San Sebastián 2024: La intriga otoñal de François Ozon, alegoría sensorial ante la marginación, doble ración de animación emotiva y la represión de una época
Querido Teo:
El Festival de San Sebastián recibe a François Ozon, un realizador siempre bien ponderado en este certamen al contrario de una Francia que de momento no le ha reconocido como merece. Un drama otoñal sobre amistad y secretos del pasado invadido de cierta negritud criminal y de muchas ambigüedades morales. Además dos películas de animación y los nuevos trabajos de Andrea Arnold y Paula Ortiz.
"Memorias de un caracol" (Adam Elliot) // Perlas
“Memorias de un caracol” es una de las delicias animadas de la temporada siendo el segundo largometraje de Adam Elliot, todo un artesano de la técnica animada en “stop motion” que en sus historias da dignidad y reivindica a los marginados teniendo como principales credenciales el Oscar por el cortometraje “Harvie Krumpet” en 2004 y el éxito crítico de culto de su película “Mary and Max” en 2009.
“Memorias de un caracol” parte de lo que le cuenta Grace, tras perder a su mejor amiga, a un caracol al que llama Sylvia, en honor a Sylvia Plath, la escritora favorita de su padre. Ahí conocemos la historia de Grace y Gilbert, la historia de dos mellizos que pierden a su madre en el parto y que pasarán la infancia con su padre, un director de piezas en “stop motion”, que tras quedar parapléjico tras un accidente se deja llevar por el hastío, el alcohol y la somnolencia, refugiándose en las películas, los libros y el cariño entre ellos frente a la marginación y el acoso al que les somete la sociedad; ella por ser rara y por su labio hendido, él por ser solitario y diferente.
Una cinta rodada con suma exquisitez y gusto, sin rastro del GGI en un proceso laborioso, metódico y controlador por parte del director que le ha llevado ocho años, centrándose en la historia de dos hermanos con especial conexión que son obligados a ser separados. La cinta lleva a cabo un magistral equilibrio entre la sensibilidad emocional, el humor negro y el drama en clave de fábula perversa de manera libre, arriesgada y conmovedora. No sólo por una estética sombría que rodea a esas figuras de plastilina de encanto extravagante y personalidad entre la ingenuidad e inocencia y la fuerza y la determinación, sino por una narración que roba el corazón teniendo suma capacidad para hacerte reír y llorar con el mismo fotograma. Adam Elliot crea personajes ricos en una fábula amarga desarrollada en la Australia de la década de los 70, 80 y 90 pero que no renuncia a la esperanza frente a crápulas estafadores, jueces masturbadores o dogmáticos de la fe que pretenden convertir al diferente por su condición.
Una reivindicación tan lúcida como provocadora de la propia identidad y de la diferencia como baluarte para llenar con la luz del amor y la comprensión la oscuridad de un mundo complejo en una apuesta valiente que sin concesiones habla de temas como la soledad, la incomprensión, el maltrato psicológico, la violencia, el “bullying” o la salud mental pero también de saber conectar con los demás sin renunciar a la personalidad y a los sueños de uno porque sólo hay una vida que vivir y la felicidad cada uno la encuentra a su manera pero siempre con el amor hacia uno mismo y hacia los demás como principal instrumento para ello. “Memorias de un caracol” es toda una joya que aúna lo macabro y lo extravagante con lo luminoso y lo tierno invitándonos a dejar atrás nuestros miedos y mirar siempre hacia adelante.
"Bird" (Andrea Arnold) // Perlas
"Bird" es la consabida mirada de Andrea Arnold a los marginados de la sociedad, un cine que la directora británica ya ha hecho definitorio en la cinematografía contemporánea sabiendo aunar ese tono de rebeldía, libertad, desesperanza y frenesí musical que atesora la propia juventud, esa enfermedad que se cura con el tiempo y a la que Andrea Arnold retrata siempre con cariño y lucidez en su explosión de “carpe diem” aunque la violencia o la precariedad pongan el mundo cuesta arriba. Una película que parte de una imagen anecdótica llena de enigmas sobre los que partir como es la de un hombre desnudo en lo alto de un edificio envuelto entre la niebla y con la que la directora vuelve al largometraje ocho años después tras su incursión en televisión ("Big little lies") y el documental ("Vaca").
