Conexión Oscar 2024: Ryan Gosling, un imán y un sello de garantía para el público

Conexión Oscar 2024: Ryan Gosling, un imán y un sello de garantía para el público

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Querido Teo:

Ellas lo adoran, ellos quieren ser como él. Sería una máxima algo generalista y propia de alguna promoción relacionada con alguna estrella de antaño pero no va muy desencaminada para el caso de Ryan Gosling. A sus 43 años este canadiense hace tiempo que dejó de ser una joven promesa que hacía sus pinitos procedente de espacios televisivos juveniles de la marca Disney coincidiendo allí generacionalmente con otros nombres como Justin Timberlake o Britney Spears. Ahora es uno de los actores que el público cinéfilo más tiene en consideración gracias a una integridad que le ha valido pasar a ser un intérprete respetado gracias a su inteligencia y carácter selectivo a la hora de llevar su carrera sin doblegarse a los grandes proyectos de Estudio o alguna saga sacacuartos. Por el camino ha sabido destilar una empatía poco forzada que favorece la identificación y el aprecio del público, una vis cómica impagable y una eficacia que le ha llevado a no estar nunca mal como actor sino también a ser un seguro de calidad porque, si en una película está Ryan Gosling, esa película no puede ser mala.

Ryan Gosling ha sido siempre una figura discreta que ha sabido mantener lejos de los focos su vida personal y tampoco ha estado sujeto a titulares mediáticos. Un tipo apacible y sereno que da más la imagen de noble caballero que de canalla chulesco y que, por otro lado, representa un lado tan gentleman como saludable que le ha hecho representar, sin pretenderlo, una imagen aspiracional para el hombre contemporáneo, un perfil masculino pero sensible. Es por ello que le hemos podido ver en "Drive" (2011) o "Cruce de caminos" (2012) pero también en "El diario de Noa" (2004) o "Crazy, stupid, love" (2011).

"El diario de Noa" va camino de las dos décadas, tiempo en el que se ha asentado como un clásico romántico de culto. Una cinta que no fue bien ponderada en su día por la crítica más cínica pero a la que el público y el paso del tiempo ha tratado de manera generosa. Una historia como las de antes pero tan necesaria como las de siempre contando una historia de amor de corte clásico marcada por el paso del tiempo en el que pone en valor el peso de la memoria, el sacrificio, la complicidad y el cuidado de nuestros mayores. Una cinta que no aupó la carrera de Nick Cassavetes pero que sí que nos permitió rendirnos a James Garner y Gena Rowlands y a impulsar la carrera de dos actores que tan buenos momentos nos han dado como Ryan Gosling y Rachel McAdams que, incluso, se dejaron llevar por esta historia superando sus tiranteces iniciales y convirtiéndose en pareja. Además si la película logró dejar alguna escena icónica como la de la declaración bajo la lluvia sin duda se puede decir que estamos ante un clásico moderno.

La infravalorada comedia de Glenn Ficarra y John Requa logró ser una de las mejores comedias románticas del cine reciente gracias a desmitificar los clichés del género de una manera tan entretenida como respetuosa jugando con la baza de un reparto de actores en estado de gracia destacando un Ryan Gosling que, además de convertirse en meme luciendo abdominales, sabía demostrar una gran vis cómica como ese consejero sentimental que no aplica en la práctica lo que él cacarea en la teoría.

Ryan Gosling se convirtió al principio de la década en la representación del antihéroe lacónico y con coraza, un Quijote sin armadura que ejecuta y no pregunta y que contribuyó a cimentar su estilo como actor de referencia para un determinado tipo de público fascinado por la oscuridad moral iluminada por luces de neón de un Quijote frente a molinos de viento bien fuera luciendo la chaqueta plateada de “Drive” (2011) o con las magulladuras de "Sólo Dios perdona" (2013), ambas cintas dirigidas por Nicolas Winding Refn, un director que aunque se haya evaporado irrumpió con fuerza con un estilo muy personal y propio de los modernismos de principios de siglo.

