"Cada uno por su lado y Dios contra todos"
A los 19 años "expropió" su primera cámara de una escuela de cine de Múnich. "Me pareció más una expropiación que un robo", escribe. "Estaba ejerciendo un derecho natural a dar a la cámara el uso para el que había sido concebida". Desde entonces, ha creado más de 50 documentales y largometrajes. Algunos son incunables del cine como "Aguirre, la cólera de Dios" (1972), donde la selva se convierte en un personaje más, o "El enigma de Gaspar Hauser" (1974), un espejo de la fragilidad humana, o la belleza desgarradora de "Grizzy Man" (2005).
Título: "Cada uno por su lado y Dios contra todos"
Autor: Werner Herzog
Editorial: Blackie Books
Tengo la sensación de deber a los que se toman el trabajo de leer por aquí, una autobiografía que se quedó en el tintero, pero de la que saqué notas que otras tareas dejaron aparcadas. Me refiero a Werner Herzog y su libro de memorias. Recupero aquellas notas porque este libro es de los que entusiasman.
Herzog nació en Múnich en 1942. Su padre, del que estaba distanciado, era un espíritu libre y mujeriego que trabajaba sin cesar en una obra magna multidisciplinar que nunca llegó a materializarse; su madre, era todo lo contrario, de una practicidad feroz, se formó como bióloga, pero se vio obligada a abandonar su profesión cuando huyó a los Alpes con Herzog y su hermano durante la guerra. En la ciudad rural de Sachrang, la familia se refugió en una casa destartalada sin agua corriente ni electricidad fiable. A veces, el hambre era un invitado constante, y recurrían a "jarabes de artemisa y brotes frescos de pino" para saciarlo. Herzog no pisó una sala de cine hasta que su familia regresó a Múnich, cuando tenía 12 años.
En 1961, mientras aún batallaba con los libros de la Secundaria, Herzog, con la osadía de un alquimista, transmutó el sudor del turno de noche en la fábrica en oro fílmico. Tuvo un breve flirteo con el catolicismo y un enamoramiento igualmente pasajero con las motocicletas. Sin embargo, Herzog sólo llegó a amar una cosa, y la ha amado siempre con una pasión casi lunática: el cine. Pero Herzog no es sólo un habitante del celuloide; también se mueve en los océanos de la literatura como un kraken con la fuerza de un torrente, arrastrando consigo a los lectores.
Lo ha demostrado con creces en "Conquista de lo inútil", el diario de rodaje de la mítica "Fitzcarraldo" (1982), hoy un clásico moderno, una bitácora de la locura y la genialidad. Y luego llegó "El crepúsculo del mundo", una inmersión en el alma de un soldado japonés, un relato que nos recuerda que la historia a veces se escribe con sangre y fuego. En "Cada uno por su lado y Dios contra todos", Herzog nos abre su memoria, desvelando los secretos de un viaje que, a menudo, por no decir casi siempre, ha sido peligroso.
"Cuando en 1977 decidí de forma espontánea volar al Caribe para "La Soufrière", la película sobre la erupción volcánica, me detuve en casa un par de minutos para recoger mi pasaporte", recuerda. "Allí estaba nuestro hijo pequeño, y no estaba nada claro que volviese con vida".
Herzog vive hoy en la ciudad de Los Ángeles, donde ejerce de maestro de cine, pero no de la forma convencional. Su escuela es un nido de almas inquietas: trotamundos, supervivientes, poetas, etc.... Para aquellos que pueden embelesar a un niño con una historia, para los que sienten un fuego sagrado arder en su interior. Un fuego que, a sus 81 años, sigue brillando con intensidad, iluminando cada una de sus obras y, por esta razón, sus memorias han sido definidas como las de un soñador salvaje.
"En el principio, mi película "Aguirre, la cólera de Dios" iba a culminar con una imagen desoladora: la balsa de los conquistadores, meciéndose en la desembocadura del Amazonas, un cementerio flotante donde sólo un loro parlanchín sería el único superviviente". Esta es una de las muchas confesiones que aguardan en "Cada uno por su lado y Dios contra todos". En este libro, Herzog nos invita a un viaje personal a través de su cine, sus encuentros con otros creadores y sus incursiones en el laberinto de la cultura pop.
Nos cuenta de sus días como actor, encarnando a personajes al borde de la locura, de aquel día en que Harmony Korine lo lanzó al ruedo de la improvisación, del percance en que un doble le hizo saltar dos coronas a golpe limpio, y de aquella siesta surrealista en la cama de Jack Nicholson y Anjelica Huston, mientras un partido de básquet resonaba en el televisor. Con su característica acidez, Herzog también nos revela que Beate Mainka-Jellinghaus, su montajista de toda la vida, considera que todas sus películas son un desastre y se niega a asistir a los estrenos.
Herzog narra con una mezcla única de ingenio y profundidad, sin edulcorar el pasado, tejiendo una historia que atrapa y fascina porque es una gran ventana a un alma inquieta, íntima, sin la menor timidez, de una de las figuras más prominentes del cine del último cuarto del siglo XX.
Su "trilogía" compuesta por "Aguirre, la cólera de Dios" (1972), "Nosferatu, vampiro de la noche" (1979) y "Fitzcarraldo" (1982) es para mí una especie de trío de ases del cine. Pero la admiración puede ser un arma de doble filo al crear expectativas. Sin embargo, "Cada uno por su lado y Dios contra todos" no tiene ese riesgo. Herzog entrelaza los hilos de su vida y su obra, creando un tapiz que puede leerse como autobiografía, pero también como relato de aventuras o crónica de viajes.
