Las listas de Moriarty: Placeres culinarios

Las listas de Moriarty: Placeres culinarios

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Querido Teo:

Pocas cosas despiertan en mí el ansia de violencia física tanto como ese momento, en la oscuridad de una sala de cine, en que aparecen los susurros, crujidos y ruiditos varios, que el degenerado de turno emite mientras engulle sus palomitas. Y es que esta tortura a mis sentidos, no ha hecho más que incrementar con la incorporación de todo tipo de productos nauseabundos y pestilentes en los menús de gran parte de los cines en nuestros días. No seré yo quien niegue la larga vinculación entre la gastronomía y el cine, ni soy ajeno tampoco a los placeres derivados del sagrado arte culinario. Pero aunque considere los cines auténticos templos para el deleite y el placer de los sentidos, prohibiría tajantemente aquellos tan primarios como la lascivia de los adolescentes sin refugio y la gula de las ignominiosas hordas de aburguesados.

No seré yo quien niegue la larga vinculación entre la gastronomía y el cine, ni soy ajeno tampoco a los placeres derivados del sagrado arte culinario. Pero aunque considere los cines auténticos templos para el deleite y el placer de los sentidos, prohibiría tajantemente aquellos tan primarios como la lascivia de los adolescentes sin refugio y la gula de las ignominiosas hordas de aburguesados.

La comida, la violencia y el placer. Parece esta una terna marcada a fuego en lo más profundo de nuestro ser, y abundan en el cine reflejos de esta faceta del alma humana, ahondando cada uno de ellos, con mayor o menor intensidad, en sus interrelaciones.

Parece claro que si el acto de tragar es un acto supremo de posesión, en el cual el objeto pasa a formar íntimamente parte de la corporeidad del sujeto, no están ajenos a estas tensiones tan profundas ni el sexo ni la violencia como mecanismos hermanos de dominio y posesión.

En "Caníbal", Manuel Martín Cuenca da cuerpo a estas pasiones en el personaje de Carlos, interpretado por Antonio de la Torre, un hombre respetado, profesional y tan meticuloso en su trabajo como en su régimen.

La posesión física toma aquí sus tres formas a través del asesinato, la desnudez y los fogones, tan desapasionadamente como sólo un auténtico psicópata podría hacerlo. Y la paradoja toma cuerpo en el personaje de Nina, Olimpia Melinte, pues habiéndose apoderado ya de ella a través de su gemela Alexandra tal vez quede ahora espacio para algo más.

Parece una apuesta difícil ya que abundan las referencias, y tal vez con ellas los prejuicios, bien conocidas por los espectadores a los que tal vez será complicado sorprender tanto como emocionar. Escenas tan absorbentes y delicadamente atroces como la cena que el doctor Lecter prepara para su Clarice, y otras más desenfadadas y cargadas de erotismo como la nevera de "9 semanas y media", forman parte de este florido mosaico que componen los encuentros entre cine y gastronomía.

Delicatessen (Jean-Pierre Jeunet y Marc Caro, 1991)

Por acuciantes que sean tus problemas en caso de desempleo, por urgentes que sean tus necesidades económicas en esta crisis en la que andamos inmersos, piénsatelo dos veces antes de aceptar según que trabajos ya que puedes acabar siendo tú el que alivie el hambre de otros.

En esta bizarra película con grandes dosis de surrealismo y humor negro, todo y casi nada gira en torno a la comida y a un plato en especial. Si pides asilo en esta comunidad bien puedes acabar formando parte del menú.

Seguramente no se trate de una película para todos los paladares, pero desde luego no dejará indiferente a ningún espectador, que probablemente encontrará entre tan variado elenco de personajes alguno al que adoptaría para reemplazar a la vecina del quinto.

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Vatel (Roland Joffé, 2000)

Al igual que en la anterior nos encontramos con la eterna vinculación de los franceses con la gastronomía, aunque en este caso el enfoque es radicalmente distinto y tradicional, aunque no por ello falto de excesos y decadencia.

Un Gérard Depardieu menos voluminoso de los que nos tiene acostumbrados, sustituye los jabalíes por la alta cocina, rica en el paladar y en su puesta en escena, con el único objetivo de elevar este arte un nuevo escalón banquete a banquete.

No faltarán las intrigas palaciegas, las traiciones y el amor, que atrapen en su espiral a nuestro protagonista, poniendo de manifiesto las luces y sombras del ser humano.

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El festín de Babette (Gabriel Axel, 1987)

En el polo opuesto a los lujos y extravagancias de la corte, y de los franceses, nos encontramos un perdido pueblo de Dinamarca en el que reinan la religión y el puritanismo. La llegada de Babette a esta comunidad, escapando de su Francia natal, supondrá una prueba de fuego para sus habitantes y su estricta moral.

Para compartir su fortuna con todos los aldeanos, Babette les convence para que le permitan prepararles un banquete con el que darles a conocer las delicias de la mejor cocina francesa.

Hay placeres en esta tierra que desafían a cualquier mandato divino, pero ¿no es acaso una deliciosa comida un regalo celestial?

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El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (Peter Greenaway, 1989)

Nos encontramos nuevamente con una película que seguramente no sea plato de buen gusto para muchos de los espectadores.

Es extraña e incómoda, confusa y delirante a ratos, pero no por ello, o tal vez gracias a esta forma de hacerlo, deja de ser un retrato de algunos de los rincones más oscuros de nuestro espíritu.

El cocinero es testigo y cómplice, secuestrado en su establecimiento que ya no le pertenece, tanto de la violencia del nuevo propietario para con su mujer como de la lujuria de la misma con su amante.

Estoy seguro que ante tan agresiva propuesta algunos recordaran con nostalgia títulos igualmente gastronómicos pero de más ligera digestión, pero no sólo de comida vive el hombre ni únicamente de comida trata esta lista.

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Hannibal (Ridley Scott, 2001)

No podía faltar en esta lista el más ilustre caníbal de todos los tiempos. Seductor y mortífero a partes iguales, el doctor Hannibal Lecter es encarnado una vez más por Sir Anthony Hopkins, y nos lleva a adentrarnos a mayor profundidad en la psique de este sofisticado monstruo de gustos refinados.

La delicadeza que muestra en su amor por la música, la comida o la deliciosa Clarice, Julianne Moore, queda fuertemente contrastada con la brutal violencia que es capaz de desatar, ya sea de forma explosiva en un ataque rápido y certero, o más pausadamente con auténtico deleite, ceremonial y casi hasta ternura.

Nuestra capacidad para la empatía nos conduce instintivamente a proyectar emociones y deseos en monstruos como Lecter o Carlos, pero conviene recordar que son caparazones vacíos de pasión, con intelectos altamente desarrollados. Seguramente en esta dicotomía radique la dificultad de su correcta caracterización.

Vídeo

“El mal nunca duerme, simplemente se echa la siesta”.

James Moriarty

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[...] para nada más. Pero ya me tienes de nuevo aquí, dispuesta a adornar tu monótona dieta con más recetas de cine. A veces a uno le gustaría poder olvidarse de todo y dedicarse a la vida tranquila y reposada, esa [...]

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