"Tres plumas blancas"

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La pluma blanca como símbolo de cobardía, supuestamente procede de la creencia de que si un gallo tiene una pluma blanca en la cola será un mal peleador. Los gallos de pelea de pura raza no tienen plumas blancas, por lo que su presencia indica que el gallo es un mestizo inferior. Con este significado utilizó este símbolo A.E.W. Mason en su novela más popular, ambientada en la era Victoriana, "Las cuatro plumas", una fuente de inspiración para Hollywood, donde la han adaptado por lo menos en siete películas.

Título: "Tres plumas blancas"

Autor: Jaqueline Winspear

Editorial: Maeva

En un tranvía londinense una joven toca el hombro del chico que va sentado delante. Éste se gira y la muchacha le da una pluma blanca. El joven entonces atiza una bofetada a la chica con el libro que va leyendo. Es un caso verídico, no único, que ocurrió hace unos cien años y que sólo entendería de inmediato un anglosajón o un cinéfilo empedernido capaz de recordar alguna de las películas inspiradas en una epopeya nacionalista, tituladas casi todas "Las cuatro plumas", la versión más reciente estrenada en 2002.

El escritor Compton Mackenzie, soldado en la I Guerra Mundial, lamentó la actitud de la Orden de la Pluma Blanca; creía que... «estas jóvenes idiotas usaban plumas blancas para deshacerse de los novios de quienes estaban cansadas». El pacifista Fenner Brockway afirmó que recibió tantas plumas blancas que tuvo suficiente para hacer un abanico.

Las plumas blancas son el motor del segundo libro de Jaqueline Winspear y el segundo caso de su personaje, Maisie Dobbs, una investigadora privada en Londres, cuando algunas mujeres accedían a un trabajo semejante gracias a un cambio en la ley del divorcio, que creó un boom de la profesión y la conveniencia de contar con "lady detectives" que siguieran a potenciales infieles.

"Maisie Dobbs recogió los papeles que tenía en el escritorio en un montón ordenado y los metió en una carpeta de papel manila, cogió la pluma estilográfica de W.H. Smith de color verde que imitaba las vetas del mármol y escribió en el anverso el nombre de sus nuevos clientes: el señor Herbert Johnson y su esposa, a quienes preocupaba que la prometida de su hijo pudiera haberles engañado sobre su pasado. Era el tipo de caso fácil que le proporcionaría referencias útiles y que podría cerrar acompañado de su correspondiente informe y de la factura por sus servicios. Pero para Maisie la información relativa al caso no quedaría archivada por completo hasta que aquellos cuya vida se había visto afectada por su investigación estuvieran en paz con lo que había descubierto, consigo mismos y con los demás implicados, dentro de lo posible. Un rizo de pelo negro azabache le cayó sobre los ojos mientras escribía. Suspiró y se lo colocó de nuevo en el moño que llevaba en la nuca. De repente, dejó la estilográfica sobre el protector de escritorio, se liberó de nuevo el molesto mechón y se acercó al espejo grande que colgaba de la pared, encima de la chimenea. Se soltó el pelo largo y se lo metió por dentro del cuello de la blusa de seda blanca, que le quedaba a unos dos centímetros de la mandíbula. ¿Le quedaría bien el pelo más corto?

Se miró de un lado y de otro varias veces y se levantó el pelo una pizca. Llevarlo más corto le ahorraría unos minutos de su preciado tiempo cada mañana, y no se le soltaría del moño cada instante ni le caería sobre los ojos. Pero había algo que la retenía. Se levantó el pelo y giró la cabeza. ¿Se le vería la cicatriz? ¿Con el pelo más corto quedaría a la vista la marca de piel amoratada y protuberante que dibujaba una línea desde el cuello y se adentraba en la zona sensible del cuero cabelludo?".

