"La mujer de Tchaikovsky"

"La mujer de Tchaikovsky"

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El argumento: Rusia, siglo XIX. Antonina Miliukova, joven acomodada y brillante, se casa con el compositor Piotr Chaikovsky. Pero el amor que siente por él se vuelve una obsesión, y la joven se topa con un rechazo vehemente. Consumida por sus sentimientos, Antonina será capaz de soportarlo todo con tal de permanecer a su lado.

Conviene ver: "La mujer de Tchaikovsky" es un cuidado y medido film que sirve para retratar a una sociedad rusa clasista, patriarcal, represora y asfixiante a través de la figura del célebre compositor del ballet “El lago de los cisnes” y la mujer de éste, estableciendo ambos una relación de conveniencia debido a la homosexualidad de él. Un retrato con ecos de fantasía, divagaciones, pulsiones y estética fantasmal y ambigua que retrata una época, un lugar y una personalidad, emblema de la cultura de un país que con símbolos como este músico fundamenta una imagen de cara al exterior ajena a la cruda realidad por meras cuestiones propagandísticas. Un drama romántico apagado en sus tonos y de esperable elegancia formal, poco complaciente y atonal en su fondo, centrándose en la interpretación de la actriz Alyona Mikhailova dando vida Antonina Miliukova, joven que lleva a términos enfermizos, para su propia infelicidad, la obsesión por su marido desde que le conoce siendo estudiante de música y posteriormente contrae matrimonio con él en 1877. Pronto los celos y el despecho harán mella en el corazón de una mujer herida que lo ha depositado todo en esa fascinación caprichosa. Todo en una Rusia marcada por la miseria y también por el intento de los artistas de agradar a los poderosos y quedar amparados por ellos y por fiestas llenas de alcohol, bailes y relaciones sociales. Una película ambiciosa (en duración de 143 minutos y también en intenciones) y excesivamente retórica, con recursos fabulados que deleitan y desconciertan a partes iguales, lo que deja un conjunto emocional frío avivado (eso sí) por el trabajo detrás de las cámaras, y las virguerías plásticas que lleva a cabo el director, así como la labor de su protagonista que sale victoriosa de un estudio de personaje más desdibujado que concreto.

Más destacada en lo visual y en su deleite por el encuadre en una propuesta teatral, con una fotografía tenue y amarillenta de claroscuros y luces y sombras de gran marcado poético aprovechándose de velas y lámparas, que por un poso narrativo en el que la analogía del despojo moral de la identidad de un país a través de lo que hay detrás de uno de sus mitos, en un recorrido por sus pasiones y su dolor, no llega a carburar, la cinta ha convencido sin grandes halagos más cuando esta historia ya se contó en la estimable “La pasión de vivir” (1971) de Ken Russell en la que veíamos a Richard Chamberlain interpretando al compositor y a Glenda Jackson como la doliente esposa. Una sinfonía grotesca, desafinada, incómoda e hipnótica en la que enfrenta la opresión de la Rusia del siglo XIX con la que hoy sigue imponiendo con fiereza su moral y costumbre. El director Kirill Serebrennikov se rebela frente a los que cancelan todo lo ruso ante la invasión de Ucrania reivindicando la tradición cultural de un país que han enarbolado los verdaderos valores de su patria a través de nombres como los de Tchaikovsky, Chéjov o Dostoievsky y a través de la música, la pintura o la literatura.

Conviene saber: A competición en el Festival de Cannes 2022.

La crítica le da un SEIS

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