"Extremadamente cruel, malvado y perverso", el retrato del asesino Ted Bundy

"Extremadamente cruel, malvado y perverso", el retrato del asesino Ted Bundy

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Querido Teo:

“Extremadamente cruel, malvado y perverso” es el nuevo título que llega al catálogo de Netflix después de haber sido uno de los platos fuertes del Festival de Sundance donde la plataforma se hizo con la cinta por 9 millones de dólares garantizando la sesión doble con el documental, también presente en Netflix, “Conversations with a killer: The Ted Bundy tapes”, ambos trabajos dirigidos por Joe Berlinger y que se adentran en la enigmática, enferma y fascinante mente de un asesino, Ted Bundy, uno de los más populares de la amplia galería criminal de los Estados Unidos, y que sigue demostrando el obsesivo y morboso interés que hay por estas personalidades que han dado lustre al género del “serial killer” y que en Netflix ha encontrado a un nada desdeñable nicho que va desde distintos documentales a la serie "Mindhunter".

La película tiene su principal baza en la personalidad de un Bundy que se nos presenta magnético y seductor, un joven brillante en sus estudios que tras estudiar Psicología intentó aplicarse para convertirse en abogado iniciando estudios en la Universidad de Washington donde conoció a Elizabeth Kloepfer, una madre soltera que trabajaba como secretaria y que fue un oasis para un Bundy que en su infancia, nació en una localidad de Vermont el 24 de Noviembre de 1946, vivió cuatro años con sus abuelos maternos y su madre (pensando que los primeros eran sus progenitores) y nunca conoció a un padre que había sido veterano de la fuerza aérea estadounidense. Ese origen tan poco arraigado, acrecentado cuando su madre se trasladó con él a Tacoma y se casó en 1951 con un cocinero, pudo ser la siembra para un joven que conoció en 1967 a su primer gran amor, una joven acomodada llamada Stephanie Brooks que, tras graduarse en Psicología, le abandonó trasladándose a California en busca de un futuro mejor continuando la relación entre ambos a través de correspondencia.

Precisamente el guión de Michael Werwie adopta la perspectiva paralela de Kloepfer que, pensando que sería una rémora para cualquier hombre, acabó fascinada por un Bundy que le hacía sentirse especial, querida y protegida. Nada hacía presagiar que todo eso era la fachada de un asesino en serie que, de su conducta intachable y verbo empático, llegó a establecer un patrón común cuando inició sus fechorías en 1974. El perfil de la víctima era habitualmente el de una joven universitaria mientras que el del agresor el de un joven apuesto y simpático, con el brazo enyesado o en cabestrillo, que pedía ayuda para subir una serie de libros y objetos a su automóvil, un Volkswagen de color claro.

Poco a poco el cerco se fue estrechando y la película adopta un tono sobrio pero con ritmo sin apostar todas las cartas por la culpabilidad del protagonista, esperando que el espectador acabe inmerso en la personalidad de ese Bundy verborreico y con dotes de showman que se convirtió en una celebridad por ser un ídolo para las jóvenes en el primer juicio mediático y televisivo de Estados Unidos, que él aprovechó para sacar todo su carisma, entre sonadas fugas y cambios de aspecto (se dejaba crecer el bigote y el cabello para confundir más a las autoridades policiales) y siempre defendiendo su inocencia y que, a su juicio, no era más que una víctima por parte de las autoridades policiales que ya le habían catalogado prejuiciosamente como principal sospechoso haciendo todo lo posible para que las pruebas coincidieran con él.

Tras un primer juicio por secuestro en 1976, fue el 25 de Junio de 1979 en Miami (Florida) cuando se le juzgó por los crímenes de la fraternidad Chi Omega acaecidos en Enero de 1978 con dos jóvenes muertas y varias atacadas brutalmente. Fueron nombrados como los delitos de la década, siendo visto como la encarnación del mal para una sociedad que no perdía detalle del encanto de un tipo que fue comparado con “el Rodolfo Valentino de los asesinos” y que, incluso, tomó el protagonismo en su defensa aprovechándose de sus estudios para despedir a sus abogados y llevar el peso de su causa.

