Cine en serie: "Mindhunter", el estudio de la ciencia del crimen en los asesinatos de Atlanta

Cine en serie: "Mindhunter", el estudio de la ciencia del crimen en los asesinatos de Atlanta

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Querido Teo:

"Mindhunter" ha vuelto a Netflix con una segunda temporada que ha demostrado porqué es una de las mejores series de la cosecha reciente creando una imagen de marca para una plataforma que ha encontrado un buen nicho, dentro de toda su amplia oferta, en el “true crime” del que esta serie es mascarón de proa sobre otras producciones y trabajos documentales. La serie ha explorado nuevas mentes perversas, mecanismos del mal y crisis de ansiedad dentro de la unidad de ciencias del comportamiento criminal impulsada por el FBI que sigue los pasos del llamado “asesino en serie”.

Tras ya conocer a los personajes de la serie y sus principales puntos fuertes, la intuición de Holden Ford, el pragmatismo de Bill Tench y el análisis de la doctora Wendy Carr, la trama se sitúa en el punto en que terminó la anterior como fue la crisis de ansiedad sufrida por un Ford ante su absoluta implicación personal en las entrevistas y vivencias con esos asesinos carnes de presidio, especialmente el magnético Edmund Kemper interpretado por Cameron Britton, única nominación que consiguió la serie en los Emmy 2018. Con la estabilidad de la unidad en juego, y con el apoyo incondicional del nuevo jefe en Quantico, Tench y Ford tendrán que estar más unidos y compenetrados que nunca para llevar el resultado de las investigaciones a buen término, especialmente ahora que tienen el interés y los focos de políticos, jueces y gobernantes en referencia a la labor que llevan a cabo y ya alejados de la clandestinidad y del cuartucho en el que trabajaban durante la primera temporada.

“Mindhunter” ha ganado en peso narrativo manteniendo su característica atmósfera impregnada por un David Fincher que vuelve a ponerse detrás de los tres primeros capítulos, los que ponen las cartas sobre la mesa en una temporada que se mueve en varios ámbitos siendo el principal las investigaciones de los crímenes de Atlanta, los 28 asesinatos de afroamericanos, incluyendo niños, adolescentes y adultos, que tuvieron lugar entre 1979 y 1981 imprimiendo una temática racial revisionista a la que el cine y la televisión en USA cada vez presta más atención. Y es que conforme avanza la temporada el caso de Atlanta cobra más importancia tanto en la trama como en el interés de los medios que ponen el interés cada vez más en él conforme va incrementándose el número de cadáveres y desaparecidos.

La burocracia del sistema, entre jurisdicciones y responsabilidades compartidas, así como el cerco que se estrecha entre chivatazos y sospechosos conforma el núcleo duro dramático de una temporada que, al igual que la primera, no ha necesitado de morbo ni imágenes escabrosas para transmitir incertidumbre, inquietud y desazón ante las peores vertientes que puede dar de sí la condición humana.

Y es que, aunque se dio por cerrado el caso, ante la presión que recibía la policía y la inquietud de una ciudadanía en pánico obligada a vivir en el toque de queda, centrándose en un principal sospechoso que fue condenado por la muerte de las dos víctimas de mayor edad, pero indirectamente de todas las demás, los crímenes de los niños de Atlanta es uno de los episodios que todavía dejan una neblina de misterio dentro de la Historia criminal de Estados Unidos. Y es que, aunque la serie centre su segunda mitad casi en exclusiva al desarrollo de las investigaciones en Atlanta, abrazando el lado procedimental, la dosificación y claridad con la que se cuenta abraza el estilo del mejor Fincher haciendo sencilla las complejidades de este hecho que tuvo una gran repercusión social, no sólo ante la inquietud de la ciudadanía de raza negra, sino ante la circunstancia de que el agente del FBI John E. Douglas (en el que se inspira el personaje interpretado por Jonathan Groff) declarara incluso a la revista People su certeza de que por el “modus operandi” y su facilidad para entrar en contacto con las víctimas no había duda de que el asesino tenía que ser un hombre negro, entre veinte y treinta años, y que a buen seguro ofrecía un reclamo (en este caso el condenado Wayne Williams se hacía pasar por manager musical y fotógrafo) para despertar interés en unos jóvenes que malvivían por las calles de la ciudad sin muchas esperanzas de futuro.

