Mr. Pinkerton en la Gran Vía

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¡Hola muchacho!

¿Cómo te fue en Semana Santa?. Me contaron que os llevaron de excursión a la tamborrada de Calanda, aunque no fue muy acertada la decisión, ya que algunos de vosotros sufristeis una crisis debido a la ansiedad producida por semejante escandalera. Yo lo pasé descansando en Madrid. Le di a Marga días feriales y puse el cartel de “cerrado por vacaciones” en mi despacho. Ya sabes que en esta semana es una locura viajar, así que nada como disfrutar de la capital en estos días en los que el tráfico no es tan agobiante. Lo dediqué a leer (el nuevo libro sobre Agatha Christie), a dormir (diez horas al día), a pasear (qué gran parque es el Retiro) y a quedar para comer con algún amigo que otro (hay un griego en la bajada de Santo Domingo fantástico). Una de mis caminatas predilectas por Madrid empieza siempre en la Glorieta de Bilbao, frente al Café Comercial. Me tomó allí un café con churros mañaneros, y tras observar a los que allí desayunan (me encanta imaginar sus vidas) me dispuse a bajar por la calle Fuencarral destino a Gran Vía. Adoro bajar por Fuencarral… tan moderna, tan extravagante, con gente llegada de todos los planetas… y qué distinta es a su paralela, la calle San Bernardo… tan gris, tan sosa, tan incómoda… Bajé pues por Fuencarral hasta llegar al cruce con la Gran Vía, donde está el edificio de Telefónica. Antiguamente cruzaba el paso de cebra y me metía en Madrid Rock, mítica tienda de discos donde me compraba los vinilos de mis grupos ochenteros preferidos… Qué pena, muchacho. El tiempo y la modernidad arrasan con todo, sin dejar títere con cabeza.

PinkertonGranViaEdificioSweppesAsí que alcé la vista y observé la impetuosa y magna Gran Vía, y me acordé que aquel lugar de encuentro cumplía 100 años en esos días. 100 años de idas y venidas, de coches cruzando Madrid abrigados por la sombra de sus edificios, cada cual más coqueto y elegante. Cien años de ruido, de paseantes risueños, de vagabundos suplicando limosnas, de colas enormes para entrar en sus cines un domingo por la tarde… Ay, muchacho, ¡qué nostalgia me entró de repente!. Tantos cines que había, y cada vez que me distraigo, cierran uno. No se salvó el Palacio de la Música, ni el Cine Avenida, ni el pequeño cine Rex… ni siquiera esa comodidad del cine Azul, con sus sillones de piel en vez de incómodas butacas… Quiera Wilder que sobrevivan el Cine Callao, el Palacio de la Prensa y el Capitol… porque si no, ¿qué va a ser de la magia del cine? Muchacho, no pienses que empiezo a chochear, simplemente es que soy consciente de que todo tiene su esencia, y si ésta se pierde… la vulgaridad ocupa su plaza. ¡Qué viva la modernidad, sí!. Pero respetando aquello que ha de sobrevivir.

Decidí acercarme a Museo Chicote a tomarme un zumo, para así sentarme allí y observar las fotografías de las viejas glorias del cine que allí posaron sus posaderas. Cerré los ojos, y me imaginé a Ava Gadner coqueteando con el camarero, o a Orson Welles apurando un puro entre risas con sus contertulios. Me fui de allí antes de que me diese un ataque de cinefilisis… Fui caminando muy lentamente, bajando hacia Callao, mirando para arriba, buscando todos esos detalles de los edificios que pasan desapercibidos cuando caminamos con prisa. ¡Qué me gustan esas figuras humanas en lo alto!. Sobre todo ése con un objeto entre sus manos que parece querer tirárselo a los viandantes.

PinkertonGranViaAvaGardnerMe compré dos ejemplares en La Casa del Libro, una corbata en esa tienda tan pequeña donde se forman colas de espera, un décimo en la administración de Doña Manolita por si por si, un peluche en la glamurosa tienda de peluches y ya paré porque si no el paseo me iba a salir por un ojo de la cara. Me senté en un banco soleado de la Plaza de España y allí el sueño me pudo como a un carnero al mediodía. El grito de la chavalería me despertó de mi siesta inesperada y me entraron ganas de meterme en un cine a ver la última de Polanski. Durante dos horas disfruté con el talento del director polaco, y salí de la sala con ganas de toparme con casos de conspiraciones… pero aquel día estaba de vacaciones, y tan sólo me topé con un helado italiano de dos sabores que me transportó a la plaza de San Marcos, en esa esquina donde siempre que voy me tomo un gelato di limone.

Caminando de vuelta a casa, me imaginé la multitud de personas que por allí han paseado en estos cien años… la multitud de ilusiones… la multitud de risas y llantos… de amores y desamores… de turistas despistados, de gente de las provincias buscando el último estreno teatral, de estrellas de Hollywood pisando las alfombras rojas en los estrenos de cine… Muchacho, qué grande es la Gran Vía.

PinkertonGranViaCineLopedeVega

¡Saludos!

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14 años atrás

y de Santiago Segura por los tejados...

Me ha encantado, lo mejor es que el trayecto me lo conozco de memoria, y hoy que vuelvo a Madrid cuatro, tengo unas ganas de ver todos esos pequeños detalles de nuevo...

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