San Sebastián 2021: El tributo al cine en sala de Zhang Yimou y el perdón y el dolor en el rostro de Maixabel

San Sebastián 2021: El tributo al cine en sala de Zhang Yimou y el perdón y el dolor en el rostro de Maixabel

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Querido Teo:

El Festival de San Sebastián ha iniciado la llamada edición de la recuperación después de que el año pasado, a pesar de vivirse unos momentos más críticos de la pandemia, pudiera celebrarse. En esta 69ª edición hay una sensación de que poco a poco vuelven las cosas a su cauce con mayor prensa acreditada y poco a poco volviendo al espíritu de convivencia sana y buen ambiente que hay durante esta reunión cinéfila anual. Eso sí, todavía conviviendo con restricciones de aforo, desinfección escrupulosa y mascarillas obligatorias. Un San Sebastián que intentará que a partir de ahora sean las películas las que hablen después de haber estado en los papeles los últimos meses por polémicas como la eliminación de la separación de género en los premios de interpretación o la concesión del Premio Donostia a Johnny Depp.

"Un segundo" (Zhang Yimou), un canto al cine durante la Revolución Cultural China // Sección Oficial

Tras algunas inauguraciones de perfil bajo este año (y tras la proyección del corto “Rosa Rosae” de Carlos Saura en homenaje a las víctimas de la Guerra Civil y con la canción de José Antonio Labordeta resonando frente a esos dibujos en carboncillo) el Festival de San Sebastián ha contado para abrir la competición con Zhang Yimou, director que sigue bebiendo de sus mejores épocas y que mantiene aureola de prestigio alrededor de su nombre aunque el devenir de su carrera los últimos años haya sido algo frustrante.

Es verdad que parece recuperar algo de fuste con “Un segundo”, su particular “Cinema Paradiso” (1988) contando la historia de un convicto que es enviado a un campo de trabajo en el desolado noroeste de China durante la Revolución Cultural del país. Al recibir una carta de que su hija ha sido filmada en un noticiario previo a los que se proyectan en las películas (algo así como lo que fue en España el NO-DO) utilizando su ingenio, y con el único fin de ver a su hija y abrazar ese breve momento, logra escapar y huye en dirección al cine de un pueblo cercano. Lo que no se espera es que una joven vagabunda huérfana, a cargo de un hermano pequeño, se hará con la cinta iniciándose un recorrido de rivalidad reconvertido en alianza con esa imagen de sólo un segundo como núcleo emocional de una historia sustentada en dos personajes golpeados por la vida que actúan de manera desconfiada y arista con la vida precisamente por ello.

“Un segundo” termina emergiendo como un canto de amor al cine representado en la figura de Don Películas, el proyeccionista que va de pueblo en pueblo llevando entretenimiento y evasión a la gente a través de cintas llenas de épica, fervor patriótico, aventura y emoción. Precisamente es ese último factor el que no brota en una cinta que es valiosa a la hora de simbolizar el poder de la imagen como terapia, así como la gran facilidad de comunicar que tiene el cine, pero termina siendo más potente el drama del contexto social que narra que la historia familiar y la metáfora tan manida de dos personas que cubren con la otra el vacío que sienten y añoran.

El oficio de Yimou es evidente a la hora de crear imágenes que terminan quedándose, hablando del cine como memoria, pero su realización por momentos es desganada y convencional cumpliendo sin sorprender demostrando que cuando quiere puede ofrecer algunas de las mejores escenas del cine reciente como las sensaciones del público frente a la oscuridad de lo que ven en la pantalla o la inventiva del proyeccionista para que la cinta que proyecta pueda verse en bucle.

Lo que tendría que haber sido un drama arrebatador se queda en una fábula demasiado evidente y forzada con el cine en sala como reivindicación, incluso en los tiempos más difíciles, sufriendo un epílogo (trasladando la acción dos años después) que pretendiendo dejar un mensaje de esperanzador lo que hace es restar impacto y calado. Estimable y tierna por momentos, pero también demasiado convencional, está alejada de los grandes trabajos del director emparentando más con otros títulos de su filmografía de perfil bajo como “Amor bajo el espino blanco” (2010) o “Coming home” (2014).

