Cannes 2023: Jonathan Glazer golpea haciendo intuir el horror del nazismo y el retrato doloroso de una madre tunecina y sus hijas

Cannes 2023: Jonathan Glazer golpea haciendo intuir el horror del nazismo y el retrato doloroso de una madre tunecina y sus hijas

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Querido Teo:

Cuando uno llega este año a Cannes se encuentra con la realidad de siempre pero con algunos aspectos que han cambiado desde que estuvimos "in situ" antes de que el dichoso coronavirus (COVID-19) entró en nuestras vidas. Podemos decir que el sistema de castas (la preferencia de acceso a salas según el color de la acreditación) ha caído ya que aunque las colas se mantienen sólo se diferencia entre si tienes ticket o no. El mismo se puede reservar desde cuatro días antes del pase en cuestión conectándote a partir de las 07:00h de la mañana en la billetterie virtual de acreditado. Lo que sí que se mantiene son las prisas, lo difícil que es encontrar hueco para comer, dormir y escribir y el hecho de que Cannes sea un festival que deja grandes momentos pero también a costa de muchos sacrificios (no sólo económicos) ya que la ciudad y todos los asistentes se vuelcan en estos días grandes de cine pero estamos hablando de una infraestructura compleja que tiene que dar el do de pecho durante casi dos semanas y que muchas veces no lo logra. Este año lo que sí que se está notando es la saturación de películas de distintas secciones a la que Cannes se ha abonado desde la pandemia (que lleva a que se tenga que retrasar el inicio de algunos pases entre que sale y entra la gente) y la presencia de la lluvia especialmente persistente en esta edición.

"La zona de interés" (Jonathan Glazer) // Sección Oficial

Jonathan Glazer ha atesorado una aureola de culto que le ha permitido entrar con honores por primera vez en la competición de Cannes una década después de que "Under the skin" (2013) compitiera en el Festival de Venecia antes de convertirse en una película maldita a efectos de distribución. Un director al que, desde luego, viendo su cine, se ha ganado además la etiqueta de inclasificable ya que uno nunca sabe por dónde pueden ir sus pasos. Es por ello que tras una cinta de ciencia ficción sobre una extraterreste "comehombres" sorprende que haya dado no sólo un cambio de tercio temático sino también formal adentrándose en el horror del Holocausto en la libre adaptación de la novela de Martin Amis reinventándola pero manteniendo su esencia y que se adentra en esa banalidad del mal que acuñó Hannah Arendt centrándose en la familia de un oficial alemán, Rudolf Höss, que vive junto a su mujer y sus cinco hijos separados sólo por una valla del campo de concentración de Auschwitz y que fue el que diseñó y dirigió el mismo entre 1940 y 1945 sirviendo a la causa con cruel diligencia. Un escenario en apariencia idílico en el que esa familia vive ajena e insensible a lo que ellos contribuyen bien por acción o bien por omisión en el que sólo el muro, gritos aislados, disparos casi imperceptibles, cenizas en el río o el humo del crematorio da a entender lo que está pasando fuera de campo mientras ellos se bañan en la piscina o en el río, pasean contemplando la naturaleza y disfrutan de un hogar cuidado, envidiable y espacioso entre las flores de su invernadero y juegos. El cine no necesita mostrar más allá que ese símbolo en la distancia o el hecho de la ropa interior que se recibe y se da entre las trabajadoras de la casa o la visita de unos ingenieros que pretenden perfeccionar la capacidad de exterminio con un sistema operativo 24 horas. Sobran las palabras y Jonathan Grazer es de esa opinión porque no necesita cargar más tintas para definir con magisterio ese desprecio moral que despiertan los personajes.

