Sidney Lumet, la cotidianidad ambigua y marginal de la condición humana

Sidney Lumet, la cotidianidad ambigua y marginal de la condición humana

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Querido Teo:

El pasado 25 de junio de 2024 se cumplían 100 años del nacimiento de Sidney Lumet, uno de los directores más fundamentales del siglo XX. Pocos baches en una filmografía variada como pocas, la mayoría de veces con películas incontestables y en todos los casos un nivel dignidad y efectividad que le hizo ser permeable a los distintos gustos tanto del público como de la industria pero sin renunciar a su personalidad. Talento, ritmo y solidez que no necesitó de factores mediáticos o grandes reconocimientos (la Academia sólo le dio el Oscar honorífico en 2005) para que quedara marcada su gran influencia en el cine usamericano durante más de cinco décadas.

Lumet estuvo trabajando hasta el último día (murió en 2011 a los 86 años) y su cine siempre fue paradigma y fiel reflejo de la esfera social (en ocasiones marginal) de nuestro entorno y de la miseria humana, así como del estamento judicial y policial que nos rige. Dramas judiciales e historias de corrupción policial fueron su especialidad pero también se encargó de adaptaciones teatrales, cine de suspense e incluso probó el musical. Sidney Lumet era capaz de todo y siempre de hacerlo bien, no sólo con rapidez y diligencia sino también con efectividad y profundidad.

Al igual que Robert Altman, John Frankenheimer y Robert Mulligan fue un nombre indisociablemente ligado a la llamada generación de la TV que transitó el cambio de un formato a otro de manera exitosa renovando a su vez un cine que necesitaba no sólo historias más pegadas a la realidad sino personajes que se movieran en grises morales fruto de un tiempo de incertidumbre y frustración. Casi siempre como testigo las calles de una ciudad de Nueva York cuya propia evolución quedó patente durante la filmografía de Lumet.

Además de su rapidez y ritmo en la manera de rodar, lo cual provenía de su tiempo en el teatro y la televisión, la labor de Sidney Lumet como director de actores fue uno de sus fuertes. No sólo sacó lo mejor de los más grandes, con unos rostros que cobraban un brillo especial delante de la cámara de Lumet, sino que 17 de sus intérpretes fueron nominados al Oscar.

Nacido en Filadelfia, sus padres eran el actor judío de origen polaco Baruch Lumet y la bailarina Eugenia Wermus. Se graduó en el Professional Children's School de Nueva York y Lumet se convirtió en actor antes que director. Hizo su debut en el Yiddish Art Theater de Nueva York a la edad de cuatro años y actuó en teatros judíos de Broadway durante la década de los 30 hasta que se estrenó en el cine con la película “One third of a nation” (1939).

En 1947 empezó a dirigir sus propias obras de teatro en el off-Broadway trabajando con promesas como Yul Brynner, Eli Wallach y otros miembros del Actor's Studio. Lumet haría su debut detrás de la cámara al principio de la década de los 50 como director de televisión en la CBS. Durante ese tiempo se acostumbró al ritmo de la emisión en directo, lo que sin duda cimentaría después su forma de trabajar, y durante ese tiempo estuvo detrás de los 150 episodios de la serie "Danger" (1950) y los 26 de "You are there" (1953).

La entrada en el cine de Lumet comenzó de una manera más que prometedora: con el éxito comercial y de crítica de “Doce hombres sin piedad” (1957). Por esta película ganó el Oso de Oro en el Festival de Berlín y obtuvo su primera nominación a los Oscar en la categoría de mejor película, mejor dirección y mejor guión adaptado. La cinta se apoyaba en el texto de Reginald Rose y en un gran plantel de actores a los que Lumet pagó 900 dólares a cada uno.

Todo un clásico de tensión psicológica en un potente alegato en contra de la pena de muerte defendiendo el sentido de justicia que creó escuela con Henry Fonda como voz de la conciencia del hombre íntegro frente a la influencia del prejuicio y del rodillo mediático que brota sobre las fisuras de un sistema judicial cruel e imperfecto y hace mella en unas mentes moldeables. “Doce hombres sin piedad” será para siempre uno de los mejores debuts de toda la historia del cine y un título definitorio para un subgénero al que el director volvió en más de una ocasión.

Sus siguientes títulos fueron “Stage struck” (1958) y “Esa clase de mujer” (1959) los cuales no estuvieron a la altura de su debut, como tampoco lo estuvo la dirección que hizo de Marlon Brando en “Piel de serpiente” (1959) adaptando la obra de Tennessee Williams. A pesar de esos fracasos, la entrada de la década de los 60 supuso una de las épocas más fructíferas de Lumet ahondando en ese pesimismo habitual del director en el que sólo queda la integridad del individuo.