"Competencia oficial" (Gastón Duprat y Mariano Cohn) // Perlas

En la sección de Perlas se ha podido ver “Competencia oficial” de Gastón Duprat y Mariano Cohn, película con la que participaron en la pasada edición del Festival de Venecia habiendo una gran expectación por ver lo nuevo del tándem de directores teniendo en cuenta que son los responsables de “El ciudadano ilustre” (2016), uno de los mayores éxitos del cine latinoamericano reciente. En esta ocasión vuelven a contar con Óscar Martínez como uno de los vértices del triángulo formado junto a Penélope Cruz y Antonio Banderas que coinciden por primera vez al margen de Almodóvar en un azote a los esnobismos y las imposturas.

Una sátira llena de negrura e ingenio en la que se dan cita los egos artísticos, las frustraciones, inseguridades y todo lo que rodea a las entretelas de la industria del espectáculo, concretamente a la hora de impulsar un proyecto cinematográfico en el que se reúnen talentos pero también personalidades excéntricas poco dadas a la empatía ya que por su profesión están acostumbrados a escuchar a los demás sólo cuando es porque se está hablando de ellos.

La película parte de un estimulante prólogo en el que vemos a un empresario de una industria farmacéutica de renombre que se plantea que legado va a dejar cuando ya no esté, coincidiendo con un 80º cumpleaños que le hace querer ser visto por los demás como algo más que un millonario en su torre de marfil. Junto a su secretario personal habla de financiar y construir un puente pero la idea que acaba emergiendo es la de rodar una gran película en la que como productor su huella quede perenne. Para ello, y tras comprar los derechos de una novela que ni él mismo se molesta en leer, se reúne con una directora aupada por la crítica que le plantea reunir en el reparto a dos de los mejores actores del momento, uno popular y carismático para el público mientras que el otro ha cimentado su imagen en ser el actor de prestigio que da culto a la profesión alejado de las veleidades del éxito en taquilla y los premios.

Es ahí cuando la película adopta una premisa teatral en el que vemos los ensayos a lo largo de nueve sesiones entre la directora y sus dos actores en un ejercicio de metaficción en el que no sólo se enfrentan los dos personajes (van a interpretar a dos hermanos separados y enemistados tras la muerte de sus padres en un accidente de tráfico) sino también dos estilos de interpretación en el que fluyen los métodos de cada uno a la hora de ejercer un mismo oficio, desde la introspección hasta la pura intuición pasando por las técnicas de preparación, a cada cual más particular, o el hecho de hasta qué punto en un ensayo tiene uno que exponer ya todas sus emociones o esto tiene que quedar reservado al momento del rodaje. Todo bajo la batuta de una directora atropellada por las circunstancias que tiene que dirigir con suave mano de hierro a estas dos figuras indomables que sienten entre sí recelo y desdén pero también un mínimo de respeto devorado por la envidia por el hecho de que cada uno piensa que el otro tiene lo que en el fondo él desearía y merecería.

Una cinta que es una gozada por su fino guión y réplica, impagable el momento en el que la directora intenta que uno de los actores diga un “buenas noches” perfecto para la escena, cuando parece que el personaje de Óscar Martínez está recriminando a Antonio Banderas jugar a ser el latino en una industria como la de Hollywood para cumplir el trámite de dar el toque de color, o cuando tienen que someterse a un cruel (para su ego) ejercicio de autocontrol. Una cinta disfrutona en la que los actores se lo pasan en grande y así se lo transmiten al espectador brillando el trío protagonista junto a José Luis Gómez, Manolo Solo e Irene Escolar (atención a la escena de la simulación de una escena de besos y cómo lo encara cada uno de ellos).

Un título que puede funcionar muy bien ante el público cinéfilo (por todo lo que se ríe del mundillo y de la industria) pero que va de más a menos perdiendo fuelle en su desenlace final en el que parece que la fina ironía termina desbarrando buscando el impacto y forzando la moraleja de una historia que parece ser que hay películas que nunca tienen un final.

"Las ilusiones perdidas" (Xavier Giannoli), un Honoré de Balzac clásico a la par que contemporáneo y vibrante // Perlas

“Las ilusiones perdidas” se erige ya como una de las favoritas de esta edición desde la sección de Perlas. El nuevo largometraje de Xavier Giannoli junta a lo mejor del cine francés con un reto tan ambicioso como difícil, llevar al cine la obra de Honoré de Balzac, un autor tan denso como fiel retratista de la sociedad francesa de su tiempo.

Una mirada que está presente en una novela que Giannoli aborda respetando su clasicismo con una ambientación exquisita y medida, auténtica pero no recargada, jugando con el contraste entre la opulencia de unos y la miseria de otros, con la pertinencia actual de su mensaje ya que más de dos siglos después la historia sigue viva en un mundo de apariencias, banalidades, envidias, egos, fascinación por el éxito fácil y “fake news”.