"La zona de interés" es una película compleja y poco complaciente ya desde un punto de vista formal, alternando una puesta en escena sobria y clasicista con autenticas rupturas visuales y sonoras que pretenden jugar con la metáfora y la contraposición en hechos tan llamativos como el hecho de que un padre de familia que lee por las noches un cuento a su hija para que no tenga pesadillas (aunque hasta "Hansel y Gretel" en ese ambiente se representa con tenebrosidad) puede ser una pieza más del engranaje que respaldó una de las mayores vergüenzas de la humanidad. Un hiperrealismo sobrecogedor en el que la insistente y desazonadora música a golpe de sintetizador de Mica Levi es la única que parece ser enjuiciadora de lo que allí está ocurriendo y que no es otra cosa que uno de los grandes problemas en los que ha recaído la condición humana más de una vez, el mirar hacia otro lado. Es por ello que la película opta por no mostrar nada explícito ya que es suficiente el terror de lo que provoca sólo lo que se intuye mientras el oficial nazi (durante los días de la Conferencia de Wannsee que impulsaría la Solución Final) y su mujer (la que se declara orgullosa "reina de Auschwitz" como ejemplo de superioridad, arribismo y fascinación en la que se cimentó la narrativa nazi) tienen sus rencillas conyugales y sus hijos crecen y juegan sin ni siquiera reparar en lo que está pasando a pocos metros de ellos mientras en esa casa también se impone la mano de hierro y disciplina militar con el servicio. Es precisamente esa "zona de interés" la que entre todos mantienen porque, mas inconscientes de ello o no, es lo que les conviene para mantener su estatus. Toda una declaración de interiores pasando de un fundido a negro a una familia disfrutando en el río que en su desarrollo opta más por una frialdad expositiva que la aleja del público y la lleva más a un ejercicio existencialista sobre la naturaleza humana.

Un ejercicio perturbador que saca potencia de la austeridad de cada detalle (algunos lo han comparado con ese piso de la Jeanne Dielman de Chantal Akerman) en una amplia casa en la que desde varias cámaras, una videovigilancia constante en gran angular, se atiende a lo que allí pasa ante una tensa calma tan inquietante como irrespirable en la que sobre el fango puede emerger cualquier detalle sobre el horror del que se es cómplice. Un ejercicio contundente pero también reiterativo, áspero y difícil que en 106 minutos crea un clima de agudeza sonora y significativo visual que habla por sí mismo y que pierde fuelle cuando la acción traslada al oficial fuera del ámbito del hogar donde realmente está todo el caldo de cultivo, tanto por esa sensación que cala en todo momento como en las fricciones que surgen en esa unidad familiar que, aunque ponga la cabeza bajo el ala, tiene sus propias miserias personales más allá de lo que ayudan a mantener. Todo en un lugar que, a pesar de tenerlo todo, no hace más que generar enorme desasosiego porque la realidad sólo puede fingirse hasta cierto punto. 

"La zona de interés" entronca con Ingmar Bergman en su dibujo marital y familiar (Christian Friedel y Sandra Hüller es el matrimonio) y con Michael Haneke por ser capaz de hacernos helar la sangre por lo que somos capaces como especie, la misma que da arcadas como las que sufre el oficial cuando se encuentra sólo y perdido en el nuevo edificio del que forma parte su rutina y que evidencia que esa defensa de la causa no va a dar nada ya que todos son elementos de un sistema acondicionado para que si no lo hace uno lo haga otro, bien sea el jerifalte de turno o la limpiadora que saca lustre a ese museo de vestigios de la tragedia. Claude Lanzmann, el director de "Shoah" (1985), es otra referencia inevitable en la que lo que da escalofrío no es mostrar la brutalidad sino fundidos a negro (la oscuridad para tapar lo que no se quiere ver) o rojo (la sangre que representa todas las vidas truncadas) entre música que incomoda y destroza. La perfección de la raza vista como negocio a cualquier precio en el que una historia de amor (la del oficial con la mujer judía de un sonderkommando), la cotidianidad familiar e incluso el humor negro se dan la mano aunque sobre los cimientos de cualquier sistema, incluso el más embellecido como si bien fuera una empresa o un parque de atracciones, el que nos haga concluir que está hecho sobre sus propias víctimas porque el poder nace del sometimiento y la aniquilación y cuando el ser humano, contradictorio y complejo, ve peligrarlo es posible ser capaz de todo.

"Las cuatro hijas" (Kaouther Ben Hania) // Sección Oficial

La tunecina Kaouther Ben Hania se ha erigido como una de las cineastas más interesantes de los últimos años. Seis largometrajes previos sirven de base para la trayectoria de una directora que se reveló con "Beauty and the dogs" (una de las sensaciones de Una cierta mirada en Cannes 2017) y que alcanzó reconocimiento con la candidatura al Oscar 2021 a la mejor película internacional por "El hombre que vendió su piel". En "Las cuatro hijas" vuelve a jugar con el documental y con la realidad y la ficción ya que parte del intento de la directora de recrear la hija de Olfa y sus cuatro hijas (las dos mayores desaparecidas) a través de actrices profesionales que se adentran en un viaje íntimo, revelador y doloroso no sólo por los vicisitudes de esta familia (capitaneada por una mujer fuerte pero sufriente) que es testigo y partícipe del cambio de Túnez en las tres últimas décadas y las consecuencias que ha tenido también para una familia afectada por la memoria, la rebeldía, el patriarcado, la violencia y el fanatismo.