Comenzaría la década con la sólida adaptación del clásico de Arthur Miller “Panorama desde el puente” (1961), a la que seguiría una de sus obras maestras del periodo como fue “Larga jornada hacia la noche” (1962), partiendo de la obra autobiográfica de Eugene O’Neill, protagonizada por Katharine Hepburn, Ralph Richardson, Dean Stockwell y Jason Robards, los cuales consiguieron los premios interpretativos en el Festival de Cannes.

Después de este gran éxito, llegaría un título menor como “Punto límite” (1964), drama sobre la Guerra Fría y el holocausto nuclear protagonizado por Henry Fonda, pero se volvería a recuperar con “El prestamista” (1964), que trata sobre un superviviente del Holocausto que vive en Nueva York y que explica sus experiencias en los campos de concentración. El papel protagonista estaba interpretado por Rod Steiger y el actor consiguió una nominación al Oscar como ese hombre atormentado y lastrado por siempre por su desengaño ante una condición humana de la que ha sido testigo de lo que puede ser capaz.

El director siguió investigando los horrores de la guerra con su posterior proyecto “La colina” (1965), junto a Sean Connery (actor con el que empezaría una fructífera relación profesional). A pesar de todo, Lumet daría un giro en sus registros al siguiente año dirigiendo el drama de clase “El grupo” (1966) y posteriormente el thriller de espionaje “Llamada para el muerto” (1966) con James Mason, Maximilian Schell y Simone Signoret.

La década de los 60 no acabaría tan bien para Lumet como empezó. La comedia “Bye Bye braverman” (1968) y la adaptación de la obra de Anton Chekhov “La gaviota” (1968) fueron grandes fracasos. Tampoco tuvieron mucho mejor aceptación de público y crítica “Una cita” (1969) y "The last of the mobile hot shots" (1970).

El único respaldo que recibió Lumet por aquellos años fue gracias al documental que realizó conjuntamente con Joseph L. Mankiewicz, “King: A filmed record... Montgomery to Memphis” (1970), sobre Martin Luther King y el contexto social de la época. Un trabajo que sería candidato al Oscar.

En 1971 Lumet recibió un respiro con “Supergolpe en Manhattan” (nuevamente junto a Connery). Esta cinta, sin ser nada especial, sí que consiguió un aceptable éxito en taquilla centrándose en las prácticas nada edificantes a la hora de seguir a un grupo de ladrones. Algo que no pasaría con “Perversión en las aulas” (1972) ni con “La ofensa” (1972), con un excelente Sean Connery en un thriller paranoico sobre un asesino de niñas, pero todo ello iba a empezar a cambiar muy pronto.

La desesperanza por la crisis económica, la Guerra de Vietnam y el egoísmo de una sociedad cada vez más individualista se impregna en un cine combativo alineado con la agitación social del momento que llegaría a un punto álgido con “Serpico” (1973), un relato descorazonador sobre la corrupción de la policía de Nueva York cuyas consecuencias sufre el insobornable personaje de Al Pacino que conseguiría el Globo de Oro y sería también candidato al Oscar.

Después de dedicarse a un título menor como “Lovin' Molly” (1974), Lumet presentó la adaptación a la pantalla del clásico de Agatha Christie “Asesinato en el Orient Express” (1974). El resultado fue un exquisito y gozoso “whodunit” con una lista interminable de grandes actores como Albert Finney, Lauren Bacall, Sean Connery o Ingrid Bergman. La película tuvo 6 nominaciones a los Oscar y Bergman ganó su tercera estatuilla en la categoría de actriz de reparto.

Un Sidney Lumet en estado de gracia se desenvolvía en “Tarde de perros” (1975) con sumo magisterio repitiendo con Al Pacino a la hora de contar un atraco fallido en un banco que se erige como retrato de los perdedores y también sobre pertinente mirada a unos medios de comunicación devorados por el morbo convirtiendo cualquier suceso en espectáculo. La cinta consiguió 6 nominaciones al Oscar (incluyendo mejor película, director y actor) ganando Frank Pierson al mejor guión original.

“Network, un mundo implacable" (1976) es para muchos la cinta con la que Sidney Lumet ha trascendido a la cultura popular en una sátira televisiva que muestra la desesperación por un mundo que ya no se es capaz de soportar y que fluye en el ecosistema de un plató de televisión con la crueldad del audímetro como dedo neroniano por mucho que se aporte ante las cámaras experiencia, profesionalidad y oficio.