No hay que olvidar tampoco su trabajo en “Los idus de marzo” (2011), “Cruce de caminos” (2012), “Gangster squad (Brigada de élite)” (2013), “La gran apuesta” (2015) o "Dos buenos tipos" (2016). Todo ello no era más que la muestra de la versatilidad de un actor que sin efectismos y suma facilidad logra transmitir al espectador, bien sea en una intriga política, en un thriller de acción, en un drama capitalista o derrochando ingenio y química de una “buddy movie”, no tardando en convertirse primero en uno de los nombres más solicitados, y después más asentados, de un Hollywood que se puso a sus pies pero por el cual el actor no se dejó cegar.

Un Ryan Gosling que siempre ha huido de proyectos hipotecarios, sagas palomiteras y cine impersonal por su artificio. Eso le ha permitido poder encarar otro tipo de trabajos que no le han convertido en una estrella conocida a nivel global pero sí en un actor solvente y magnético, de esos que dignifican el oficio con honestidad, habiendo sido capaz en su mirada de mostrar la vulnerabilidad, el dolor y la amargura incluso cuando su personaje tiene una fachada de triunfador y no son en el fondo más que un alma cándida sin suerte.

Aun así hay que destacar que las 2 nominaciones al Oscar que ostenta por el momento se antojan insuficientes. "Half Nelson" (2006) le convirtió en uno de los actores más jóvenes en ser candidatos como protagonista con sólo 26 años, dando vida a un profesor que imparte clases en un barrio marginal y que va a la deriva fruto de sus adicciones y con el que levantaba una película pequeña con la que pudo sorprender a propios y extraños mostrando precisamente ese desvalimiento de alguien desesperanzado y torturado que encuentra sostén e impulso en alumna que descubre su secreto. Nominación al Critics’Choice y al Gremio de Actores (SAG) en el año en que Forest Whitaker arrasó con “El último rey de Escocia”.

"Lars y una chica de verdad" (2007) es para muchos su mejor interpretación, la de un joven inadaptado y solitario que empieza a preocupar a su hermano y su cuñada cuando les presenta a la que es su novia, la cual no es otra que una muñeca hinchable que ha comprado por internet.

Un argumento propio de una comedia facilona que gracias a la interpretación de Ryan Gosling, no cayendo en la caricatura y dotándole a su Lars de alma, verosimilitud y humanidad, así como el tono agridulce que le imprimía a la película el director Craig Gillespie, presentaba a un joven que escapa de su realidad en un pueblo gris de la América profunda refugiándose en esta relación. Un trabajo que le implicó cambio físico y cuya ternura y patetismo emocionaba sobremanera. La nominación al Globo de Oro, al Critics’Choice y al Gremio de Actores (SAG) muestran lo cerca que se quedó de estar en los Oscar de aquel año.

Otra candidatura infructuosa fue la de "Blue Valentine" (2010), uno de los retratos románticos más desoladores visto en pantalla a la hora de mostrar como el amor y la atracción se evaporan con el paso del tiempo, la persistencia de la rutina y el cambio de motivaciones y prioridades que implica el propio discurrir por la vida. Todo un regalo interpretativo el que brindó el director Derek Cianfrance en su ópera prima tanto a Ryan Gosling (volverían a repetir con “Cruce de caminos”) como a una Michelle Williams que fue la que estuvo nominada al Oscar ya que Gosling tuvo que contentarse con una nueva nominación tanto al Globo de Oro como al Critics’Choice.

La segunda nominación al Oscar no llegó hasta que se subió a bordo de una cinta que podría haber sido un fiasco pero que alcanzó la cota de fenómeno. "La la land" (2016) es uno de las pocos títulos en lo que llevamos de siglo que han trascendido la cultura popular y han acercado los gustos del público a los Oscar (incluso con una derrota tan amarga como poética con el famoso episodio del sobre).

Una cinta que, en su homenaje al musical clásico, tuvo la habilidad de conectar con la desesperanza de la generación “millennial” (vapuleada por la crisis económica y una insatisfacción vital) a través de la relación de amor entre Mia y Sebastian, dos personas en la diatriba de anteponer sus sentimientos (lo que terminará implicando el sacrificio de una de las partes) o bien su sueño profesional sea éste en el mundo de la actuación o en el de la música.

