"Un amor"

"Un amor"

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El argumento: Tras huir de su estresante vida en la ciudad, Nat, de 30 años, traductora para inmigrantes, se refugia en el lluvioso y recóndito pequeño pueblo de La Escapa, en la España rural más profunda. En una casa de campo destartalada, con un perro callejero como único apoyo frente a la jauría de personas que le rodea, la joven intentará reconducir su vida. Tras lidiar con la hostilidad de la persona que le alquila la casa y la desconfianza de los habitantes del pueblo, Nat se ve obligada a aceptar una inquietante proposición sexual que le hace su vecino Andreas. Este extraño y confuso encuentro dará lugar a una pasión obsesiva y desbordante que envolverá por completo a Nat y la hará cuestionarse el tipo de mujer que cree ser.

Conviene ver: “Un amor” es la historia de Nat (Laia Costa), una mujer que se muda a vivir en el campo (esto ya nos suena de algo en el cine español reciente) y con la que Isabel Coixet retrata los conflictos y desventuras continuos con los vecinos del pequeño pueblo en el que vive. Es cierto que es complicado conseguir hablar de esta película sin desvelar nada de sus constantes sorpresas y emociones encontradas ya que la película es un continuo no parar a la hora de mostrar una relación tan asfixiante como turbadora, tan primaria y reparadora como enfermiza y destructiva, entre dos personajes a la deriva que buscan encontrar algo de paz en una burbuja que se sólo pertenece a ellos y en la que, por un momento, pueden olvidarse de las heridas del pasado y de un mundo nada amigable en el que no se sienten comprendidos.

Basada en la obra de Sara Mesa, parte de la conversación que ha generado ha sido a partir de las diferencias entre la obra original y la misma; Coixet decide alimentar y encaminar un camino singular y propio, con un riesgo constante a perder al espectador y jugando en una fina línea moral en la que su protagonista se mueve. Un personaje que está perdido, que es inseguro y prácticamente inexplicable, incoherente, y que toma algunas decisiones que pueden llegar a violentar enormemente al espectador a partir de su llegada a esa casa destartalada y llena de goteras, ruidos y vecinos metomentodos que se permiten juzgar sin saber mientras miran por encima del hombro en un entorno rural de todo menos idílico. Todo esto sostenido en una interpretación de Laia Costa que arriesga y cada uno decide si gana; lo que está claro es que es una interpretación con muchos matices, muchísima intensidad y harto complicada.

A la misma le acompañan diferentes personajes que, de forma aparentemente intencionada, están diseñados con una brocha gorda que pretende visualizar una sociedad española que muestra lo peor de sí y que va desde los intransigentes machistas y abusadores, los vecinos tan pijos y amables como egoístas y condescendientes, a los mezquinos e hipócritas falsos aliados que sobre una fachada de hippy comprensivo pretenden ser hombro sobre el que llorar con nada desinteresadas intenciones. Coixet vuelve a arriesgarse mostrando clichés que algunos funcionan más que otros, lo que hace bordear la caricatura, pero que sí que sirven para encontrar unas emociones diferentes en cada personaje que son muy literales y palpables. Pero cierto es que el más destacado sin duda es el personaje de Andreas, interpretado por Hovik Keuchkerian que realmente es un casting acertadísimo, en el que de una forma muy física tiene una presencia que realmente abruma y oprime al espectador ¿y al personaje protagonista? con su espíritu solitario e incómoda franqueza.

La película se mueve en esos grises entre la confusión, la dependencia o el deseo, en ese trueque que no se sabe qué punto tiene de liberador y qué de descenso a los infiernos, creando situaciones entre lo cómico (sí, esto es así) y lo repugnante, entre lo emocionante e inentendible, creando una incomodidad e incomprensión en el espectador que duda en dónde posicionarse. Es muy importante toda la intencionalidad por parte de la directora, a la hora de mostrar sutilmente esos pequeños gestos invasores y patriarcales tan reconocibles en la sociedad de hoy en día y que no necesitan formularse en una violencia explícita o física, en el que hay un uso muy consciente del aspecto que va cambiando entre el 1:33:1, el 4:3 y la pantalla completa, que busca y consigue una reacción tremendamente visceral, juzgando cada uno si esto es algo que convierte a la película en mejor o peor.

Una historia valiente y arriesgada que, a pesar de cierta impostura, tiene la capacidad de remover al espectador y hacerle pensar mostrando el dolor descarnado y soterrado de lo que vive y siente una mujer por el hecho de serlo y estar sola a merced de un lugar áspero y opresivo (contribuyendo esa pantalla cuadrada) lleno de micromachismos, que van calando y hundiendo poco a poco, frente al que tiene que luchar mientras también lo sigue haciendo frente a ella misma en el que como respuesta a tanto drama no se resiste a que, quizá, en el futuro, haya algo de esperanza porque sólo quede ir hacia arriba cuando parece que se ha tocado fondo. Eso sí, aunque Isabel Coixet cumpla el reto decir que algunos de los elementos que introduce Coixet respecto la novela (los refugiados o el baile liberador final) no hacen más que descolocar y dejar con una sensación de estupor respecto al tono general de la cinta.

Conviene saber: Mejor interpretación de reparto en el Festival de San Sebastián 2023.

La crítica le da un SEIS

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