Cannes 2019: Los Dardenne llevan su vena social al fanatismo religioso e Ira Sachs desmonta a una familia compleja en unas vacaciones en Portugal

Cannes 2019: Los Dardenne llevan su vena social al fanatismo religioso e Ira Sachs desmonta a una familia compleja en unas vacaciones en Portugal

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Querido Teo:

Llegamos a la séptima jornada que en cierta manera ha vuelto a ser un valle después del gran domingo que nos regalaron los nuevos trabajos de Terrence Malick y Céline Sciamma. Ha sido el turno de los hermanos Dardenne en su octava participación en competición (habiendo salido ya con dos Palmas de Oro) y un Ira Sachs en su primer intento hacia la Palma de Oro.

“El joven Ahmed” de Jean-Pierre Dardenne y Luc Dardenne es una película sobre un adolescente islámico que se mueve entre centros de acogida y una madre desesperada por no saber qué hacer con él mientras Ahmed se debate entre vivir como siente y seguir los ideales que le marca su imán generando una eterna contradicción que, ante la rebeldía de su comportamiento, le lleva a deambular sin raíces, afectos o apoyos más allá de los servicios sociales. Los Dardenne siguen utilizando la fórmula con la que llevan siendo nombres claves del cine europeo social de las últimas dos décadas con un cine muy de calle y de marcado carácter solidario pero que, en este caso, les queda repetitivo en un trabajo menor dentro de su filmografía que sin llegar al aburrimiento y poco interés de “La chica desconocida” (2006), intentando jugar en ese caso con el cine negro y de suspense con poca fortuna, tiene poca enjundia en una cinta que los hermanos belga resuelven en menos de media y hora sin mucho más desarrollo por su parte en el intento de volver a sus raíces introduciendo el matiz religioso y los peligros de la radicalización a la hora de hablar de dramas sociales y de que sea el espectador el que saque sus conclusiones de las diatribas de Ahmed sin adoptar un tono ejemplarizante ni señalar caminos correctos pero si alumbrar algo de esperanza si nos acompaña la actitud de querer salir hacia adelante, tenemos algo de fortuna y nos apoyamos en las personas clave para sacarnos del pozo. No es que hayan hecho una mala película, sino que es efectiva dentro de los terrenos en los que mejor se mueven, pero suena ya a vista e incluso demasiado superficial y desganada a la hora de indagar en la historia. No obstante, es una pena que Cannes esté tan centrado en sus cineastas habituales de manera continua (es el caso de unos Dardenne que llevan ya las Palmas de Oro de “Rosetta” en 1999 y “El niño” en 2005) que no de paso a nuevas voces que exploren otras variables e incluso que las temáticas sociales y obreras no queden circunscritas sólo a los Dardenne y Loach. Y mientras tantas cintas validas y que necesitan mucho más esa plataforma tienen que desfilar por secciones mucho más inadvertidas.

Ira Sachs debuta en la sección oficial del Festival de Cannes con “Frankie”, en la que el director de “Forty shades of blue”(2005) y “Keep the lights on” (2010), lleva a cabo un nostálgico retrato familiar en el que cada vez en mayor medida ese tono ligero pero no trivial va inundando una filmografía que tiene como últimos exponentes la lucha de un matrimonio se sesentones gays en “El amor es extraño” (2014) y la diferencia de clases y las cabezonerías de los adultos a la hora de minar una pura relación de amistad infantil en “Verano en Brooklyn” (2016). Una pena que en su nuevo trabajo falle en la definición de personajes creando un batiburrillo caótico por las calles de Sintra, histórica ciudad portuguesa que sirve de escenario para las vacaciones de una familia y algunos de sus allegados, todos ellos en mayor o menos medida relacionados entre sí y con el mundo del cine como nexo de unión. Al final eso es lo de menos porque a lo que asistimos es a una madre acaparadora que se encuentra en un momento de inflexión de su vida queriendo dejar cerrados los cabos sueltos para conseguir la felicidad de sus desorientados e insatisfechos hijos y sus seres queridos, emergiendo del pasado de manera sutil y muy sugerida y matizada el peaje emocional que ya llevan a sus espaldas en el que el desgaste personal y de sus relaciones hace difícil seguir el reguero de la luz del faro que marca la madre amantísima. Precisamente ese contraste generacional que marca la incomunicación se traduce también en los continuos cambios dialécticos entre el inglés, el francés y el portugués. Puede parecer extraño pero el gran valor de la cinta, una Isabelle Huppert a la que no hacen más que rifarse todos los directores de cualquier cinematografía, se encuentra aquí bastante desaprovechada en un rol obvio y monocorde respecto de los que le hemos visto en los últimos tiempos siendo más interesante el trabajo de la siempre eficaz Marisa Tomei o lo que tanto callan como dicen los personajes de Brendan Gleeson, Jérémie Rénier y Pascal Greggory. Un poético final con vistas panorámicas (y que son todo un tributo al lugar en el que se ubica la cinta) reconcilia a los personajes con su vida y su destino siendo el mejor tributo a la necesidad de su unión y, aunque ello acaba reconfortando en cierta parte al espectador, no es suficiente para que la cinta se sostenga para ser una película que recordemos es de un director que puede hacerlo mucho mejor y que queda descolgado muy pronto de cualquier opción a premio importante en el palmarés.