El 31 de julio de 1979, tras siete horas de deliberación, el jurado lo declaró culpable. Sin demostrar arrepentimiento ni emoción, Ted afirmó ser víctima de una farsa, de un juicio injusto y abusivo, por lo que no tenía que pedir clemencia por algo que no había cometido. El juez Cowart lo sentenció a la pena de muerte en la silla eléctrica por los asesinatos de Lisa Levy y Margaret Bowman, las dos víctimas mortales de los crímenes de la fraternidad, mientras su madre enarbolaba el factor emocional y rogaba reflexión de cómo las leyes de los hombres eran capaces de quitar la vida a un hombre frente a las leyes de Dios e, incluso, aprovechando que sabía que tenía todo el interés de la población casarse con su novia Carol Ann Boone en pleno juzgado. Entre confesiones tímidas y veladas fue prorrogando su situación exprimiendo al máximo los tiempos burocráticos, teniendo en vilo tanto a la policía y al FBI, y formando parte de entrevistas y programas especiales hasta que, declarando en sus últimas horas una treintena de crímenes, más todos los que se llevó con él a la tumba, fue electrocutado la mañana del 24 de Enero de 1989.

“Extremadamente cruel, malvado y perverso” se presenta como un intrigante puzzle psicológico de un mentiroso patológico, un maniacodepresivo violento y sádico, incapaz de empatizar y que sólo mostró algunos atisbos de humanidad cuando su madre declaró a favor de él en el juicio o cuando, en cierta manera, intenta liberar de culpa a la que fue su novia, Elizabeth Kloepfer, cuando ésta le pide sólo saber la verdad. Y es que la cinta da más peso a las relaciones personajes de Bundy y la fascinación que provocaba en las mujeres, tanto la citada Liz (aun así ahogada ella misma por un sentimiento de culpabilidad) como esa Carol Ann Boone que se convertiría en su mujer tras no dejar de estar a su lado durante su periodo de encarcelamiento mientras sucedía el juicio popular en Florida.

Un trabajo convencional en su puesta en escena pero con un ritmo conseguido y dosificado que en ningún momento se adentra en la tentación de mostrar truculencia y violencia gratuita sino que se apoya en la estructura medida, el proceso judicial, el caldo de cultivo mediático que se va generando con reportes de los noticiarios televisivos de la época, la relación de Bundy con los que le rodean, especialmente mujeres embebidas por su vena hipnótica y abogados desesperados ante el sujeto que tienen enfrente, y sobre todo en lo que hay detrás de una mente diabólica capaz de manipular a los demás, tanto víctimas, como allegados y opinión pública para una sociedad con gran capacidad para perderse en mensajes populistas y criterios estéticos sustentado en su belleza de Adonis comprendiendo cuál era su principal arma y sin necesidad de mostrar el “modus operandi” de sus crímenes por muy tentador que hubiera sido para el director.

Una mirada al humano detrás del monstruo pero sin empatizarlo sostenido en el sorprendente y medido trabajo de un Zac Efron contenido, esforzado y enérgico  que sabe mantener ese equilibrio entre el torrente arrebatador del personaje, las sombras de la duda que genera, y ese tono petulante y excéntrico del mismo adoptando tics y gestos del propio Bundy, casi un paladín mesiánico que da a los demás la imagen que él pretende construir y difundir pero también la que, para los demás, es más cómodo y fácil de admitir. La de que el mal no puede estar representado en un joven encantador con toda la vida por delante de la que él sólo es responsable de que su mente brillante haya virado a la perversidad del pozo más profundo de la siempre inabarcable e incomprensible psique humana.

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Nacho Gonzalo

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