Hollywood canalla: Elizabeth Taylor y Richard Burton, la pareja más escandalosa de Hollywood
Querido primo Teo:
Estamos en una época en la que las estrellas viven continuamente pretendiendo ganarse el perdón de los verdugos de las redes por si son de los primeros de la élite en caer si hay una revolución la semana que viene. Hace sesenta años el mundo también estaba al borde de la implosión. La crisis social, los movimientos en defensa de los derechos civiles y la revolución cultural trataron de derribar los cimientos para construir algo nuevo que nunca llegó del todo. En aquel momento hubo una pareja que supuso una revolución a nivel sociocultural, estableciendo una nueva era en torno al mundo de las celebridades. Fue la formada por Elizabeth Taylor y Richard Burton quienes lograron poner de acuerdo a conservadores y revolucionarios, ambos grupos dominados por la moral más estricta, que condenaron a una pareja que hizo del exceso su seña de identidad.
Durante el rodaje de "Cleopatra" (1963), la mastodóntica producción de la 20th Century Fox, llegó el momento en el que el puritanismo se puso su mejor traje. Cuando Elizabeth Taylor llegó a los brazos de Richard Burton ya era la mayor estrella de Hollywood, algo que había conseguido gracias a su increíble fotogenia, destacando sus ojos de color violeta, y su capacidad para sumergirse en los papeles más desafiantes, sabiendo dar lo mejor de sí cuanto más al borde del colapso estuviera su personaje.
La Taylor saltó a la fama siendo tan sólo una niña, formando parte de la nómina de la Metro-Goldwyn-Mayer, teniendo a la industria bien acostumbrada a su divismo, y alimentaba a la prensa con una vida sentimental marcada tanto por la desgracia como por el escándalo.
Sufrió la violencia de su primer marido, Conrad Hilton, la muerte en accidente de aviación de su tercer esposo, el productor Michael Todd, y durante su duelo encontró al cuarto, el cantante Eddie Fisher, que estaba casado con su gran amiga Debbie Reynolds. Su estatus le llevó a firmar un importante contrato con la 20th Century Fox, valorado en un millón de dólares, para protagonizar “Cleopatra” que tuvo uno de esos rodajes que alimentaron a la leyenda de Hollywood.
Además del inicio de su relación con Richard Burton, incluyó el cambio del reparto, dirección, país de rodaje y una neumonía que estuvo a punto de llevarle a la muerte. Le dejó una preciosa cicatriz en la garganta que fue la joya más reluciente que lució cuando recogió el Oscar a la mejor actriz por “Una mujer marcada” (1960).
A diferencia de Elizabeth Taylor, que era una niña malcriada entre los algodones de Hollywood, Richard Burton conoció la pobreza más absoluta en su Gales natal y su talento le salvó del arroyo. Llegó al rodaje de “Cleopatra” prácticamente de rebote cuando el actor Stephen Boyd abandonó el proyecto. Burton ya era considerado un intérprete prestigioso, la mezcla perfecta entre el clasicismo de la escena británica, se le veía como el relevo de Laurence Olivier, y el rupturismo del nuevo Hollywood, gracias a un espíritu indómito y su magnetismo.
Ya había ganado un premio Tony por el musical “Camelot” y poseía una de las voces más irresistibles que podían escucharse. Si Elizabeth Taylor estaba casada con Eddie Fisher, Richard Burton lo estaba con la actriz Sybil Williams, madre de dos de sus hijas, que había consentido sus aventuras con algunas de sus compañeras de reparto, entre ellas Claire Bloom.
La mujer más bella de Hollywood, una de las pocas que realmente disfrutaban de su condición de "sex symbol", y uno de los nuevos chicos malos de la siempre pacífica comunidad de Tinseltown, a quien le encantaba explotar su virilidad, habían nacido para estar juntos. Elizabeth Taylor y Richard Burton no solamente estaban unidos por la atracción sino que compartían inseguridades y la afición a la bebida. Los dos actores ya habían sido presentados en una fiesta en Los Ángeles, casi una década antes, y si a la Taylor no le gustó nada aquel macarra galés con fama de empotrador, a Burton la dueña de la mirada violeta le fascinó.
