Venecia 2025: la tragedia en Gaza convierte a "La voz de Hind" en el film acontecimiento de esta edición

Venecia 2025: la tragedia en Gaza convierte a "La voz de Hind" en el film acontecimiento de esta edición

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Querido primo Teo:

Nos acercamos a la recta final de la 82ª edición del Festival de Venecia con la proyección de la cinta que ha marcado su curso: “La voz de Hind”, de Kaouther Ben Hania, una producción tunecina que centra su mirada en las víctimas más vulnerables de la guerra en Gaza frente a los ataques israelíes, la situación de hambruna y la inoperancia de la comunidad internacional. Su impacto y trascendencia le han valido el respaldo de figuras destacadas de Hollywood, y su proyección, cargada de emoción y conmoción, la ha convertido en el verdadero mirlo blanco de esta edición. También es cierto que, por más notoriedad que acumulen los grandes nombres de la industria y la abundante presencia de estrellas, nada puede rivalizar con la fuerza de la tragedia de la vida real.

Fue en la Mostra de Venecia de 2008 cuando Kathryn Bigelow presentó a concurso “En tierra hostil”, un filme que inicialmente no anticipaba el hito histórico que lograría poco más de un año después: convertirse en la primera mujer en ganar el Oscar a la mejor dirección. Ahora, la cineasta regresa al Lido con “Una casa llena de dinamita”, su nuevo trabajo ocho años después, respaldada por Netflix, con un proyecto que combina tensión política y drama humano y que presenta una estructura a lo "Rashomon" sobre tres segmentos de 18 minutos (el tiempo estimado que transcurre entre el lanzamiento inesperado de un arma nuclear desde el Pacífico por parte de los observadores militares y su llegada prevista a Chicago) que capitalizan la acción desde diferentes puntos de vista.

La película recrea los minutos previos a un posible ataque nuclear contra Estados Unidos, siguiendo al presidente (Idris Elba), su equipo militar y asesores mientras gestionan la crisis en salas de emergencia. Escrita junto a Noah Oppenheim, y con la baza de la fotografía de Barry Ackroyd, el montaje de Kirk Baxter y la música de Volker Bertelmann, la cinta equilibra el rigor procedimental con la dimensión humana de los personajes, mostrando tanto la presión extrema como la vulnerabilidad personal que acompaña a quienes toman decisiones que podrían cambiar el destino del mundo. Una historia sobre la ética y la responsabilidad de los que nos gobiernan y la amenaza siempre latente de un ataque nuclear con el miedo a no saber quien apretó el botón y quien puede ponerle fin así como el hecho de hasta qué punto está justificada una defensa preventiva.

Lejos de centrarse en una administración concreta, estando más preocupada por el hecho de las arma nucleares que por la incompetencia y megalomanía de los propios políticos, el film reflexiona sobre el riesgo global del arsenal nuclear y el poder absoluto concentrado en una sola persona para autorizar su uso. Completan el reparto Jared Harris, Tracy Letts, Gabriel Basso y Rebecca Ferguson, en un conjunto coral que aporta verosimilitud y dinamismo. La crítica ha celebrado este thriller de suspense crudo e inmersivo en el que Bigelow no ha perdido su esencia: resolutiva, enérgica y capaz de generar tensión constante apostando por la precisión en clave documental. Aunque con ciertos momentos excesivamente melodramáticos, el film funciona como una llamada de atención contra la autocomplacencia y el olvido de la fragilidad humana frente al poder extremo.

El cine italiano tiene en “Elisa”, de Leonardo Di Costanzo, otra de sus representantes en la Mostra. La película parte de un hecho real sucedido en Suiza: una mujer, condenada por asesinar a su hermana mayor y quemar su cuerpo sin causa aparente, acepta reunirse con un criminólogo para intentar asumir la responsabilidad psicológica de un crimen del que siempre ha afirmado no recordar absolutamente nada.

Protagonizada por Barbara Ronchi y Roschdy Zem, la cinta se articula casi en exclusiva en el duelo interpretativo entre ambos, como si se tratara de la recreación de una sesión psicoanalítica en cámara cerrada. Sin embargo, lo que en principio prometía ser un ejercicio de intensidad dramática termina reduciéndose a una contraposición demasiado monótona y previsible, sin la tensión ni la progresión necesarias para sostener el interés. El resultado es, para muchos, una de las grandes decepciones de esta edición, un proyecto ambicioso en su planteamiento pero incapaz de trascender el artificio de su propio dispositivo teatralizado.

El también italiano Pietro Marcello ha presentado “Duse”, biopic dedicado a la legendaria diva italiana del teatro Eleonora Duse, considerada la mejor actriz de su tiempo y rival histórica de Sarah Bernhardt. El proyecto parecía hecho a medida para Valeria Bruni-Tedeschi, que encuentra aquí un papel cargado de hondura y matices. La acción se sitúa en 1921, en la etapa final de la vida de Duse: retirada, enferma y arruinada, decide regresar a los escenarios con “La dama del mar” de Ibsen. No es un gesto nostálgico, sino un acto de resistencia artística y vital, un desafío al olvido, al poder masculino y a la sombra creciente del fascismo. Un trabajo en el que el director vuelve a hacer gala de su paleta de recursos visuales a través de imágenes de archivo coloreadas y de una banda sonora electrónica de estilo anacrónico permitiendo que el pasado resuene en el presente.