Un viaje alegórico y sensorial en el que la joven Bailey, que malvive en una casa ocupada junto a su joven padre (a punto de casarse y de tener otro hijo) y su hermanastro pandillero más dejados a su suerte que otra cosa, conoce a la persona que da nombre al título de la cinta; un adulto en busca de la familia de la que se le separó cuando sólo era un niño. Un recorrido lleno de baches pero en el que también habrá luz y comprensión, así como la evocación de la fantasía para escapar de una realidad abrupta que no ha dado tregua. Un elemento que partiendo del realismo, aunando lo social con lo mágico, se agarra a un escapismo ilusorio frente a la precariedad y el dolor.
Andrea Arnold no juzga a sus personajes y, frente al drama, apuesta, con cámara en mano y movimientos nerviosos, por una naturalidad cotidiana que no esconde momentos de luminosidad mientras éstos lidian con las irresponsabilidades de adultos disfuncionales con sus parejas intermitentes y niños descarriados o un sistema que les expulsa porque no representan el esplendor británico. Unas rémoras que en el cine de Andrea Arnold encuentran su lugar de existencia y también su derecho a soñar aunque sólo sea por un momento.
Todo en una película honesta con precisión verista apoyada en la mirada y silencios de personajes que no tienen nada, y que tampoco encuentran espacio en un lugar que no les quiere, pero que tienen en común la convicción del derecho a ser feliz sin querer resignarse a un mundo gris y sin futuro, conectando con ellos mismos a través de los elementos del entorno y de la naturaleza, tirando de arrojo y determinación ante la desesperanza.
"Robot salvaje" (Chris Sanders) // Perlas
“Robot salvaje” ha logrado convertirse en el mejor debut en taquilla para una película de animación original desde la pandemia. DreamWorks Animation llega a una de las cotas de su catálogo en un nuevo éxito de Chris Sanders, el cual ya fue responsable de "Lilo & Stitch" (2002), "Como entrenar a tu dragón" (2010) o "Los Croods: Una aventura prehistórica" (2013).
Una cinta que aúna emoción, naturaleza y temas trascendentes como la amistad, el sacrificio, la solidaridad, el espíritu de equipo, la aceptación o cómo encarar la ausencia. Roz es una robot que vara en una isla de manera accidental tras una tormenta y, creada para cumplir la misión que le sea encomendada, así como para poder ser un arma de destrucción masiva, el destino le lleva a hacerse cargo de una cría de ganso que ha quedado huérfana precisamente por su propia acción en la isla. Un amasijo de hierro que conforma un robot de última generación creado de manera programática y calculada que verá cómo poco a poco la emoción y los sentimientos brotan en ella cuando tenga que amparar y enseñar, más allá de sus tareas, herramientas y gadgets, a esa cría mientras se relaciones con el resto de fauna que puebla la isla, especialmente un zorro lenguaraz llamado Bribón que también verá frenado sus instintos primarios en un ejemplo de empatía y adaptación, siendo una de las moralejas de una cinta que enarbola la convivencia entre especies y el objetivo de luchar todos por un objetivo común en pro del bienestar común más allá de las cuitas personales entre unos y otros.
Una historia de integración del diferente y superación ante la adversidad que cuenta con un apartado visual vistoso para convencer a un público familiar amplio con una aventura entrañable y entretenida (espectacular esa migración de los gansos) pero también profunda para un público más adulto en las dinámicas que se van estableciendo entre los personajes generándose complicidad, afecto y necesidad común así como la manera de tratar temas como la muerte o la aceptación del que se sale del paradigma considerado normal, tal y como sufre una cría de ganso apodada Picobrillo que no es vista como los demás pero que terminará siendo clave para convertirse en una pieza fundamental que lidere un trabajo en equipo en el que todos tienen que remar en pro de su supervivencia.