Unanimidad en un trabajo en el que, una vez más, sin grandilocuencia y sí con la capacidad de decir mucho con poco, le valió, además de su segunda nominación al Oscar y el Globo de Oro al mejor actor de comedia o musical, las nominaciones en los Critics’Choice, el Gremio de Actores (SAG) y los Bafta. Dos años después el actor repetiría con Damien Chazelle en “First man” (2018) explorando el dolor de la pérdida oculta y digerida por el hito que cambió la concepción de los límites propios al ser humano, a la par que levantar la moral de un país, cuando su héroe era en realidad un despojo anímico por la muerte de su hija.

Ryan Gosling ha demostrado que su carrera no es la prioridad, sino su vida y su familia, lo que explica que desde "First man" (2018) a "Barbie" (2023) haya pasado un lustro que (pandemia mediante) sólo ha llevado a que le viéramos en "El agente invisible" (2022), quizá su mayor pinchazo al ser un proyecto de tiralíneas y de acción funcional lejos del tipo de cine en el que le hemos solido ver y que ni siquiera llega las pretensiones artísticas que puede tener rodar con Terrence Malick en "Song to song" (2017) o tener la oportunidad de zambullirse en el legado de todo un clásico como compartir con Harrison Ford la experiencia de “Blade Runner 2049” (2017).

El nombre que ya se ha hecho en la industria Greta Gerwig, a base de personalidad y criterio, y la llamada de Margot Robbie, fueron suficientes para que Ryan Gosling se subiera al barco de “Barbie”, la cual antes de convertirse en el absoluto éxito de 2023 (uno de los mayores que se recuerdan en el cine contemporáneo por su capacidad de convertirse en fenómeno social) era un proyecto más que arriesgado ya que su reinvención feminista y su estética kitsch amenazaban con hacer naufragar esta empresa. Nada más lejos de la realidad.

Ryan Gosling sin duda ha contribuido sacando una de sus mayores armas, una vis cómica que siempre ha sido reparadora y elogiada cuando la ha utilizado como recurso al igual que en “Crazy, stupid, love” (2011) o “Dos buenos tipos” (2016). El baile coreográfico del número I’m just Ken ya es icónico y también lo es la capacidad de insuflar espíritu y matices a un personaje concebido como accesorio que o bien podría haber caído en la nadería o en la superficialidad como objeto de burla.

Es por ello que de estar ante una anécdota que bien podría haber sido objeto de sonrojo o sólo una vía más para tirar de chequera (que nunca viene mal para pagar hipotecas) ha pasado a ser una de las cimas artísticas de la carrera de un Ryan Gosling que, al menos, va lanzado a su tercera nominación al Oscar (la primera como actor de reparto) liberándose de complejos, tiñéndose de rubio, potenciando bíceps y, sobre todo, más allá de lo que es la película, representar al hombre desorientado que tiene que reprogramar su posición en el mundo ante la oleada feminista que ha pillado a más de uno con el pie cambiado.

Entre colores chillones y coreografías se ha colado un mensaje pertinente sobre una de las realidades del mundo de hoy que Gerwig ha sido muy inteligente en insuflar a la hora de levantar un proyecto y darle razón de ser y en el que su personalidad y sello acaba imponiéndose al evidente “product placement”. Un ejemplo de rentabilidad y triunfo a todos los niveles más cuando el hecho de superar la barrera psicológica de los 1.000 millones de dólares en USA ha llevado a la película a ser ya una de las fijas para la próxima edición de los Oscar.

Sólo los habituales miramientos a la hora de reconocer a una interpretación de comedia (no deja de ser el dar vida a un muñeco acomplejado de la factoría Mattel) pueden alejar a Ryan Gosling del Oscar jugando a su favor, después de todo lo que hemos repasado en estas líneas, no sólo el haber contribuido al fenómeno sino a ser uno de esos actores que han demostrado dignificar la profesión en cada proyecto y que transmiten afinidad y buen rollo a la hora de que tanto el público como la industria vean con buenos ojos que se haga con el máximo reconocimiento de la profesión.

Uno de esos actores que el público ha sentido como propio al haber sido testigo de su evolución y haberlo tenido, haya sido bien en una o en otra película, como parte del imaginario colectivo que uno se lleva en su mochila.

Nacho Gonzalo

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