Nuevamente el cineasta era un adelantado a su tiempo anticipando la influencia de los medios de masas, una telerrealidad que poco a poco tocaría a la puerta y una viralidad manejada por los intereses de los que tienen el poder influyendo en los demás desde su poltrona en forma de medios de comunicación o plataformas, permitiéndose incluso construir su propia verdad. Una banalidad que engulle cualquier episodio de empatía al sufrimiento o alegría a la felicidad.

La película tuvo 10 nominaciones a los Oscar (incluyendo película y director) y ganó en cuatro categorías: mejor actor (Peter Finch), mejor actriz (Faye Dunaway), mejor guión original (Paddy Chayefsky) y mejor actriz de reparto (Beatrice Straight). Por esta película Lumet consiguió su único Globo de Oro de las seis nominaciones que obtuvo durante su carrera.

“Equus” (1977) fue una adaptación a la pantalla de la polémica obra de teatro de Peter Shaffer y por la cual Richard Burton y Peter Firth estarían nominados en los Oscar. De todas maneras, la película no fue tan bien acogida como sus anteriores títulos. Las cosas fueron a peor con “El mago” (1978), que sería un fracaso de crítica y taquilla. Tampoco tendría mayor éxito “Dime lo que quieres” (1980) sobre una performance de Alan King. Eso sí, nuevamente, y como fue característico en su filmografía, el bueno de Lumet sabría volver a remontar el vuelo.

Lo hizo volviendo a dos de sus temas habituales. En “El príncipe de la ciudad” (1981) se centra en un policía de Nueva York que acepta colaborar con asuntos internos para sacar a la luz diversos casos de corrupción; pero lo hace con una condición: no delatar a sus compañeros. Algo que no será nada fácil y por la que conseguiría nominación al Oscar al mejor guión adaptado.

El otro tema recurrente en el que volvía a fijarse, con una madurez que siempre demostró pero aquí con el poso de la experiencia, fue “Veredicto final” (1982) con Paul Newman, James Mason, Jack Warden y Charlotte Rampling, una de las películas más recordadas de Sidney Lumet que le valió su cuarta y última nominación al Oscar como mejor director gracias a la historia de un abogado que quiere volver a ser tenido en cuenta, tras caer en desgracia por el alcohol y su mala cabeza, en un caso sin resolver sobre un error médico aportando tesón e indignación frente a la injusticia.

Los siguientes títulos del director volvieron a caer en la mediocridad. Entre ellos, se encuentra el polémico drama “Daniel” (1983) con Timothy Hutton, una de las películas preferidas del director, sobre la historia de dos jóvenes ejecutados por espionaje durante la época de la Caza de Brujas. A ella, siguieron la comedia “Buscando a Greta” (1984), “Power” (1986) y “A la mañana siguiente” (1986).

Al final de la década de los 80 y los 90, su actividad se fue poco a poco espaciando en el tiempo teniendo poca repercusión. No lo merecía "Un lugar en ninguna parte” (1988), historia sobre una familia que tiene que huir del FBI porque los padres (Christine Lahti y Judd Hirsch) cometen un atentado a un laboratorio de napalm en 1971 en protesta por la Guerra de Vietnam.

Después, llegarían títulos como es el caso de “Negocios de familia” (1989) con Sean Connery, Dustin Hoffman y Matthew Broderick o “Distrito 34: corrupción total” (1990) con Nick Nolte, Timothy Hutton y Armand Assante. En los 90 realizo “Una extraña entre nosotros” (1992), “El abogado del diablo” (1993), "La noche cae sobre Manhattan" (1996), “Gloria” (1999), remake de la película de John Cassavetes con Sharon Stone, o "Declaradme culpable" (2006), sorprendiendo por el giro en su carrera (de manera puntual) que le brindó a Vin Diesel.

Aún quedaba un último arrebato de talento con la rotunda "Antes que el diablo sepa que has muerto" (2007), tragedia griega familiar cuya trama gira en torno a dos hermanos que organizan el robo de la joyería de sus propios padres, pero el plan no resulta tan perfecto como estaba previsto. Uno de los ejercicios más sólidos y crudos del cine reciente con la familia como núcleo de recelos, envidias y secretos con un cuarteto de actores (Philip Seymour Hoffman, Ethan Hawke, Albert Finney y Marisa Tomei) en estado de gracia.

Sidney Lumet no necesita encabezar el listado de grandes directores de todos los tiempos del que forman parte nombres más mediáticos y que se repiten casi de manera automática. Sólo por hacer un repaso por sus películas uno entiende que sin su labor el cine de las últimas décadas hubiera sido mucho menos interesante y más plano. Alguien creativo, lúcido, polivalente y profundo que supo entretener, ser crítico y hacernos reflexionar aunando la evasión con la denuncia y la reflexión siempre fiel a un estilo propio que era tan permeable como personal.

Nacho Gonzalo

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