In Memoriam: Agnès Varda, la mirada femenina y humanista de la Nouvelle Vague

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Querido Teo:

Triste pérdida la de Agnès Varda, la mirada femenina de la Nouvelle Vague y la abuela de ese movimiento que derivó en una filmografía marcada por el compromiso, la solidaridad y el empuje de los movimientos femeninos ante la necesidad de que la voz de las mujeres también fuera representada. Nos ha dejado a los 90 años tras padecer un cáncer de mama después de conseguir al final de sus días una inusitada visibilidad a raíz de la road movie documental "Caras y lugares", con la que consiguió la nominación al Oscar 2018 como mejor documental (la persona de más edad en recibir una candidatura) recibiendo también el premio honorífico de la Academia. No ganó la estatuilla por este trabajo pero siempre se recordará como un último gran regalo ese delicioso y juguetón viaje descubriendo a gente anónima e historias cotidianas junto al artista gráfico JR en ese canto al poder de la imaginación y las imágenes.

La realizadora belga impulsó el estilo de la Nouvelle Vague antes de que llegaran los dos grandes tótems del movimiento como fueron “Los cuatrocientos golpes” (1959) y “Al final de la escapada” (1960) ya que debutó en el cine con “La Pointe Courte” (1955), de marcado carácter neorrealista, ambientándose en los escenarios naturales del pueblo pesquero que daba título a la cinta para después derivar en una relación entre un hombre del pueblo y una parisina. En 1962 se casaría con Jacques Demy, otro nombre clave de la época, hasta la muerte de él en 1990. Ese sería el año de uno de los mejores trabajos de la realizadora como fue “Cleo de 5 a 7”, un relato sobre el enfrentamiento ante la muerte amenazante de una joven cantante que, con un diagnóstico médico desfavorable, vive en la incertidumbre iniciando una relación de complicidad con un joven soldado que marcha a Argelia.

Después vendrían trabajos como “La felicidad” (1965), premio especial del Jurado en el Festival de Berlín, “Las criaturas” (1966), “Una canta, otra no” (1977), sobre la autonomía de las mujeres en esa década de los 70, o “Sin techo ni ley” (1985) con la que ganó el León de Oro en el Festival de Venecia y Sandrine Bonnaire se llevó el César a la mejor actriz dando vida a una joven vagabunda que es encontrada muerta y que en un sensible y humanista relato nos lleva a los meses previos que le llevaron a ese destino fruto de la marginación y la desigualdad económica y de oportunidades.

“Las cien y una noches” (1995), un homenaje al cine, su magia y sus estrellas, o “Los espigadores y la espigadora” (2000), sobre el voraz consumismo perdiendo la esencia de las pequeñas cosas, la tradición y la artesanía, son otros títulos destacados que confirmaron el sello y personalidad de una mujer que fue voz de injusticia y desigualdades llamando a la reafirmación y a la igualdad.

Activa y cada vez más personal en su cine, como demostrarían “L´univers de Jacques Demy” (1995), “Quelques veuves de Noirmoutier” (2006) o “Las playas de Agnès” (2008), cada vez se centró más en el documental (un género más libre y permeable a la falta de financiación) y nos brindó ese viaje fascinante en “Caras y lugares” (2017) formando un improbable pero efectivo tándem con un JR locuaz y devoto ante la presencia de esa compañía tan entrañable llevando a cabo ambos, incluso, una visita a la casa de Godard con "cliffhanger" incluido. Las lágrimas de la directora en ese momento no empañaban su sonrisa, bonhomía e inquietud artística buscando el significado de cada plano como homenaje a los lugareños, héroes ocultos de un modo de vida sacrificado y olvidado. Los premios no pudieron dejar de rendirse a la hora de utilizar este ejercicio tan sensible y testamentario para homenajear a un símbolo de una época y a una forma de hacer cine (alejado del estrellato y centrado en las historias que realmente importan a la hora de levantar conciencias) paseando ella (o bien su réplica en una imagen de cartón) por las alfombras rojas.

Además del Oscar honorífico en 2018 obtuvo los homenajes en los César en 2001, los EFA en 2014, la Palma de Oro honorífica del Festival de Cannes en 2015 y el premio Donostia en el Festival de San Sebastián 2017, donde no se explicaba que su nombre, representante de un cine marginal, estuviera al lado del de grandes leyendas y estrellas del cine. Su despedida del cine y de la vida fue vista desde su estilo irónico, melancólico creativo y esperanzador en “Varda por Agnès” (2019) que la propia directora presentó en el certamen el pasado mes de Febrero. Una creadora que fue una inspiración a la hora de encarar la vida, promoviendo que las mujeres tomaran la palabra y que fue una artista multidisciplinar siendo también fotógrafa y profesora.

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Nacho Gonzalo

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