Durante el rodaje de “Cleopatra” la actitud de la actriz ya fue otra. Liz y Dick se enamoraron al mismo tiempo que lo hicieron Cleopatra y Marco Antonio en la película de Joseph L. Mankiewicz. La pasión entre ambos no tardó en llegar a la prensa, pese a los esfuerzos de los relaciones públicas de la Fox para acallar los rumores porque lo que se venía encima era una pesadilla. Los romanos estudios de Cinecittà, donde se estaba rodando la película, fueron rodeados por los paparazzis, también la exclusiva villa en la que se alojaba la Taylor junto a su marido Eddie Fisher, que al igual que Sybil Williams era plenamente consciente de lo que estaba sucediendo.
Elizabeth Taylor y Richard Burton trataron de distanciarse para encarrilar la situación, entre otras cosas porque él se negaba a romper su matrimonio y a ella tampoco le apetecía demasiado pasar por un nuevo divorcio. Finalmente lo que sentían era más fuerte que las ataduras y siguieron adelante con su relación, terminando con sus respectivos matrimonios. Taylor tuvo que ceder ante las peticiones de Eddie Fisher y Burton tampoco lo tuvo nada fácil con Sybil Williams, que había estado a su lado pese a sus numerosas infidelidades y asumió los cuidados de su hija Jessica que era autista.
Elizabeth Taylor y Richard Burton se casaron en Montreal en marzo del año 1964, en medio del escándalo y siendo condenados por adúlteros tanto por el Vaticano como prácticamente toda la sociedad. “Cleopatra” se estrenó en junio de 1963, las críticas no fueron unánimes y, pese a que el morbo llevó al público a las salas, fue una película que hizo perder muchísimo dinero a la Fox y pasaron bastantes años, gracias a las ventas en televisión, para que la compañía pudiera recuperar la inversión.
La pareja estelar se convirtió en un reclamo perfecto para proyectos cinematográficos de todo tipo. Así llegaron “Castillos en la arena” (1965), “La fierecilla domada” (1967), “Los comediantes” (1967), “Doctor Fausto” (1967), “La mujer maldita” (1968), “Bajo el bosque lácteo” (1972), “Pacto con el diablo” (1972) y el telefilm “Se divorcia él, se divorcia ella” (1973), las cuales sirvieron para exponerse como pareja, pero la cumbre la alcanzaron cuando protagonizaron la adaptación cinematográfica de la obra “¿Quién teme a Virginia Woolf?” (1966), dirigida por Mike Nichols, que captó a la perfección a una pareja sumamente tóxica que no podía estar junta pero que había hallado el confort a través de la autodestrucción. La Taylor se llevó su segundo Oscar como actriz y lo justo hubiera sido que Richard Burton también se llevara la estatuilla.
La unión entre Elizabeth Taylor y Richard Burton duró casi 14 años y tuvieron dos matrimonios, el primer divorcio llegó en 1974 y la segunda boda un año después pero no tardaron en darse cuenta de que aquello era un error. Se quisieron pero se destrozaron mutuamente. Richard Burton no llegó a perdonarse por haber abandonado a su primera mujer y sus hijas, especialmente a Jessica que le exigía una atención especial, y cada vez dependía más del alcohol, pero tampoco soportaba ser una parte más del espectáculo de Elizabeth Taylor. Por otro lado, la diva también inició un proceso de degradación para situarse a la altura de su contendiente.
Fueron tres lustros de revolcones, borracheras, celos, broncas y carísimas reconciliaciones; a Elizabeth Taylor le gustaban las joyas y a Richard Burton las obras de arte. Buena parte de la fortuna de la pareja se fue en mansiones, fincas, yates, piedras preciosas, entre ellas el diamante Krupp y la perla Peregrina, y una importante colección de arte en la que se incluían obras de Picasso, Monet y Van Gogh.
La constante presencia del matrimonio en los medios de comunicación, codeándose con la alta sociedad y multimillonarios como Aristóteles Onassis, y exhibiendo sus delirios, provocó el rechazo del público, de hecho no resultó extraño que los nombres de Elizabeth Taylor y Richard Burton aparecieran en la lista que manejaban lo miembros de la familia de Charles Manson.
En un momento de crisis social y económica, con una importante recesión, al público le resultaba especialmente antipática una pareja tan ruidosa que trataba de sanar sus heridas con carísimos regalos y eso se tradujo en el desinterés en sus películas. Quien más lo sufrió fue Elizabeth Taylor, a quien se le había consentido todo desde su más tierna infancia, hasta el punto de que el calendario de producción de cualquiera de sus películas se hacía en función de su ciclo menstrual porque se sabía que ella no iría a rodar con el período. Para Hollywood comenzó a ser un problema cuando dejó de ser efectiva en la taquilla y el público se hartó de verla cada vez en peores condiciones.
