"Tenet"

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El argumento: Armado con tan solo una palabra, Tenet,  el protagonista de esta historia deberá pelear por la supervivencia del mundo entero en una misión que le lleva a viajar a través del oscuro mundo del espionaje internacional, y cuya experiencia se desdoblará más allá del tiempo lineal.

Conviene ver: "Tenet" llega al rescate en un año famélico para la cartelera ante la pandemia y el miedo de los grandes Estudios a estrenar en salas estos meses. Ha sido el empeño del director, bajo el amparo de Warner Bros., el que ha permitido que la película haya llegado como colofón a un verano tan aciago sacando pecho con sus 200 millones de presupuesto. Christopher Nolan se ha levantado frente a las dificultades y se erige como un prestidigitador que hace lo que quiere con las herramientas de las que dispone, jugando al máximo con los límites del cine como espectáculo, y que alcanza su culmen máximo con un prólogo magistral, que es de lo mejor que ha rodado, y la capacidad de que la pantalla logre ser una cápsula de tiempo en la que confluyan a la vez pasado, presente y futuro, algo que le preocupa en una filmografía en la que siempre ha abrazado otros temas como la soledad, el amor, la perdida, la culpa, la obsesión y el azar. Eso sí, en este caso la pirueta no termina de salir redonda ya que Nolan se ahoga en un thriller de espionaje, con capas y reversos propios de la ciencia ficción, que termina siendo confuso, estruendoso y en el que no logra emerger el poso emocional de la historia, si en realidad existe eso, atrapado como está entre tanta parafernalia y ante la poca sustancia de un argumento nimio que asfixia a unos personajes que no son más que marionetas al tuntún con más cliché que contenido, arrebatados de toda personalidad, como demuestran a la hora de nombrarse entre ellos y utilizar unos diálogos ampulosos e imposibles propias de un director mecánico que funciona mejor en la forma que en el fondo. Es el ejemplo de un John David Washington al que se le ha privado ese carisma desbordante de “Infiltrado en el KKKlan” y que debe de sostener sobre sus hombros el peso de la película como una especie de héroe solitario quimérico y sin rumbo, un agente de la CIA que es un “verso libre”, o una Elizabeth Debicki que sólo puede aportar presencia de “femme fatale” con aire hitchcockiano y enigmático y que tiene una de las peores líneas de diálogo escritas por el director en su reacción cuando se le dice que va a haber una destrucción mundial. Los que mejor parados salen son Robert Pattinson, eficaz y entregado como científico segundo de a bordo en la aventura, así como un Kenneth Branagh como villano megalómano con acento ruso que parece ser el que mejor se lo pasa con un personaje paródico que desencadena una III Guerra Mundial con el peso del tiempo como protagonista ya que ese será tanto el problema, el arma, el vehículo y la clave paradójica para evitar la destrucción. Eso sí, no pueden ir todos mejor vestidos.

Una película ambiciosa y ampulosa, sobre la simetría de las leyes de la física avanzando y retrocediendo en el tiempo y el poder de la entropía en ello, que busca dejar al espectador anonadado pero en la que Christopher Nolan, además de repetirse recuperando temas de “Memento” y “Origen”, está tan pagado de sí mismo que quema todas las naves en una pirotecnia intencionada compleja, desbordante y aturullada llenando de complejidad una propuesta que no necesita de ello para ser mejor y convencer ya que, si bien dejará a algunos fans de Nolan algo desubicados por lo complicado de seguirla, desde luego acentuará todo lo que le achacan sus detractores. El director ha hecho su propia versión de la iconografía de James Bond pero imprimiéndola de temas trascendentales como el legado, la posteridad, el sentimiento del amor o la amistad como motor emocional, la necesidad del cambio frente a un pasado prefijado y el peso del recuerdo a través de paradojas temporales y del contraste entre la construcción y el caos, lo que emerge y lo que se destruye frente a una sociedad contemporánea en la que todo sigue igual sólo que con parches. La capacidad de inventiva de Nolan llega a un escalón más con unas “set piece” de escándalo y un montaje apabullante y orquestado con mano de hierro por una Jennifer Lame que ha cogido el testigo con fuerza y que hace que no se eche de menos al habitual Lee Smith, bregado como estuvo en el “1917” de Sam Mendes, quizás no estando tan atinado un más ruidoso que atmosférico Ludwig Göransson que tuvo que sustituir en la música a un Hans Zimmer ocupado con “Dune” de Denis Villeneuve.

