien en las escenas más psicodélicas y frenéticas, que van desde sus años de infancia hasta cuando bordea la muerte tras zambullirse en una piscina en una de sus fiestas, con un montaje excelso y gran creatividad visual, así como en la valentía en mostrar en una cinta con vocación comercial la relación sexual entre dos hombres, aspecto de lo que huía “Bohemian Rhapsody” y que le fue de lo más criticado a la hora de mostrar una mirada demasiado hagiográfica del artista, algo en lo que Elton John no ha tenido problemas en querer mostrar siendo principal productor y aliado de la cinta.

Taron Egerton merece todos los calificativos posibles para un gran ejercicio de mimetismo y carisma arrollador que hace saltar la banca por el empeño y esfuerzo con el que ha abordado este trabajo y por el que todos los temas sean interpretados por él mismo siendo respaldado por un buen reparto formado por Jamie Bell, Richard Madden, Bryce Dallas Howard, Gemma Jones y Stephen Graham. Éxito instantáneo y merecido para la cartelera primaveral.

En la sección oficial ha destacado (además de la presentación de “Dolor y gloria” que con criticas entusiastas en medios de USA y Francia se confirma en el carro de favoritas para la Palma de Oro) la presencia de “Little Joe”, lo nuevo de la directora Jessica Hausner tras desmontar conceptos y convencionalidades en cintas como “Lourdes” (2009) y “Amour fou” (2014). En la que es su primera participación en la competición por la Palma de Oro (tras estar en Una cierta mirada con “Lovely Rita”, “Hotel” y “Amour fou”) la directora se domestica en cierta manera, siendo menos polémica pero igual de subyugante, en la historia de una investigadora, madre soltera, que cría plantas en un laboratorio y que ve a su alrededor los efectos del polen de una plata, una crisálida característica no sólo por su belleza, sino también por su valor terapéutico garantizando una sensación parecida a la felicidad aunque ello suponga el riesgo de que al final suponga una alteración de la personalidad que quebranta la esencia de cada uno. Una mezcla entre la invasión de las vainas y el cine de Peter Strickland con gran peso de lo cromático y lo auditivo que explora terrenos desconocidos, rompedores y subyugantes sobre personajes (y animales) que encuentran en esta especie de bálsamo en forma de flor su salvación frente a unas relaciones humanas que llevan a estos personajes a la soledad y a poder conectar satisfactoriamente con los demás. Buen trabajo de la actriz Emily Beecham, en su ambivalencia candorosa pero determinada ante el misterio científico promovido por ella junto a su equipo en su laboratorio, y el tener que comprender que quizás los cambios que surgen entre los suyos no son más que los propios de la condición humana cuando estos evolucionan bien por edad o por el mero hecho de pasar a otra etapa en la vida.

La decepción de la jornada ha venido con “Zombi child” de Bertrand Bonello en la Quincena de Realizadores después de su controvertida “Nocturama” que compitió en el Festival de San Sebastián 2016. En esta ocasión nos lleva a un universo que mezcla pasado y actualidad marcado por la tradición vudú y por una tragedia ocurrida en las poblaciones esclavistas cultivadores de azúcar en el Haití de 1962. Grotesca, confusa e inconexa en la que el director tropieza tanto en el mensaje de lo que quiere contar como en su tosco estilo, continuando el riesgo pero sin definirlo hacia nada.

“Papicha, sueños de libertad” de Mounia Meddour parece dirigida al gusto de la presidenta este año del Jurado de la sección Una cierta mirada, Nadine Labaki, y es que en ella se habla desde un mensaje feminista de la rebeldía de la mujer, aún con el riesgo de perderlo todo, en una sociedad oprimida y machista centrándose en unas mujeres que se refugian en un taller de costura frente a la represión de la Argelia de finales de los 90 en la que un grupo terrorista coarta todo atisbo de libertad, especialmente el de la forma y derecho que tienen ellas a la hora de dirigir su vida y mostrarse frente a los demás. La plasmación de lo necesario que es pasar por ciertos peajes para que los derechos de las generaciones futuras no se vean resentidos como muestra un desenlace que, si bien justifica y enarbola el espíritu y empeño de este grupo de mujeres, no evita que se nos hiele de la sangre con un ataque bañado de sangre pero creado en la intransigencia.

Revelación de esas que nos gusta encontrar en una sección como Una cierta mirada y es que para cerrar la cuarta jornada hemos asistido al disfrutable pase de “Cima a la amistad” de Michael Angelo Covino. Una ópera prima dirigida, escrita y protagonizada por el propio Covino en la que en forma de episodios propios de la sitcom clásica, sucesivos e interconectados, pero también siendo transgresora y con aire de documental voyeurista en su puesta en escena, se presenta como heredera del humor inteligente y canalla de tandems como The Monthy Python, Hugh Laurie y Rowan Atkinson o Ricky Gervais y Stephen Merchant. Una comedia que parte de la tontuna de buddy movie, con las escaladas del deporte de la bicicleta de la que son fans ambos protagonistas, para ser una delirante y acertada mirada a la amistad masculina del siglo XXI en la que, por lo caustico y delirante en su humor físico que sean algunas de sus situaciones, es una muy meritoria ópera prima no sólo por las decisiones formales en su fotografía, elipsis entre capítulos y recursos musicales sino por lo bien escrita, dialogada e interpretada que está. Mordaz, brillante y muy directa en el poso que quiere dejar a pesar de su aparente ligereza, como es el de las relaciones humanas que se van creando con el paso del tiempo entre rencillas, obligaciones, discusiones, parejas, separaciones o hijos en común. Un retrato de nuestro tiempo en el que la complicidad y la afinidad va más allá de cualquier lazo de sangre que pueda marcar la familia. Y es que quien tiene un amigo, por imperfecto y patoso que sea, tiene un tesoro. Todo un disfrute.

Nacho Gonzalo

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Alba
Alba
4 años atrás

Expectante todos los días por leer tus crónicas desde Cannes. Como siempre muy amenas e interesantes.

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