Marcello, responsable de la aclamada “Martin Eden” (2019), vuelve a su sello característico: la fusión de ficción con imágenes de archivo coloreadas, que expanden la memoria histórica y abren el relato a múltiples capas temporales. El resultado es un retrato político y sensible en el que Eleonora Duse, interpretada con intensidad y fragilidad por Bruni-Tedeschi, se erige en símbolo de dignidad, resistencia y persistencia frente a la decadencia y la propaganda en una época de entreguerras. En sintonía con la poética humanista del cine de Marcello, centrada en los marginados y en la lucha contra el olvido, “Duse” ofrece un ejercicio de memoria que conecta pasado y presente. Sin embargo, no ha alcanzado la unanimidad crítica: a algunos les parece que no profundiza lo suficiente en la leyenda de Eleonora Duse, a pesar de que su propósito sea justamente rendir homenaje a una de las intérpretes más grandes de la escena italiana.

El prolífico director francés François Ozon se ha atrevido a llevar a la gran pantalla el clásico de Albert Camus “El extranjero”, una novela que redescubrió recientemente y que decidió releer con una mirada contemporánea. Lejos de una adaptación académica, el cineasta apuesta por un enfoque político y ético al subrayar la necesidad de dar voz y nombre al personaje árabe asesinado por Meursault, condenado al anonimato en el texto original, y de desarrollar la figura de su hermana. Para Ozon, esta elección no sólo repara una ausencia literaria, sino que conecta con la invisibilidad de las víctimas en conflictos actuales, como el de Gaza, proyectando la obra hacia una resonancia global.

Rodada en Marruecos, en un blanco y negro de fuerte contraste y con Benjamin Voisin como el privilegiado y nihilista Meursault, la película busca reflejar las tensiones coloniales de la Argelia de los años 30. Las imágenes de archivo que muestran la vida de la élite francesa frente a la de la población argelina funcionan como un contrapunto documental que intensifica la crítica al dominio colonial francés. Ozon, consciente del peso de la adaptación de Luchino Visconti en 1967, ha preferido distanciarse de la fidelidad literal y reivindicar la necesidad de reinterpretar el legado de Camus desde el presente, con nuevas sensibilidades y urgencias hablando del imperialismo o de la masculinidad tóxica a través de la violencia y la desafección emocional.

En el terreno de la recepción, las reacciones han sido dispares. Parte de la crítica europea reprocha al director haberse perdido en un esteticismo preciosista que resta fuerza a la carga dramática cuestionando hasta qué punto era necesaria esta nueva versión. En cambio, la prensa internacional se ha mostrado más benévola, calificando la cinta de notable retrato del desapego y destacando su audacia al iluminar los ángulos ciegos de una obra que parecía intocable.

“La voz de Hind”, de la directora tunecina Kaouther Ben Hania, desembarca en la Mostra de Venecia con el aura de gran acontecimiento de la edición. Recién seleccionada como representante de Túnez en la carrera hacia el Oscar 2026 a la mejor película internacional, la cinta cuenta además con un respaldo de primer nivel: Brad Pitt, Joaquin Phoenix, Rooney Mara, Alfonso Cuarón y Jonathan Glazer figuran en su producción ejecutiva, un aval que confirma la proyección internacional de una propuesta sin efectismos o sensacionalismos y que se aborda con honestidad poniendo los hechos sobre la mesa.

Su llegada al Lido no podría ser más significativa: coincide con las protestas de trabajadores del sector cultural italiano y de activistas propalestinos contra la guerra en Gaza, así como con la cuestionada decisión de la dirección del festival de mantener vínculos con empresas israelíes y de no vetar a quienes han manifestado públicamente su apoyo a Israel. Aunque la organización intenta esquivar el debate, el conflicto se cuela inevitablemente en la agenda. El propio presidente del jurado, Alexander Payne, afirmó no sentirse preparado para abordar el conflicto, insistiendo en que no corresponde a los festivales ni a la gente del cine resolver problemas de geopolítica. En mi opinión, eso no debería interpretarse como una toma de partido a favor de quienes perpetúan la barbarie, sino como un recordatorio de que resulta frívolo utilizar el sufrimiento ajeno para promocionarse. 

El film reconstruye con austeridad y crudeza el caso real de Hind Rajab, la niña palestina de seis años que, tras un ataque israelí en Gaza en enero de 2024, logró comunicarse durante más de una hora por teléfono con el centro de emergencias de la Media Luna Roja mientras permanecía atrapada en un coche rodeada de los cuerpos sin vida de su familia. Ben Hania evita recurrir al espectáculo de la violencia y opta por un dispositivo radical: obligar al espectador a escuchar esa voz infantil que suplica ayuda, voz que se convierte en el núcleo palpitante de un alegato contra la deshumanización. Actores palestinos, como espectadores enfrentándose a la verdadera tragedia, reviven el episodio desde la línea telefónica confrontándose a las grabaciones originales reconstruyendo los hechos en clave de thriller a contrarreloj, y tanto el reparto como la directora han descrito el rodaje como una experiencia dolorosa, pero también necesaria, por la fuerza y la verdad que contiene.

El estreno mundial se convirtió en uno de los momentos más intensos de la Mostra: 23 minutos de aplausos ininterrumpidos, batiendo el récord reciente del festival. La crítica ya la señala como gran favorita al León de Oro por su audacia formal, su potencia ética y su capacidad de interpelar a la conciencia colectiva sin recurrir al sensacionalismo. Un acto de resistencia desgarrador que muestra la pesadilla fuera de campo pero que golpea conciencias por su planteamiento y gran trabajo sonoro. Pero más allá de esa feria de vanidades que son los premios, “La voz de Hind” (sin necesidad de mostrar abiertamente la violencia, la sangre o los edificios en ruinas pero sí la angustia desesperada en forma de llanto infantil y la impotencia de aquellos que ven que no pueden hacer nada por salvar a esa niña) se afirma como una obra que trasciende la alfombra roja: rescata la voz de una niña como símbolo de resistencia, memoria y humanidad frente al silencio cómplice del mundo.

Mary Carmen Rodríguez 

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