Lucien es un joven francés que reniega de su apellido paterno, marcado por una vida de pobreza y miseria, soñando con forjar su destino como poeta. Su talento y galanura atrae a una bella marquesa, aburrida en su matrimonio con un hombre mucho más mayor que ella, que se convierte en su mecenas y que huye con él a París donde, no sin dificultades, el joven empieza a hacerse un hueco entre eventos sociales y contactos en el mundo periodístico. La película maneja un ritmo endiablado en sus dos horas y medias creando un conjunto que brilla en el montaje y en el recurso musical de utilizar temas de Bach, Vivaldi y Schubert mientras vemos las veleidades artísticas, oportunidades y engaños que surgen en el camino de este tipo, mucho más inocente y vulnerable de lo que es en una maraña en la que el más mínimo error le etiquetará por siempre en una sociedad marcada por las apariencias y por las diferencias de clases que te hace ser visto como noble o como pobre sufriendo la irradiación de poder quemarse si se acerca uno demasiado al lujo sin la red necesaria para estar protegido pudiendo quedar borrado del mapa con facilidad a nivel de consideración para los demás si uno se convierte en alguien incómodo para quien mueve los hilos.

“Las ilusiones perdidas” mantiene el espíritu de la obra de Balzac pero está presentada en una sugerente combinación de elementos definitorios en cintas como “Amadeus” (1984), “El lobo de Wall Street” (2013) o “Martin Eden” (2019). Una obra magnífica, imponente y muy entretenida que subyuga y deja su mensaje de reflexión en una sociedad tendente a moverse en los patronos característicos que han movido al ser humano y que no son otros que la sed de poder, la ambición y el deseo de culto al ego así como las pasiones que les rodean bien sean artísticas como puramente físicas mostrando además el poder de la crítica para generar corriente de opinión en favor de los intereses de cada momento, como se ve en un impagable diálogo en la redacción del periódico (un oasis de libertad rebelde en la que un mono es capaz de decidir cuál es la próxima novela sobre la que se escribe) en la que se muestra, según el filtro con el que se enfoque, como un adjetivo positivo sobre una obra puede transformarse en negativo con suma facilidad así como la irrelevancia y caducidad casi instantánea de una prensa escrita que envolverá alimentos al día siguiente. A ello contribuye un reparto entregado con Benjamin Voisin, Cécile de France, Vincent Lacoste, Xavier Dolan, Jeanne Balibar, André Marcon y Gérard Depardieu.

"Maixabel" (Icíar Bollaín), un puente para la reconciliación // Sección Oficial

“Maixabel” llega como uno de los títulos más esperados de la cosecha española para esta temporada. El nuevo trabajo de Icíar Bollaín se estrenará poco más de un año después de la catártica “La boda de Rosa”, casi un bálsamo en tiempos de pandemia, pero si algo ha demostrado la directora es la variedad de una filmografía siempre interesante y pocas veces previsible en la que siempre hay algo nuevo que contar. 

Ahora siendo el caso de la violencia terrorista de ETA que ha asolado a España durante tantas décadas y sobre la que, a pesar de que ya ha habido trabajos más que destacables en cine y televisión, todavía quedan aspectos que abordar como es el caso de la memoria de las víctimas y la necesidad de perdón en una sociedad que tiene que intentar salir fortalecida aprendiendo de los errores del pasado para poder seguir adelante.

La historia se centra en Maixabel Lasa justo en el momento en el que una llamada de teléfono le hace tener los peores presagios, el asesinato a manos de la banda de terrorista de su marido, el político socialista Juan María Jaúregui mientras éste departía con un compañero en un bar. La cinta comienza con la tensión del momento, lo que sabemos que va a ocurrir y como ese dolor va impregnando no sólo a la mujer y a la hija de la víctima sino a una sociedad que asiste noqueada a un goteo constante de víctimas en el que nadie parece estar a salvo. En paralelo vemos el dispositivo y la huida del grupo terrorista que sin más preguntas cumple órdenes ejecutorias en base a unas ideas engullidas hace tiempo por el fanatismo.

Años después ya nos encontramos a una Maixabel luchadora que actúa como defensora del recuerdo de las víctimas recibiendo la petición de reunirse con los asesinos de su marido, lo que hará que Maixabel tendrá que debatirse entre el rencor de encontrarse con los que le privaron de su compañero de vida desde los 16 años o intentar tender un puente de entendimiento en pro de un futuro más alentador.