"La vida invisible de Eurídice Gusmão" de Karim Aïnouz es una película de Una cierta mirada que se adentra en un drama familiar fiel exponente de la sociedad brasileña de la década de los 40 especialmente desde el punto de vista de las mujeres, condenadas a servir a sus familias y a no tener la autonomía necesaria para cultivar sus inquietudes más allá del cuidado del hogar y la crianza de los hijos. Es lo que les ocurre a las hermanas protagonistas de la cinta que se mueven a lo largo de las décadas por la nostalgia de la separación y de lo que pudo ser y no fue. Un melodrama bien construido, con interés intermitente pero con emoción que va de menos a más hacia un final puesto en bandeja para que Fernanda Montenegro (nominada al Oscar por “Estación Central de Brasil” hace ya cuatro lustros) lleve a la película a sus mayores cotas. Una cinta deliciosa si el espectador es capaz de apreciar sus detalles y meterse en su historia.

“Adam” de Maryam Touzani también se ha visto en la sección de Una cierta mirada. Una solvente ópera prima que hemos visto muchas veces pero resuelta con gran eficacia, sutilidad, claridad, emoción y con mucho mayor poso del que podría parecer. En ella Abla regenta una modesta pastelería junto a su hija de 8 años hasta que toca a la puerta Samia, una mujer embarazada que busca trabajo para poder seguir adelante. La historia de dos mujeres que se encuentran en un momento de desamparo, miseria y necesidad de apoyo vital para salir adelante abordada con mucha honestidad y ternura tratando temas
como la solidaridad femenina, el cómo necesitamos el empujón de los que nos quieren para comprender que todos nos merecemos vivir una segunda oportunidad, y como el deseo maternal así como valorar cómo encararlo es una decisión tan personal y en la que las únicas reglas que caben son las que emergen del corazón de la madre que, incluso, ésta puede quedar desarmada por ver como su instinto emerge a pesar del entorno poco halagüeño que tiene a su alrededor.


“Liberté” de Albert Serra es una de las cintas controvertidas de esta edición sobre todo por las declaraciones del director en las que afirma que fue él el que decidió este año no competir en oficial para que no se cebaran con una película extrema y enfermiza que rompe todos los límites a la hora de mostrar sexo explícito con olor a semen, sudor, barro, hojarasca, sangre y vicio en una inmersión alucinógena por los límites morales y los instintos animales de un grupo de personas que huyen del reinado de Luis XVI y llevan a cabo su respuesta frente a la hipocresía de la virtud previa a la Revolución Francesa con una democratización en forma de cruising orgiástico y excesivo en un bosque entre Postdam y Berlín bañado de luz lunar, estupor y bajas y adictivas pulsiones en una espiral de libertinaje desmedida y sin fin en el que no parece haber más allá de un mañana entre eyaculaciones, penes flácidos y cuerpos ensangrentados y golpeados en un ejercicio de morbo decadente, masoquista y grotesco. La crítica de la podredumbre moral y el deseo arbitrario y absolutista de los que jalonaban esa corte de la integridad moral, y el mirar por encima del hombro a las clases bajas, no justifica un inexplicable ejercicio de onanismo fílmico con provocación turbia, escenas desagradables y mensaje inexistente en la que el director adapta de manera cruda su propia obra teatral.

Alain Delon receptor de la Palma de Honor.

Quentin Tarantino preparando a las masas para que se corten con los spoilers cuando se proyecte su "Érase una vez en... Hollywood.

Nacho Gonzalo

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