El cineasta artífice de la monumental "Fitzcarraldo", ha escrito un libro que recoge las vivencias de una vida dedicada a proyectos titánicos "que no sirvieron para nada". Con una mezcla de tragicomedia y filosofía, Herzog explora los motivos que lo impulsaron a perseguir sus sueños con una tenacidad inquebrantable.
En su documental "Gasherbrum, la montaña luminosa" (1985), Herzog le preguntó al alpinista Reinhold Messner por qué arriesgaba su vida para conquistar las cumbres más altas del planeta. "No puedo responder a la pregunta de por qué lo hago, de la misma forma que no puedo explicar por qué vivo", respondió Messner. "Esa pregunta simplemente no existe cuando estoy escalando, porque todo mi ser es la respuesta". Esta respuesta resuena en el propio corazón de Herzog. Así como ciertas montañas llaman a Messner, ciertas películas gritan a Herzog, negándose a ser silenciadas.
Como recuerda en "Cada uno por su lado y Dios contra todos", "Fitzcarraldo" (1982) "me dejó sin aliento. No tenía otra opción". No importaba que la producción de "Fitzcarraldo" fuera un desafío tan colosal que dio origen a un documental propio ("Burden of dreams"), un testimonio de su realización casi milagrosa. A medida que la filmación se prolongaba en un remoto rincón del Amazonas, Herzog se sentía "tan disminuido" que "vivía en un gallinero adaptado con un techo de cartón piedra apenas más alto que mi cabeza; las ratas merodeaban por la noche; al final, me quedé sin comida". Sin embargo, nunca vaciló en su "deber de perseguir una gran visión".
Aquellos que os sintáis atraídos por su cine, ya sea de ficción o documental, encontraréis en estas páginas las claves para descifrar su universo creativo. Dos frases resuenan con especial fuerza: "lo que vimos de niños lo sigo viendo hoy" y "hay una serie de motivos recurrentes en mi cine que casi siempre se basan en experiencias de la vida real".
Herzog es excelente entrelazando lo anecdótico con el contexto sociopolítico de la época: los años finales de la Segunda Guerra Mundial, las relaciones familiares complejas, la conexión profunda con dos de sus hermanos, la pasión por el fútbol, los años escolares y la búsqueda de trascendencia a través de los viajes, la religión y otras sendas. Todo ello se resuelve como novela que puede ser disfrutada incluso por aquellos que no han visto ninguna de sus películas, porque Herzog es un escritor al margen de cualquier otro talento.
A medida que avancéis en la lectura y Herzog se adentre en la adultez, el foco se desplaza hacia el cine que no conoció hasta superar la adolescencia y su carrera cinematográfica. Desde sus inicios como autodidacta, financiando sus primeros proyectos con sus propios medios, hasta sus últimos documentales y sus incursiones en la ópera, el autor nos guía a través de sus diferentes empresas, tanto las que alcanzaron la gloria como las que se quedaron en el camino.
Siempre caminando por el filo de la navaja, atraído por las historias que desafían los límites y los personajes que se atreven a ser extravagantes, Herzog comparte anécdotas de sus rodajes, sus relaciones con los miembros de su equipo (el volcánico Klaus Kinski, el leal Walter Saxer, entre otros) y sus encuentros con figuras tan fascinantes como Bruce Chatwin, Mike Tyson y Reinhold Messner.
Esta faceta del libro es lo que lo acerca a la novela de aventuras y la crónica de viajes, sin olvidar su papel como testimonio de la historia del cine y sin dedicar ni una línea a algo tan habitual en este tipo de obras como "ajustar cuentas". Con una vida tan rica y una multitud de personas con las que se ha cruzado, Herzog podría haber optado por un tono más sensacionalista. Pero elige la contención, lo cual se agradece. Herzog nos mantiene cautivos entre las páginas, manejando la tensión con maestría, y es sorprendente porque no hay apenas autores en la historia, que dominen con tanta soltura dos lenguajes tan diferentes como el literario y el cinematográfico.
"Cada uno por su lado y Dios contra todos" toma su título del título alemán de la película de Herzog de 1974, "El enigma de Kaspar Hauser". Las peculiaridades del libro encantarán a los seguidores del singular cine de Herzog, pero aquellos que no estéis familiarizados con sus diatribas tragicómicas y sus reflexiones filosóficas, podréis divertiros con sus digresiones algo desconcertantes. Como muchas de sus películas, sus memorias no se ajustan cómodamente a un género específico. Un delgado hilo de autobiografía recorre un tapiz vibrante de anécdotas y aventuras, pero rehúye comentar muchos de los tópicos existenciales frecuentes en las biografías.
Aunque Herzog reconoce que siempre ha contado con "ayudantes, familia, mujeres", aclara que su libro "no trata de ellas". Pero tampoco se centra en él mismo, al menos no directamente. Aparte de varios capítulos dedicados a cariñosos recuerdos de su infancia, mantiene un silencio relativo sobre su vida privada, sus rutinas diarias, sus manías y aversiones, sus comidas favoritas, sus aficiones; uno tiene la sensación de que es demasiado serio y está demasiado absorto en su trabajo como para detenerse en tales frivolidades.
Herzog afirma que se niega a hablar de sus matrimonios (ha tenido tres) y de sus hijos (también tres, uno fuera del matrimonio) debido a su "discreción natural", pero se percibe algo más que un atisbo de alivio cuando regresa a su tema predilecto: las películas, que son, evidentemente, el asunto más íntimo y apremiante de su vida y que, hay que considerarlo, ha ocupado tantas horas de las vidas de casi todos los habitantes del siglo XX que resulta fácil comprenderlo.
Carlos López-Tapia