Además de Wayne Williams, que cumple condena por dos de los crímenes de Atlanta, en esta nueva temporada ha habido hueco también para el narcisista David Berkowitz (conocido como “El hijo de Sam”), el ambiguo Paul Bateson (que se movía en los suburbios de los barrios gays del Manhattan de los 70) y el lúgubre Dennis Rader (el enigmático personaje que aparecía en la primera escena de cada capítulo durante la primera temporada). Además del reencuentro también con Kemper, un guiño al asesino más carismático de la primera temporada y fruto de las obsesiones y fantasmas de Ford, se puede decir que ambos agentes han tocado techo entrevistando a Charles Manson, encarnado por el mismo actor que le da vida años antes en “Érase una vez en… Hollywood”, Damon Harriman, el líder de esa secta de jóvenes aburridos e influenciables que se aprovechó de la volubilidad de éstos a través de su charlatanería y evocaciones de un mundo mejor y etéreo pero siempre sin mancharse las manos y encargándose de romper el sueño americano a golpe de cuchilladas y derramamiento de sangre. Y es que el mal no sólo se refleja en el asesinato sino en la perversión y manipulación de las mentes débiles para abocarlas a ello.

En una serie no dada a sensibilidades, y ante la frialdad del análisis científico del comportamiento, no se ha querido perder la oportunidad de explorar la vida personal de Bill Tench y Wendy Carr (especialmente la sexualidad de ésta al iniciar una relación con una camarera de bar con más mochilas en la espalda que las que presume su desinhibido carácter) teniendo en cuenta que la recuperación de Holden se ha sustentado en centrarse en el trabajo y en la moral recibida por parte de la nueva dirección del FBI quedándose atrás el episodio que estuvo a punto de expulsarle del cuerpo ante su cuestionable praxis.

Tench ha estado al borde del infarto entre continuos viajes de avión, whiskys en vena y la tensión familiar ante el comportamiento (cada vez más extraño y asocial) de Brian, el hijo adoptado de él y su mujer Nancy. Y es que la sombra de la duda de si están criando a una mente perturbada que desembocará en un futuro asesino neutraliza a un impotente Tench que no sabe qué hacer para enderezar la situación tanto de la futura personalidad de su hijo como la de un matrimonio cada vez más erosionado por esta circunstancia, así como el sentimiento de culpa y las largas ausencias de él debido a un trabajo absorbente.

Sin estar todavía confirmada, la continuidad de “Mindhunter” sigue en el aire sobrevolando la sombra de la escasa longevidad que tienen producciones de este tipo en la plataforma. “Mindhunter” nunca será un fenómeno (como sí lo son “The crown” o “Stranger things”) pero sí que construye una imagen de marca de calidad y de inteligencia orientada a un público adulto que degusta más que consume compulsivamente. La serie creada por Joe Penhall, e inspirada en las investigaciones de  Robert Ressler y John E. Douglas, merece seguir adelante ya que, aunque el caso de Atlanta haya quedado narrado de manera rigurosa y se haya cerrado a nivel de trama, hay muchas más conversaciones y casos pendientes para que el estudio científico de Ford y Tench llegue a buen puerto.

Y es que tras el trabajo de campo viene la tesis doctoral, y al igual que la jurisprudencia crea doctrina, todavía queda ver la influencia y legado que de manera pionera estas investigaciones contribuyeron al estudio del concepto de asesino en serie atreviéndose de manera fundamental en ir por delante de los pasos de una mente bañada de vileza, traumas, complejos, ego y venganza.

Nacho Gonzalo

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