“Maixabel” es una película que sufre cierta frialdad expositiva que aborda de manera analítica y subrayada, y transiciones algo bruscas en los giros de algunos personajes, pero indudablemente eso no parece ser otra cosa que una vía para ir poco a poco calando el sentimiento en el espectador ante el bagaje emocional que encierra un drama colectivo de un país cuyas víctimas todavía tienen que ser oídas, escuchadas y respaldadas mientras sanan unas heridas que pueden cicatrizar pero cuyas marcas llevan a que sea imposible olvidar las más de 800 víctimas que a lo largo de las décadas reunió ETA en su expediente del horror. La historia de Maixabel, así como sus reacciones o la relación con una hija que ha intentado refugiarse creando una nueva familia lejos del País Vasco, transcurre en paralelo con la de Etxezarreta, el terrorista que llevaba el coche ese día y que ve cambiar algo en él ante la mirada de reproche de su abuelo en una de las vistas del juicio así como con el reencuentro con su madre en uno de los permisos de los que dispone.

Blanca Portillo, Luis Tosar y un reivindicable Urko Olazabal dignifican con su trabajo una película valiente, necesaria y profunda en su emoción calculado pero sentido que brota en el encuentro entre ambos personajes y en esa reunión de memoria entre cánticos y recuerdo en el que, por muy difícil que sea, a veces las miradas que se cruzan y las manos que se tienden tienen que ver difuminado su odio y dolor para que al menos esas vidas perdidas no caigan en saco roto fruto del sectarismo o la sinrazón.

"Titane" (Julia Docournau), soledad y vacío entre fuego y alquitrán // Perlas

“Titane” ha llegado a San Sebastián con una Palma de Oro bajo el brazo y dispuesta a dividir ante lo inclasificable de una propuesta que ha encumbrado a Julia Ducournau como una de las realizadoras del momento siendo la segunda en 74 años en conseguir el preciado galardón de Cannes.

“Titane” es cine rompedor y transgresor explotando una estética de luces de neón y derrapes sonoros en los que una música persistente y la función del sonido juegan un papel fundamental en todo momento.

Una experiencia que te deja exhausto siendo la historia de una joven apasionada (desde un punto de vista sexual) de los vehículos que perrea encima de ellos mientras va repartiendo su sed de venganza y rabia frente al mundo con todos los que pilla a su paso. Eso le hará ser perseguida por la policía cambiando su identidad y haciéndose pasar por un joven al cual su padre, un jefe de bomberos, dio por perdido hace 10 años obsesionándose ahora con el hecho de haberse reencontrado con él.

“Titane” es metáfora estilística entre fuego, alquitrán, tatuajes y magulladuras que son los peajes de una vida de dolor para unos personajes rotos que intentan encajar las piezas encontrando lo que les falta en el otro. En este caso el hijo perdido por un lado y por otro una referencia paterna y de protección frente a un mundo en el que, bien desde un género o desde el otro, la identidad de la protagonista se resume frente a los demás en ser “un bicho raro”. Un título radical y nada complaciente que más que ser una gran película lo que sí que hace es adoptar el concepto de un cine liberado, sin complejos y en el que parece que todo vale enarbolando la bandera de la diferencia después de que hasta hace bien poco este tipo de películas vivieran ocultas en programaciones paralelas de festivales de género y que ahora intentan encontrar su hueco codeándose con los grandes títulos del año. El que escribe no encuentra en esta película ni grandes alardes ni méritos más allá de la capacidad de sorprender dejando al espectador a merced de la propuesta, un cuento de terror bañado de drama social y de gran capacidad imaginativa explorando no sólo lo que somos, estando cómodos en ello o no, sino en una de las relaciones paternofiliales más extrañas pero sugerentes vistas en el cine reciente explorando tanto la dureza más descarnada como la ternura más necesaria entre los personajes abordados por Agathe Rousselle y Vincent Lindon.

Julia Ducournau arriesga liberada de prejuicios y termina ganando, con mayores o menos reservas, en su juego de metáfora sobre la aceptación en un mundo de corazones rotos en soledad  conformando una de esas cintas que da que hablar y que dejan imágenes poderosas que no se olvidan como fiel heredera de atmósferas malsanas pero más cercanas a la condición humana de lo que estaríamos dispuestos a admitir conectando con realizadores como David Cronenberg, Takashi Miike y Jonathan Glazer. Cine que nace, se desarrolla y muere en los circuitos festivaleros quedando tras su paso como clásicos de culto contemporáneos.

Nacho Gonzalo

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