“Tenet” es un desafío lleno de excesos en el que Nolan va a por todo pero el ritmo, la ambición y escenas tremendas y rodadas de manera catedralicia no lo son todo quedando aquí, de manera más evidente, la falta de alma frente a tanto caudal desbordante de cinematográfia rendida al concepto más determinante de blockbuster filosófico bañado en esta ocasión de teorías termodinámicas, palíndromos y movimientos hacia atrás. Falta emoción y mayor equilibrio en que la rotunda fuerza de la técnica se preocupe más del drama que subyace ya que, en realidad, el público tiene que llegar un momento en el que tiene que asumir el tirar la toalla a la hora de encajar las piezas y simplemente dejarse llevar por el espectáculo y por las buenas ideas visuales que llevan a escenas poderosas, rotundas, cómo la de los catamaranes, la del Boeing 747, el final que se compara con la partida de paintball más cara de la historia o el epílogo, o el simbolismo en el que sólo el color de un brazalete marca el destino e identidad de los personajes. Christopher Nolan ha jugado más que nunca a ser George Méliès, frente a una época crepuscular y de ocaso, como creador de mundos con un artefacto que es un canto al cine como show desmontando los clichés de un clasicismo en el que la estética “noir” de la historia que homenajea y reinventa no es más que la punta de un iceberg de un arte que aquí desmonta la pedantería elevada para erigirse como puro entretenimiento y evasión durante dos horas y media en un cubo de Rubik difícil de encajar pero que garantiza comunión cinéfila frente a la pantalla y un encendido debate de interpretaciones, detalles y MacGuffin que mantendrán bien viva para el público de hoy a esta cinta durante los próximos años. Y es que quizás sea su carácter indescifrable sea su gran valor pero también una condena para la filmografía de un realizador en la que ha explotado tanto el nivel de mercurio que, sin posibilidad de término medio, ahora sólo puede aspirar a repetirse o a reinventarse ante el agotamiento al que está llevando su fórmula de grandilocuencia desmedida. Que sea un espectáculo recuperar el hábito en salas con una propuesta como ésta no lo justifica todo. Como dice uno de los personajes, no es una película para entenderla, sino para sentirla.

Conviene saber: Christopher Nolan ha logrado estrenar la película en salas recuperando el concepto de acontecimiento tras todos sus retrasos y esperando con ello recuperar el hábito de los espectadores que, por lo general, parecen refugiarse en los cines únicamente en acontecimientos y reclamos como todo lo asociado al cine del director.

La crítica le da un SIETE

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Xan
Xan
3 años atrás

Una pregunta ¿cómo se puede deducir de una película que el autor es una persona pagada de sí misma? ¿es biográfica? ¿es un documental sobre su vida? A ver si vamos dejando de una vez de hacer racionalizaciones a posteriori de las obras de la gente para intentar ver no sé que cosas que queremos ver.

Señor Kubelik
Señor Kubelik
3 años atrás

Un bodrio, que solo el hecho de ser la autocoronada salvadora del “cine proyectado en cine” (valga la redundancia) puede llevar a que alguien la defienda. Le podéis buscar los tres pies al gato, pero la película no cuenta nada, y encima lo poco que cuenta lo hace realmente mal. La complejidad narrativa no se puede comparar con la diarrea narrativa del Señor Nolan. Un horror.

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