Cine en serie: "The night of", la impotencia frente al sistema

Cine en serie: "The night of", la impotencia frente al sistema

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Querido Teo:

Es momento de ponerse al día con series que quedaron atrás y una de las que te podemos recomendar es “The night of”, remake de la británica “Criminal justice” que fue el proyecto que impulsó James Gandolfini para HBO antes de su muerte y que se quedó sin protagonizar siendo sustituido por John Turturro. Una serie creada por Steven Zaillian y Richard Price (del que hace poco valorábamos "El visitante") que le valió a Riz Ahmed el premio a mejor actor en serie limitada o telefilm en los Emmy 2017 por una interpretación en la que su mirada demuestra la degradación paulatina de un hombre por parte de un sistema en el que ni siquiera la verdad devolverá la paz ni todo lo perdido a un hombre ya roto de por vida.

“The night of” supo imponerse a las circunstancias de su preproducción y, a pesar de no contar con mucha confianza por parte de la cadena, que la estrenó en verano en el periodo de menor consumo televisivo, las críticas fueron excelentes y, aunque ya han pasado algunos años, a día de hoy sigue siendo considerada una de las apuestas de mayor calidad de la plataforma. Una serie en la que hay que destacar el gran trabajo tanto del joven británico Riz Ahmed, ahora ya un habitual en cine y televisión, como de un John Turturro que a pesar de heredar el papel (primero Gandolfini y después un Robert De Niro que dejó el proyecto por conflictos de agenda) llena de humanidad y carisma a un solitario y acomplejado abogado, visto como un don nadie por todos los demás, que sólo tiene su picaresca, nervio y corazón para moverse en las podredumbres en el Nueva York más desolado.

Tras un piloto original rodado en 2012 que nunca fue emitido, y en el que sí que estaba Gandolfini en unas breves secuencias, el proyecto se paralizó ante las dudas de los ejecutivos de la cadena. Cuando ya fue retomado y aprobado como una serie limitada más que como una de largo recorrido, y trabajando ya el equipo en el guión, la muerte de Gandolfini cayó como una losa para un proyecto que volvería a ser retrasado hasta que fue sustituido por John Turturro y convirtiéndose en uno de los grandes títulos de HBO para el curso de 2016.

Una historia sobria y asfixiante que juega con la intriga del “falso culpable” desde una perspectiva kafkiana, la de un joven universitario de origen pakistaní que, tras pasar la noche con una desconocida en casa de ella, con sexo y sustancias varias, se despierta y ve que ella está desangrada en su cama con más de una veintena de puñaladas en su cuerpo. Asustado, el joven huye conduciendo el taxi del que es copropietario su padre pero al poco, en una noche aciaga, es detenido ante las evidencias de estar bajo sustancias y posteriormente siendo acusado del asesinato como único sospechoso del mismo. Impagable la tensión que se respira cuando, desde el coche de policía, el joven observa como los agentes de policía se introducen en la casa de la que han recibido un aviso de allanamiento y que es el escenario del crimen.

“The night of” parte de una fatídica noche en la que Nasir “Naz” Khan (Riz Ahmed) está en el lugar inadecuado en el peor momento. Se ha hecho con el taxi de su padre para pasar una noche de juerga en una fiesta en otra zona de la ciudad y lo que no sabe es que el encuentro imprevisto con una atractiva joven que se sube por error al taxi, y que debería haber quedado en una noche de sexo placentero y sin compromiso entre dos jóvenes, deriva en una pesadilla en el que la fatalidad de los hechos, las evidencias y los prejuicios raciales caen sobre él aprovechándose además de la fragilidad de una defensa que se basa en los continuos errores que Naz llevó a cabo fruto de verse asustado y acorralado tras despertarse en la cocina de la casa aturdido y ser consciente del brutal asesinato del que había sido víctima la chica.