“Robot salvaje” entretiene, divierte y emociona en una cinta en la que el poder evocador de la imagen, el carisma de sus personajes y el poso que deja el trasfondo temático de la historia alcanza grandes cotas a la hora de reparar el alma y conmover el corazón a lo que también contribuye la estupenda banda sonora de Kris Bowers en esta adaptación del libro de Peter Brown. Un viaje de descubrimiento, aceptación y de hacer brotar y canalizar esos sentimientos que son los que mueven el mundo y que provocan que la vida en este lugar valga la pena. Toda esa enseñanza vital de la mano de un ganso que aprende algo más que a volar y de una robot que descubrió que todo lo que se hace en la vida, sea por algo o por alguien, tiene de verdad sentido si se hace con sentimiento porque, aunque no esté de moda, la bondad, la educación, la tolerancia, el respeto y la amabilidad no es no sólo la mejor carta de presentación sino también una vía de supervivencia en un mundo de cinismos y egoísmos en el que necesitamos gente que sume y aporte y no reste e intoxique. Es lo que logra un film que entretiene, arrebata y conciencia sobre la relación con nuestro entorno tanto en relación con las personas como con la propia naturaleza.
"Cuando cae el otoño" (François Ozon) // Sección Oficial
“Cuando cae el otoño” propone una mezcla de géneros que condensa de manera efectiva y notable lo que supone la carrera de François Ozon. Un director capaz de moverse con comodidad en un buen número de géneros que aquí abraza un drama familiar tirando de suspense, dilemas éticos y traumas del pasado bañado de humor negro y costumbrismo social.
Una película sencilla, eficaz y sorprendente que parte de una abuela, Michelle, que vive en un pueblo de la Borgoña, entre bosques y naturaleza, cerca de su mejor amiga, Marie-Claude, y que no ve a su nieto, Lucas, tanto como quisiera, lo cual todavía se agrava cuando por un accidente bien fortuito o bien predeterminado (relacionado con unas setas y partiendo de una anécdota familiar del propio director) la poco empática hija de ésta, Valérie, ya no quiere que pase tiempo con el pequeño. Todo ello coincidiendo con el regreso del hijo de la otra anciana, Vincent, tras un periodo en la cárcel.
Una película de estética lánguida con colores pardos y espíritu ambiguo con personajes ricos que basan esa característica en unos grises morales que van de la ternura e ingenuidad a la turbiedad y el enigma a lo que contribuye ser un “noir” rural con altibajos pero con capacidad de intrigar por su carácter libre, juguetón y sin pretensiones siendo un dardo a la sociedad moralizante llena de bienquedismos dándole un tono personal pero recogiendo las semillas del mejor Claude Chabrol poniendo el foco en dos ancianas con mucho que decir y sentir en las relaciones con los suyos y a la hora de vivir su vida teniendo todo el derecho, aunque ya sea en la etapa final, a sentir, equivocarse y poder seguir hacia adelante.
“Cuando cae el otoño” sabe moverse con inteligencia y equilibrio a pesar de su tono poco políticamente correcto a la hora de abordar ciertos temas que se representa en el rostro de Michelle, el personaje protagonista. Una tensión permanente pero suave que va calando poco a poco sin efectismos y sí con mucha capacidad para la sugerencia en un retrato de soledad, perdón y segundas oportunidades incluso más allá de la muerte. Todo a partir de unos hijos que irrumpen en la burbuja idílica que han construido las dos ancianas, alejadas del mundanal ruido y de la paz que no les da recordar su pasado como trabajadoras sexuales, y que deriva en consecuencias inesperadas abrazando lo perverso pero nunca cayendo en lo obvio o en lo ridículo fomentando el debate sobre el peso de los convencionalismos y de una amabilidad aparente que puede encerrar secretos, misterios y verdades que, quizá, conviene que no salgan reveladas para lo que el director es capaz de sugerir más que mostrar sin enjuiciar pero no por ello abandonar el hecho de perturbar y desconcertar.