Maisie aspira a más que los rutinarios seguimientos. Su destino era el servicio en una mansión de nobles acomodados, pero su curiosidad, interés y la comprensión de la familia de la casa, le permiten formarse y afinar una intuición emocional que pocos hombres tienen en el oficio. Maisie nació en los años finales del siglo XIX y cuando estalla la I Guerra Mundial tiene la edad suficiente para colaborar como enfermera en el frente. Nadie salió indemne de los que lucharon y Maisie tampoco. La herida exterior es una cicatriz; las heridas interiores tampoco faltan.

Ya han pasado algunos años desde el final de la Gran Guerra, pero no los suficientes como para olvidar que, en el verano de 1914, el almirante Charles Fitzgerald había fundado la Orden de la Pluma Blanca con el apoyo de la popular e influyente escritora Sra. Humphrey Ward.

El objetivo de la organización era avergonzar a los hombres para que se alistaran en el ejército proponiendo a las mujeres que entregaran una pluma blanca a todos los jóvenes que vieran sin uniforme. Aunque se reclutaría a ambos sexos, solo los hombres estarían en la primera línea, se enfrentarían al "verdor terrible".

La ayuda permanente de sus mecenas ha permitido a Maisie alquilar un despacho en una calle de Londres, lo bastante barato y lo bastante decente para que la placa de bronce de la puerta que la anuncia como investigadora y psicóloga resulte coherente, y donde no falte un teléfono que a esas alturas de siglo no hay, ni mucho menos, en todos los domicilios.

"Maisie alargó el brazo para levantar el auricular.

— Fitzroy cinco, seis, cero, cero.

— ¿Podría hablar con la señorita Maisie Dobbs, por favor?

— Al aparato. ¿En qué puedo ayudarla?

— Soy la señorita Arthur, la secretaria de Joseph Waite. El señor Waite la está esperando.

— Buenos días, señorita Arthur. Acabo de recibir la carta que me ha traído un mensajero.

— Estupendo. ¿Puede venir hoy a las tres? El señor Waite la recibirá a esa hora y la reunión durará treinta minutos.

Le temblaba la voz ligeramente. ¿Tanto respeto le infundía su jefe?

— Perfecto, señorita Arthur. Mi ayudante y yo estaremos ahí a las tres.

 Maisie miró el reloj de plata que llevaba prendido en la solapa de la chaqueta como si fuera un broche. Se lo había regalado Lady Rowan cuando abandonó Girton College para trabajar como enfermera voluntaria en el Hospital Real de Londres, dentro del Destacamento de Ayuda Voluntaria, durante la Gran Guerra. Había dado bien la hora desde el momento en el que se lo prendió al uniforme. Le había funcionado a la perfección cuando estuvo atendiendo a los heridos en la Estación de Evacuación de Heridos en Francia, y de nuevo cuando se ocupó de cuidar a los pacientes que sufrían neurosis de guerra a su regreso al Reino Unido. Y cuando terminó los estudios en Girton, el reloj se había sincronizado en numerosas ocasiones con el reloj de bolsillo de Maurice Blanche durante el tiempo que trabajó para él como ayudante. Aún tenía que servirle unos años más".

La aparición sucesiva de varias personas asesinadas de forma tan violenta como extraña, pone a Maisie tras las huellas de una historia dolorosa, difícil de probar y que la recién creada policía de homicidios en Scotland Yard no parece capaz de comprender, porque se queda con una primera impresión, tal vez como tú has podido hacer leyendo hasta aquí.

Jacqueline Winspear oculta lo necesario para conducirnos hasta el final sin que podamos desvelar el misterio, ni, aunque creamos haber adivinado, las claves de los crímenes. Añade además una sensibilidad a su protagonista que no es muy habitual, pero si coherente con una mujer de origen popular, consciente de sus privilegios, empática, valiente, que sabe analizar los escenarios de crímenes y a los cadáveres, siguiendo las enseñanzas de uno de los primeros forenses "modernos"; el patólogo que ideó en 1910 el kit para pruebas que contenía guantes, pinzas, bolsas de pruebas, lupas, una regla, una brújula y bastones de algodón, y que debían llevar todos los detectives de la policía.

Carlos López-Tapia

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