"La arquitectriz"

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Una guionista de cine y escritora se ha enfrascado en una labor muy atractiva y compleja: levantar una vida pasada como se levanta un edificio, partiendo de un dibujo hecho en el aire. De la romana Plautilla Bricci no se sabe demasiado, el hecho de ser mujer la ocultó y el hecho de ser mujer la resalta ahora, porque merece serlo la primera arquitecto, y hasta hace poco no existía el término en femenino, que guarda la historia en su memoria.

Título: "La arquitectriz"

Autor: Melania G. Mazzucco

Editorial: Anagrama

"La arquitectriz" es una novela urdida con lugares, personas, hechos y fechas históricos, desde Onofrio, el ayudante de Plautilla, Mario, el camarero de Elpidio, Vittore, el joven pintor flamenco voluntario en la Legión Italiana, y el perro Goito, mascota de la Legión Medici que, en una paradoja histórica impensable, defendió en Roma una república mientras el ejército francés, republicano, defendía a sangre y fuego los intereses de un Papa; al tiempo que destruía para siempre El Bajel, el nombre con el que se conoció el pequeño castillo en forma de barco construido por la arquitectriz en la colina desde donde todavía hoy Garibaldi a caballo mira a Roma.

Es verdadero incluso el diente de ballena que la autora de esta estupenda historia, la romana Melania G. Mazzucco, recibió de Roberto Mazzucco, y con la que comienza la historia de Plautilla, un nombre exclusivamente italiano, femenino de Plauto, llamado así por tener el rostro aplanado.... cosas de la Historia.

"Aquella cosa tenía un color gris polvoriento y se curvaba como una retorta de alquimista: panzuda en la base, se iba estrechando hacia la parte superior. No medía más de medio palmo. Apareció de repente encima del escritorio de mi padre, colocada sobre el rimero de papeles garabateados con su agitada caligrafía. La confundí con un pisapapeles, un fragmento de alguna escultura antigua. De hecho, pese a las escandalosas protestas de mi madre, mi padre había empezado a coleccionar todo tipo de hallazgos, fabricados por los hombres, por la naturaleza o por el azar: los exhumaba, los intercambiaba con otros cazadores de tesoros, a veces los compraba, y a esas alturas su gabinete parecía más la tienda de un chamarilero que el taller de un pintor.

En el interior de cajitas de madera de peral, guardaba fragmentos de huesos de mártires, pulgares de divinidades muertas y cálculos renales recuperados por su cuñado en los orinales de sus pacientes: los amontonaba en los estantes entre libros desencuadernados en hebreo y latín, tablas anatómicas de varios cadáveres diseccionados e incluso, cuidadosamente sellados en un frasco de cristal, pelos de ytzquinteporzotli y xoloitzcuintle, es decir, de lobo y de perro mexicano. Ese espacio siempre en penumbra, que olía a cola, madera quemada y papel viejo, el mundo de mi padre cuando no era mi padre ejercía sobre mí la fuerza de atracción irresistible de un imán sobre una esquirla de metal".

La escritora Melania ya practicó con Tintoretto el arte de la biografía novelada, partiendo entonces de un anciano, y haciéndolo ahora desde una niña y una infancia sobre la que apenas se sabe nada porque su padre, artista y artesano de curiosidad infinita, no ha dejado gran cosa de sus trabajos. Plautilla, al menos, tiene una capilla en una de las iglesias más famosas de Roma, San Luís de los Franceses, donde miles de personas acuden a admirar a Caravaggio y pasarán, yo lo he hecho, ante su capilla sin percatarse de estar ante la obra superviviente de la primera arquitecta.

Estamos en pleno barroco, siglo XVII, y Melania ha debido disfrutar bastante abriendo ventanas en sus páginas para hacer aparecer a Cristina de Suecia, Mazarino y su pupilo Luis XIV, y por supuesto, Borromini y Bernini. De todos ellos hay rasgos y detalles reconocibles por donde apetece colarse más allá de lo que Melania cuenta, que no siempre está entre lo más conocido de los personajes. 

"Nos gustaba empezar el día saludando a la beata Ludovica. Una de las últimas esculturas de Bernini, quien, después de tantos años, volvió a esculpir una figura de mujer. A pesar de haberla hecho a petición del Papa Altieri en pocos meses, a cambio de una retribución vergonzosa (gratuita, salvo el coste del mármol, con tal de que, a su hermano, sorprendido mientras violaba a un muchacho de dieciséis años al que había causado lesiones permanentes, se le permitiera el regreso desde su exilio), era una estatua digna de su Dafne y de Santa Teresa. Los entendidos elogiaron el extraordinario trabajo que había realizado con la escofina, para plasmar la rugosidad del hábito, y con el taladro, para el encaje de la almohada, pero a nosotros nos gustaba por un detalle en que los demás ni siquiera se fijaban. El colchón en la que estaba acostada. Desbastado amorosamente con el puntero, el escoplo y el cincel dentado, el mármol parecía lana de verdad, una superficie acolchada y suave, tan real que habrías deseado descansar la cabeza. Bernini había ennoblecido un objeto de uso cotidiano, porque todo puede ser arte. Ese colchón nos reconciliaba con nuestra historia y con nosotros mismos. Y entonces Basilio me tomaba del brazo y lentamente regresábamos a casa".   

Esta novela intenta resolver una injusticia, ya que la persona que encargó la construcción de Villa Benedetta, llamada El Bajel, ocultó la autoría de la arquitecta por razones supuestas de machismo. Por fortuna lo sabemos porque un abogado, Carlo Cartari, lo anotó en su diario –miles de páginas que quedaron manuscritas y que luego acabaron en un archivo– entre notas de agradecimiento y cuentas del librero, innumerables noticias y memorias de hechos entregados a la Historia o bien olvidados. Era una mujer, «architectura et pictura celebris», Plautilla Briccia. Así pues, bajo tierra, entre los cimientos de Villa Benedetta, se encuentra todavía una plancha de plomo que lleva escrito el nombre de la persona que la dibujó, la planeó y la edificó: la arquitectriz.

La Historia se distribuye entre el periodo vital de la arquitecta, de 1616 a 1690 aproximadamente, y el momento en que el ejército francés y los luchadores italianos encabezados por Giuseppe Garibaldi, se enfrentan en el Janículo, la colina donde hoy se encuentra el Paseo del Risorgimento, trufado de esculturas y memoria de aquel frente, donde se halla la única escultura ecuestre femenina del continente europeo, la de Anita Garibaldi. Resulta una inmersión realista en el periodo y también intimista en la posible manera de pensar y sentir de una artista original.

El prestigio literario de su autora se consolidó ya hace tiempo, sus obras están traducidas al español y entre los premios recibidos están los más importantes de Italia.

Carlos López-Tapia

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