Un trabajo híbrido en formato más experimental que cinematográfica, potente en intenciones e irregular en resultado apoyándose demasiado en la desbordante personalidad de la Olfa del título y en el diálogo como depuración de ese dolor, una de tantas mujeres tunecinas que son madres amantísimas pero que conviven en un país lleno de coartaciones en la que sólo manda la ley del hombre. Es precisamente cuando ella habla de la relación que mantiene con su marido (un amor tan devoto que lleva a emocionar) cuando la cinta alcanza sus mejores momentos, los centrados en ella, derivando poco a poco el relato en una negritud que pasa de la convivencia distendida que mantienen este grupo de mujeres a que las piezas de porqué estas chicas desaparecieron a costa del radicalismo que va haciendo caldo de cultivo en mentes vulnerables. Es ahí cuando la directora pone toda la carne en el asador con imágenes documentales de los hechos que narra pero con la impresión de que estamos ante un ejercicio de estilo que pretende ser más rompedor de lo que es y también más manipulador de lo que debiera ya que la denuncia de la directora está clara pero el conjunto no termina de calar como debiera a pesar de dejar algún momento arrebatador por la emoción que aflora y por la dureza que desprende.

"The new boy" (Warwick Thornton) // Una cierta mirada

En Una cierta mirada llamaba la atención la presencia de "The new boy", producción australiana en la que nos encontramos a Cate Blanchett en una propuesta que aborda la alienación y el fanatismo de la fe ante el deseo de convertir a los renegados tal es el caso de un niño aborigen de 9 años que llega a un monasterio apartado en una zona rural y desértica en la que dos religiosas se encargan de acoger a una serie de niños perdidos y sin esperanza reconfortándoles en el valor de la religión. Un niño salvaje (un casi silente Aswan Reid) con un determinado don propio que llena de desconcierto a todos los que allí están presentes y que se intentará aprovechar para reorientarlo en el camino que la religiosa encarnada por Blanchett considera que es el correcto, el de Jesús, aunque eso ponga en peligro precisamente la personalidad genuina de ese atributo.

Una cinta impecablemente rodada con una fotografía evocadora que potencia esa vertiente hipnótica que hace moverse a la historia entre la realidad y la ficción en un lugar perdido ajeno a todo llevándolo al terreno de la fábula. Una propuesta que cuenta con empaque en lo formal pero que narrativamente abre más líneas que las que cierra fallando en su definición y expandiendo más que concretando la fuerza de la historia que es el imperialismo religioso como salvador de almas aunque éstas no hayan pedido serlo. Una película pequeña que ahonda en lo teatral que parece destinada a tener un recorrido pequeño a pesar del reclamo de Cate Blanchett que es lo único que le hará salir del cajón frente a un misticimo que chirría por momentos y que hace que la intención esté por encima de su ejecición.

Otros títulos

* "Eureka" de Lisandro Alonso es una de las cintas que ha pasado por Cannes Première. Un western en blanco y negro que deriva en mitología con aires a David Lynch en la que el director da rienda suelta a su libertad creativa aunque en este caso ni los más férreos defensores del director de "Jauja" (2014) han logrado destacarla. Viggo Mortensen y Chiara Mastroianni son los más conocidos del reparto.

* También en Cannes Première "Perdidos en la noche" de Amat Escalante en la que un joven se enfrenta a la incompetencia del sistema judicial tras la desaparición de su madre dos décadas atrás, activista enfrentada a loa industria minera. Una mirada a la ausencia que va perdiendo fuelle conforme va avanzando aunque en este caso el director ha abandonado el cine más arriesgado para hacer algo con más marchamo clásico.

* En Una cierta mirada "How to have sex" de Molly Manning Walker, una ópera prima en la que tres adolescentes británicas se van de vacaciones para celebrar sus ritos de iniciación: beber, salir de fiesta y ligar, en lo que debería ser el mejor verano de sus vidas y que no ha tardado en ser comparada con "Spring breakers" (2012). Una locura imprevisible en la que destaca el trabajo de la actriz Mia McKenna-Bruce.

Nacho Gonzalo

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