La ruptura definitiva entre Elizabeth Taylor y Richard Burton llegó en enero de 1976, pocos meses después de que se dieran una segunda oportunidad, ellos eran los únicos que confiaban en que lo suyo tendría remedio, pero aquello estaba condenado al fracaso. Las peleas eran cada vez más frecuentes y violentas, se odiaban muchísimo pero dependían el uno del otro para poder sobrevivir. Los dos habían tocado fondo y se habían convertido en una vulgar parodia.
Elizabeth Taylor había acelerado su declive, cada vez tenía más problemas físicos por culpa de una antigua lesión de espalda y a ello hay que sumar su dependencia cada vez mayor de los fármacos y el alcohol; Richard Burton era incapaz de salir a escena estando sobrio y se olvidaba de recitar sus textos.
Fue Richard el que dio el primer paso para salir de ahí porque se enamoró de otra mujer, una joven llamada Suzy Hunt, ex mujer del piloto de Fórmula 1 James Hunt, a quien conoció en Suiza, donde tenía una de sus lujosas residencias. Gracias a ella él logró cierta recuperación llegando después proyectos importantes como “Equus” (1977) y “1984” (1984).
Pese a que la separación fue dolorosa, especialmente para Elizabeth Taylor, que tiempo después se casó con el senador John Warner, la llama no se había apagado y cuando pasaron los años lograron encontrarse de una manera civilizada. En 1982 la ex pareja se convirtió en el principal reclamo de la obra de Noël Coward “Vidas privadas” que, gracias al morbo de ver de nuevo en acción a quienes sobrealimentaron a la prensa del corazón durante años, fue todo un éxito, aunque las críticas fueran realmente desastrosas.
El espectáculo era ver a una Elizabeth Taylor, cada vez más pasada de rosca, y a Richard Burton haciendo una sesión de terapia y lo de menos era que el trabajo de ambos fuera bueno. No lograron terminar las representaciones, abatidos por las malas críticas y por los problemas de salud de la Taylor.
Richard Burton falleció el 4 de agosto de 1984. Tenía 58 años y su vida estuvo marcada por el alcoholismo. Llevaba un tiempo sobrio, acababa de rodar “1984” de Michael Radford. Se había casado con Sally Hay, que en sus últimos años había sido su asistente, y la noche anterior quedó con su colega John Hurt para tomarse algo en un bar de Céligny, cerca de Ginebra.
Hubo un altercado con uno de los clientes del local que terminó siendo una pelea que dejó a Richard en el suelo. No quiso ir al hospital, por aquello de hacerse el valiente y también por no querer salir nuevamente en los medios de comunicación por sus borracheras. Al cabo de unas horas comenzó a tener un terrible dolor de cabeza y problemas para respirar. Fue enviado a un hospital de Ginebra y allí los médicos descubrieron que había sufrido una hemorragia cerebral masiva. Se hizo todo lo posible para salvarle la vida pero ya era demasiado tarde y murió en la mesa de operaciones.
Elizabeth Taylor quedó devastada al conocer la noticia. Poco después declaró: “El día que murió yo aún estaba locamente enamorada de él. Creo que él también seguía queriéndome. Yo creía que siempre estaría ahí, al otro lado del teléfono. Aunque no estuviéramos juntos, sabía que aún estaba en el mundo. Sabía que nunca más oiría su voz, ni vería su cara, sus ojos … Lo quise durante veinticinco años”.
Elizabeth no asistió a su funeral en Suiza, por petición de la viuda de Richard que consideraba que su presencia iba a ser un espectáculo para la prensa, tampoco fue al celebrado en su Gales natal. Semanas después sí que acudió a Ginebra a despedirse de él, fue el único momento en el que realmente hubo serenidad entre los dos.
Elizabeth Taylor fue consciente de que había perdido al amor de su vida, a su verdadera alma gemela, y desde entonces inició un proceso de expiación volcándose en la filantropía para tratar de hallarle sentido a su existencia.
Mary Carmen Rodríguez






