Una nocturna, periférica y poco acogedora Nueva York, heredera de la reflejada por Scorsese en los 70 en “Malas calles” o “Taxi driver”, es el escenario en el que se mueven timadores de medio pelo, criminales corruptos, prostitutas, personas trans y jóvenes negros y latinos que son carne de cañón en una sociedad tan multicultural como esquiva para aquel que malvive sin oficio ni beneficio. Todos ellos son defendidos por el típico abogado desaliñado propio de una novela de Raymond Chandler que tampoco tiene donde caerse muerto y que malvive con los honorarios que le corresponden por salvar a todos estos de sus trapicheos y delitos menores, ni siquiera llegando a juicio, arreglándolo de la mejor manera en la vista previa, y aprovechándose de una publicidad cutre entre tarjetas de visita propias de un telepredicador y marquesinas en el metro con el anuncio en el que presta sus servicios.

Este abogado llamado John Stone (John Turturro), que se pasa toda la serie con su alergia a los gatos y visitando a médicos y curanderos ante el sufrimiento de erupciones en sus pies y que le impide llevar zapatos, coincide en esa noche fortuita con Naz en la comisaria interesándose pronto por él y por hacerse cargo de un caso que, a pesar del origen humilde de la familia, le permitirá prestar sus servicios en un delito de mucha más magnitud para un abogado acostumbrado a la rutina de bajos fondos y de negociación de fianzas entre desarrapados.

La serie se mueve entre la comisaria, la prisión y el tribunal en el que se debate sobre la culpabilidad o no de un Naz que padece en sus propias carnes que la presunción de inocencia no esté presente durante el proceso. Es verdad que hay una serie de pruebas que le incriminan, como el estar allí en la noche del crimen y poseer el cuchillo ensangrentado con el que en teoría se ha cometido el delito, pero también es cierto que las motivaciones del mismo no están claras existiendo una serie de lagunas que hacen que el caso se tambalee, más cuando entre en juego la hedonista personalidad adictiva de la joven asesinada e, incluso, una cuestión sobre la herencia que puede ampliar la sombra de la sospecha hacia otras personas.

Algo que no parece muy por la labor de ser valorado tanto por la fiscal Helen Weiss (Jeannie Berlin) como por el minucioso policía Dennis Box (Bill Camp), investigador principal del que será su último caso antes de jubilarse. La vida de un joven en jaque no sólo por la presión social sino por el hecho de que tanto unos como otros quieran cerrar el caso lo antes posible apoyándose en las evidencias más claras pero sin plantearse más escenarios posibles.

Uno de los valores más interesantes de la serie es la transformación que sufren todos los personajes. No sólo John Stone volverá a reencontrarse con la vocación que le convirtió en abogado, habiendo desaprovechado su talento hasta entonces siendo el hazmerreír en comisarías y juzgados, sino que el joven Naz ya nunca volverá a ser el mismo. Apadrinado por un poderoso criminal de raza negra que dirige en la sombra el cotarro de la prisión, Freddy Knight (Michael K. Williams), la supervivencia de un cervatillo como él en un entorno hostil potencia, endureciendo su rostro y perdiendo el brillo en la mirada, su transformación en un sujeto amoral, sin escrúpulos y que se introduce en un entorno de pesas, tatuajes, violencia y trapicheos de droga.

Lo que empieza siendo una forma de pedir protección en un lugar en el que uno vive como un trapecista en continuo riesgo, deriva en una personalidad esculpida por la trena en la que la inocencia ha quedado desgarrada y que ya no volverá porque, permanezca en prisión o no, ese joven que sólo quería una noche de juerga para liberarse de la presión de los estudios por mucho que haga quedará marcado por siempre y nunca más volverá a ser el mismo.