Una película rara y singular pero disfrutona y fascinante sobre sentimientos, mentiras, apariencias, venganzas y segundas oportunidades que no sólo luce por la puesta en escena y por un guión cincelado a la hora de dibujar las distintas capas que encierra la historia sino que tiene los estupendos trabajos de los actores Hélène Vincent, Josiane Balasco, Ludivine Sagnier, Pierre Lottin y Garlan Erlos. Ozon pocas veces falla, por su alma imprevisible y juguetona, y tampoco es en el caso de una fascinante película que propone un juego fascinante al espectador de manera reposada, sugerente, ambigua, oscura y libre.
"La virgen roja" (Paul Ortiz) // Proyecciones especiales
“La virgen roja” parte de una historia poco conocida pero sobre la que ya dirigió Fernando Fernán Gómez en “Mi hija Hildegart” (1977) con una estupenda Amparo Soler Leal. Ahora es Najwa Nimri la que interpreta a Aurora Rodríguez, una mujer con las ideas muy claras desde sus inicios y que, de manera calculada, trae al mundo a una hija con el fin de convertirla en la lideresa del mañana enarbolando los derechos de la mujer del futuro en la España de la República. Todo ello a través de un buen número de escritos, reflexiones y publicaciones que le llevaron a convertirse primero en una niña prodigio dominando idiomas, después en la abogada más joven de España y más adelante en todo un ejemplo de inspiración para movimientos como el socialismo convirtiéndose en la voz de un pueblo con ganas de cambio e ilusionado por una nueva época sobre los aires de la República.
Una joven coartada por su madre refugiada en sus ideas y que tenía que alejarse de placeres como el deseo el cual se percibe como un ejercicio de sumisión frente al hombre teniendo siempre como mantra a Freud en el sexo, Nietzsche en el pecho y Marx en la cabeza. Un proyecto que tuvo funestas consecuencias cuando Aurora consideró que el experimento había fallado y que Aurora ya era un problema para sus planes por lo que el proyecto tenía que llegar a su fin. Una madre que moldea a su hija pretendiendo quedar en la sombra pero a la que impidió volar por sí misma privándole precisamente de su destino conformando una tragedia desoladora llena de incógnitas en la que Aurora fue la peor enemiga para sus propias ideas recayendo en comportamientos patriarcales y de dominación frente a una hija sin identidad y supeditada a su rígida planificación y conducta.
“La virgen roja” es una película interesante y primorosa en el apartado estético, poética y lúgubre en su esencia, con planos arrebatadores, detallistas y cuidados, que voltea al espectador de manera tan íntima como poderosa tirando de incomodidad y tensión en un thriller estilizado que abraza el cuento gótico con un punto existencialista y filosófico en un trabajo perturbador y feminista que también lanza algunos dardos hacia ese socialismo de boquilla que se aleja de la clase obrera, ningunea a las mujeres y defiende un programa para luego no cumplirlo en la práctica. Una puesta en escena fascinante en el que cada plano está medido bien sea en un partido de tenis, en las calles jolgoriosas, las asambleas comprometidas o esa casa que amanece con pintadas continuas en la pared del rellano y que es un microcosmos en el que la oscuridad combate frente a cada rayo de libertad, esperanza y autonomía que representa una Hildegart abierta al mundo para contribuir a mejorarlo frente a un "status quo" que no quiere perder su sitio entre ideas peregrinas, anticuadas y contradictorias.
Nacho Gonzalo


