Una transformación que no sólo golpeará a dos víctimas del sistema judicial, uno abogado y el otro cliente, sino incluso a la descreída fiscal y al veterano policía que ven como las certezas tan claras como apresuradas del principio van debilitándose cuando entra en juego la sombra de la duda razonable y un brote de integridad y de honestidad. El aparato judicial se erige no como un sistema garante de protección sino como una soga que va apretando el cuello a pesar de la poca consistencia de algunas pruebas y de acusaciones que, especialmente en países como Estados Unidos, vienen predefinidas por el color de la piel. Y es que no deja de ser curioso que en esa cárcel en la que Naz espera sentencia lo caucásico sólo esté presente en los funcionarios de prisiones.

“The night of” no sólo se introduce en esa maraña judicial sino también en los tejemanejes e intereses de unos abogados que se mueven más por el dinero que por el ideal y que terminan tratando a sus clientes sin ninguna empatía y sí con mucha impersonalidad, siendo castigados incluso por mala praxis o simplemente ridiculizados aquellos que le ponen algo de pasión y de corazón a un oficio que tiene mucho de vocación y que muchas veces olvida que está al servicio del cliente, preocupándose más por el plazo de pago que por la calidad de su trabajo. Y es que esta profesión tiene mucho de inquietud investigadora y de partida de póker a la hora de saber neutralizar las cartas que puede tener la otra parte como bien se refleja en la serie.

En los padres de Naz nace esa desesperación no sólo por querer confiar en su hijo, y a veces tener dudas sobre su inocencia, sino por verse en medio de los caprichos y artimañas de unos y otros abogados que les marean con sus minutas pero que, por otro lado, les dicen que ellos son los que mejor defensa harán de su hijo frente a cualquier otro. La guerra por los clientes entre los abogados corporativistas de renombre, que garantizan un servicio más académico pero a un coste altísimo, frente aquellos que malviven pateándose las calles y que tienen como única arma el asesoramiento personal y la pasión por su trabajo.

Ni ellos ni el espectador sabrá nunca en verdad si hubo culpabilidad o no, ante una subida al estrado final en la que hasta el propio acusado duda de su inocencia, pero la serie es suficientemente inteligente para desarrollar el acorralamiento de un hombre con todas sus aristas e incluso permitirse un dilema que tendrá que dirimir un Jurado más por intuición que por convicción pervirtiendo y dejando a traslucir los caprichos de un sistema apoyado en un juicio popular que, si bien siempre queda muy cinematográfico, deja innumerables dudas sobre su conveniencia a la hora de marcar el destino de cualquier acusado.

Un primer capítulo prodigioso (de hora y media de duración) pone todas las cartas sobre la mesa estando rodado con ritmo, tensión y detalle funcionando como una película en sí mismo, siendo es a partir de ahí cuando se marcan las dos principales diferencias respecto al original británico; el darle más importancia al papel de ese picapleitos que quiere ser tomado en serio y ser liberado de su aparatoso eccema, y adentrarse en las particularidades sistema judicial usamericano. Un descenso a los infiernos amenazante y sobrio en el que la pérdida de la ingenuidad, la sombra de la duda y la inquietud de la atmósfera crean una tragedia tan terrible como fascinante a la hora de explorar los límites de resistencia del ser humano cuando todo está en contra y las oscuridades del sueño americano asfixiando a los que sólo intentan sacar cabeza pero que por su condición nacen condenados de por sí a ojos de la justicia.

Es verdad que la serie, mucho mejor en su atmósfera que en la propia trama, se explaya a lo largo de 8 capítulos, teniendo algún valle en el día a día de Naz en la cárcel y las idas y venidas del abogado con el gato de la víctima y sus problemas cutáneos, pero todo desemboca en un buen final que, si bien da la impresión de no quedar del todo cerrado desde un punto de vista judicial, sí que prefiere dejar el peso del desenlace en un juego de miradas que evidencia que ya ninguno será el mismo. Unos por permitirse la duda, desde su atril de "la verdad" en el que brotara la integridad y la falta de conformismo, y otros, cliente y abogado, por ya ver el mundo de su alrededor muy diferente a partir de entonces ante una experiencia que les ha cambiado para siempre, envileciendo a uno y humanizando al otro.

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Nacho Gonzalo

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